Fiesta electrónica: «Cuando despertó, no se acordaba de que había ido a la fiesta»

Lucas Polivoy cuenta la lucha de su hermana, Micaela, una de las sobrevivientes.

Son las 3 del sábado 16 de abril. El DJ Maceo Plex toca en el Escenario 2 del Complejo Costa Salguero. Allí, en la fiesta Time Warp, hay una multitud. El sonido es envolvente y los reflectores de luz blanca del techo se mueven acompañando el ritmo de la música. Hace un calor infernal.

Casi dos semanas después, Micaela Polivoy, de 20 años, abre los ojos y no reconoce nada de lo que tiene alrededor. No sabe dónde está, ni cómo llegó ahí. Intenta moverse. «No te muevas, quedate quieta», le dice una voz familiar. Eso es lo primero que reconoce cuando se despierta. Es su hermano, Lucas, de 23 años. No puede hablar. Vuelve a intentar moverse. «¡No me estás entendiendo, tenés que quedarte quieta, quieta!». Entonces, se da cuenta que está entubada en un hospital. Ella es uno de los cinco jóvenes que debieron ser internados por intoxicación a causa del consumo de sustancias en la fiesta.

«Se despertó. No sabía qué había pasado ni dónde estaba. Se asustó mucho. Primero, le dije que había ido a la fiesta. Le expliqué cómo había llegado al hospital, por qué estaba internada y que había otros chicos en la misma situación. Fue para calmarla y que no se desesperara. Todavía no podía hablarle de la gravedad de lo que había pasado, así que le dije que se había descompensado», relata Lucas.

Hace tres días, cuando ya estaba un poco mejor y pudo hablar, Micaela quiso saber si lo que le había pasado había sido grave. «Entonces le contamos que habían muerto cinco personas y que había más chicos hospitalizados», indica Lucas.

Hoy está internada en una sala general en el Cemic, luego de haber sido trasladada del hospital Fernández anteayer. «Lo único que tiene es que le sube un poco la fiebre cada tanto y están buscando la causa. Calculan que es debido a una infección. Está bien neurológicamente. Se supone que va a tener una vida normal como tenía antes», cuenta su hermano.

Poco a poco, empezó a comer y a caminar. Mira la televisión y lee en su teléfono celular. Ya es consciente de lo que pasó, pero todavía no logra acordarse de nada. «Lo tiene borrado -explica Lucas-. Nos pidió el diario y le mostramos las fotos. Creo que cuando se tranquilice un poco más o empiece a ir al psicólogo se le van a ir aclarando las cosas. Ahora ya no hablamos del tema de la fiesta. Intento que se olvide un poco de todo y hacerla reír», dice.

Los últimos días en el Fernández no fueron buenos para ella. «Antes del traslado se puso a llorar mucho. Estaba bastante mal, colapsada. Se quería ir porque no podía comer ni tomar y tenía hambre. Ahora ya está más relajada. Ya puede comer, tomar, ver la tele, leer. Es otra situación», sostiene.

Lucas y Micaela son muy unidos. Él se ríe al recordar que, cuando eran chicos, iban hasta al baño juntos. Y los días de internación no cambiarían su vínculo. Por eso, Lucas había montado una especie de campamento en el hall del segundo piso del Fernández y, hasta anteayer, casi no se movía del lugar. Él, su madre y un grupo de amigos llevaban bolsas de dormir y acolchados y se quedaban toda la noche para estar cerca de «Mica».

«En los primeros días estás anonadado. Es una pesadilla, literalmente. Cuando estaba en terapia intensiva los propios médicos te decían que tenía un 80% de probabilidades de no sobrevivir. Y cuando hablaba de la situación era como si no me pasara a mí. No caés. Es una sensación muy extraña.Estás como en un trance. Es irreal. Creo que es porque tanto dolor no te entra en el cuerpo», explica.

También cuenta que él nunca dejó de hablarle, aunque «Mica» estuviese sedada. «Siempre le hablé. Le decía que no bajara los brazos, que la estaba esperando, que no sé vivir sin ella».

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