Un estudio reveló que los bebés entienden más de lo que uno piensa

 

En el momento en que cumple los 20 meses, el bebé puede usar una cuchara y un tenedor. Puede lanzar una pelota y darle de comer al perro. También, puede dejar caer el celular en el baño y reírse de ello.

 

De hecho, en 20 meses, hacen tantas cosas incomprensibles que muchas veces los adultos se preguntan: ‘¿qué está sucediendo realmente adentro de esa cabecita?’ o ‘¿cuánto entiende realmente sobre el mundo y su lugar en él?’.

 

De acuerdo con un nuevo estudio de Ecole Normal Supérieure de París, Francia, los bebés saben mucho más de lo que parece.

 

Los investigadores estudiaron recientemente bebés de 20 meses y encontraron que estos niños ya son capaces de practicar una sofisticada forma de pensar llamada metacognición. Según el doctor Sid Kouider, uno de los autores del estudio, la metacognición se describe mejor como una «corazonada» acerca de su conocimiento, o la falta de él. Es algo que los seres humanos adultos también hacen cuando se dan cuenta de que se enfrentan a un problema que es demasiado complejo para resolver.

 

Como dijo el ex secretario de Defensa de Estados Unidos Donald Rumsfeld: «Hay cosas que sabemos que no sabemos». ¿Saber lo que no se sabe? Eso es metacognición –una intuición de que se está equivocado o de que de alguna manera se cometió un error–.

 

Anteriormente se creía que los niños desarrollaban esta habilidad de más grandes. Pero Kouider y sus colegas encontraron que sucede antes: «Los bebés ya saben cuando no saben algo, y son capaces de señalarlo a sus padres» con el fin de obtener ayuda para solucionar sus problemas.

 

Su comprensión sobre el funcionamiento del entorno y de su propio lugar en él es mucho más sofisticado de lo que se imaginaba. En estudios anteriores, señaló Kouider, «los investigadores observaban sólo lo que los niños podían informar verbalmente». Dado que los bebés no pueden verbalizar, entiendan o no algo, asumieron que no tenían la capacidad de expresar la incertidumbre o pedir ayuda, por ejemplo. Pero el experto consideró que este punto de vista tenía que estar equivocado.

 

Diversos estudios han demostrado que las ratas, monos y otros animales son capaces de controlar sus propios niveles de incertidumbre en la resolución de problemas en un laboratorio. ¿Por qué los niños no podrían ser capaces de hacer lo mismo?

 

El equipo de Kouider creó una prueba de memoria no verbal para determinar si los niños pedirían ayuda para no cometer errores. Los bebés debían recordar la localización de un juguete escondido debajo de una de dos cajas colocadas sobre una mesa. Después de un tiempo que varía de tres a 12 segundos, se pidió a los bebés que apunten la caja que contiene el juguete. Cuando vieron dónde estaba escondido, fueron capaces de resolver el problema sin mirar a una fuente exterior en busca de ayuda.

 

Pero cuando el juguete se ocultó mientras los niños no estaban mirando, es decir que no tenían manera de saber, miraron constantemente a sus padres, que estaban sentados cerca, para resolver el problema.

 

Por qué importa la metacognición

Kouider remarcó que esta información es relevante para los padres y para cualquier persona interesada en la educación temprana.

 

La metacognición permite a los humanos buscar de manera activa información nueva, y adaptar sus estrategias de aprendizaje a situaciones específicas. Cuando los niños entienden que no lo saben todo, y cuando saben dónde buscar las respuestas a sus preguntas, pueden comenzar a adquirir conocimientos más rápido, sin repetir los mismos errores una y otra vez.

 

 

Además, desarrollarán estrategias que los ayuden a encontrar respuestas a problemas futuros. «Entienden que deben mirar a fuentes externas para obtener respuestas a algunos de los enigmas de la vida».

 

Es por eso que los especialistas advirtieron: «Los niños son capaces de aprender y cuestionar desde una edad muy joven y necesitan que sus padres apoyen esa exploración y sus cuestionamientos».

 

Y no siempre esto significa brindarles la solución a todos sus problemas. «Hay dos maneras de enseñar cosas nuevas a un niño», explicó Kouider. «La primera es simplemente darles la información. Esa es la forma habitual que les enseñamos. La segunda y la mejor, enseñarles a aprender, para enseñarles cómo encontrar respuestas en vez de simplemente proporcionarlas».

 

 

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