Se cumplen 35 años del atentado a Juan Pablo II

En la tarde del 13 de mayo de 1981 en la Ciudad del Vaticano, dos balazos impactaron en el cuerpo del Papa Juan Pablo II, un ataque que conmocionó al mundo y del que nunca se tuvieron certezas sobre el motivo concreto que llevó al joven turco Alí Mehmet Agca a dispararle.

 

«Es el misterio más grande jamás resuelto», dijo Luis Badilla, periodista que hace más de 40 años vive en el Vaticano y testigo privilegiado de ese día.

 

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Varias versiones se barajaron a lo largo de los años sobre aquella trágica tarde para los fieles cristianos, como complots con pistas búlgaras, soviéticas y de la CIA, conspiraciones en el seno del propio Vaticano y entramados con el islamismo radical como supuesto culpable.

 

Durante estos 35 años, las hipótesis fueron instaladas, cuestionadas y desmentidas, pero nunca comprobadas del atentado al confeso anticomunista Karol Wojtyla.

 

Ante un mar de supuestos, quienes actualmente manejan las riendas del Estado religioso optaron por el silencio.

 

«Por ahora no dicen nada. Seguramente los órganos de prensa recordarán el trágico evento sin mayores o particulares comentarios», sostuvo Badilla a Télam, en diálogo telefónico desde Roma.

 

«Para el Vaticano es una historia cerrada y si no surgen nuevos elementos, ciertos y seguros, no habrá ningún comentario», agregó.

 

Si bien la verdad de las motivaciones que llevaron a Agca a querer matar a Juan Pablo II sigue en la oscuridad, a la luz del tiempo este atentado se puede leer como un síntoma de un momento histórico, cuando el tablero internacional seguía dividido por los últimos años de la Guerra Fría.

 

Hace 35 años, mientras el Papa de 60 años daba vueltas a la Plaza San Pedro en su coche descapotable -después de este hecho cobraría entidad el vidriado Papamóvil- y saludaba a miles de fieles, un hombre de 23 años se apostaba a varios metros para empuñar su Browning de nueve milímetros.

 

Ráfaga de disparos, sangre salpicada, gritos, conmoción. El pontífice vaciló y cayó en los brazos de su secretario, el reverendo Stanislaw Dziwisz. Le habían pegado dos balazos, estaba herido gravemente en el abdomen, también en el brazo derecho y en la mano izquierda.

 

Aún consciente fue trasladado al Policlínico Gemelli, donde lo operaron durante cinco horas, le extrajeron parte del intestino y diez días más tarde envió un mensaje piadoso a sus fieles.

 

Badilla, quien trabaja en Radio Vaticano hace más de 30 años y fundó hace siete el sitio web El sismógrafo, una prestigiosa página con información religiosa consultada por periodistas, expertos y diplomáticos de todo el mundo, cubrió de primera mano el atentado.

 

«Fue un miércoles por la tarde sereno y soleado y el ataque fue durante la audiencia general. Desde entonces, en la Iglesia y en el mundo, nada volvió a ser como antes. Todavía no hay una versión definitiva, creíble y documentada a pesar de los diferentes procesos y las investigaciones», contó.

 

El joven periodista estaba en Radio Vaticano cuando llegó la primera información de «un tiroteo en la Plaza de San Pedro».

 

«Eran las 17.20 y la radio quedó sumergida en una avalancha llamadas telefónicas. En varias lenguas, la gente preguntaba: ¿Es cierto que le dispararon al Papa? ¿Murió el Papa?», recordó.

 

Y entonces, contó, «comprendí inmediatamente que la situación era grave, al borde de algún tipo de ansiedad colectiva. Vi gente correr, desorientada y llorando, las madres arrastraban a sus hijos como huyendo de la explosión de una bomba».

 

Más tarde, en su derrotero para conseguir datos, Badilla se topó con un cura de Parma que le dijo que «una o dos personas le han disparado al Papa. Me parece que lo trasladaron vivo, pero gravemente herido».

 

Ya en el ascensor del hospital, el periodista se cruzó al cardenal Agostino Casaroli, entonces secretario de Estado del Papa y señalado por Agca en una de sus versiones como el que planeó el atentado.

 

«Nos abrazamos sin intercambiar una sola palabra y luego me dijo: ‘Hay que rezar mucho, mucho’. Luego, me encontré con el médico jefe del Papa, Renato Buzonetti, quien me dijo que la situación era desesperada. Una parte está en manos de los cirujanos, pero al final siempre decide el Señor'».

 

El pulso social romano cambió drásticamente ese día. «La ciudad parecía haberse detenido, casi deshabitada, por las ventanas de los departamentos sólo se veía el reflejo de los televisores encendidos», ilustró.

 

El destino del perpetrador, un musulmán de extracción de ultraderecha, fue, en cambio, la prisión. Cadena perpetua, sentenció el tribunal italiano; pero la gracia judicial -y la piedad cristiana de Juan Pablo II- le concedieron el perdón. Incluso, el pontífice polaco lo visitó en la cárcel romana en 1983, una foto que dio la vuelta al mundo.

 

En el año 2000, Agca fue extraditado a Turquía. En 2006 lo liberaron pero por un error de cálculo debió reingresar hasta 2010. Cuando quedó en libertad, con 52 años y convertido al cristianismo, prometió publicar un libro sobre su vida, algo que hizo en 2013, el mismo año que visitó la tumba de ya fallecido Juan Pablo II.

 

Durante y tras su periplo en prisión, Agca difundió versiones del atentado y cambió de idea en reiteradas ocasiones.

 

La última, esgrimida en sus memorias, tituladas «Me prometieron el paraíso. Mi vida y la verdad sobre el atentado al Papa», fue que el inductor había sido el ayatollah iraní Ruhollah Khomeini, arguyendo una pista islámica que el Vaticano desmintió rotundamente.

 

Pero años antes había deslizado otra conjetura: en una entrevista al diario italiano La Repubblica, en 2005, Agca dijo que «el diablo está en el seno del Vaticano. Sin ayuda de sacerdotes y cardenales no hubiese podido jamás hacerlo. Pero terminemos con esto, ¡ya basta!, escribiré todo en mi libro».

 

«Tanto en procesos como en entrevistas, dio al menos 12 versiones distintas, por lo que no es posible creer en ninguna. Ha dicho de todo y al mismo tiempo dijo lo contrario», explicó Badilla.

 

Y agregó que según su opinión, Agca «era un killer pago’ (asesino a sueldo) que nunca supo quién y por qué le pagaban».

 

Badilla no duda en responder que las motivaciones de este atentado «son el misterio más grande jamás resuelto. Las hipótesis judiciales y periodísticas son numerosas, pero no existe una más acreditada o verosímil que otra».

 

En los 80, una de las hipótesis más fuertes fue la llamada «pista búlgara». Remitía a que la Unión Soviética y la KGB le habían ordenado a los servicios secretos de Bulgaria y de Alemania Oriental llevar a cabo la tarea.

 

Pero también se dijo que los servicios secretos italianos e incluso la CIA habían sembrado ese indicio.

 

«En las mayoría de los análisis se plantean dos cuestiones que seguramente son el telón de fondo del misterio: el enfrentamiento duro de la Guerra fría y el temor de la Unión Soviética, ya en fase de desintegración, por una posible acción de Juan Pablo II en favor de las fuerzas que trabajaban para terminar con la llamada Cortina de Hierro».

 

«También se hablaba del surgimiento peligroso del Sindicato Solidaridad en Polonia (un amplio movimiento social anticomunista) con enorme consenso popular, considerado el inicio -y la historia demuestra que era verdad- del derrumbe del poder soviético post-Yalta», opinó.

 

Pero este ataque, dijo Badilla, reveló consecuencias internacionales como «la importancia de Juan Pablo II y la relevancia de la influencia de la Santa Sede en el contexto de la Guerra fría» y evidenció el «precario equilibrio entre URSS y Estados Unidos y la debilidad de las posiciones de los países comunistas de Europa centro-oriental que confirmaron los motivos por los cuales había sido elegido Karol Wojtyla».

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