Ramón Ayala ya tiene su autobiografía

“Confesiones a partir de una casa asombrada” ofrece desde el relato autobiográfico del artista misionero Ramón Ayala un conjunto de cuentos enhebrados por los mitos populares, la leyendas del litoral y una mirada que deviene en encantamiento, sobre la naturaleza exuberante de la tierra colorada.

 

El último libro del escritor, compositor y pintor misionero, publicado por la editorial santafecina Serapis y la Universidad Nacional de Misiones, certifica el lenguaje fluido y rico en imágenes de Ayala (1937), que lo ubica en su rol de escritor, a la misma altura del intérprete y compositor de canciones de gran popularidad como «El Mensú», «Jangadero» y «El cosechero».

 

La casa asombrada mencionada en el título es un panal de sombras atravesado por el misterio y rodeado por la tierra roja misionera, que posee la cualidad humana de vivir entre el embrujo y el sobresalto, habitado por los fantasmas y personajes de la mitología popular guaraní que recorren las habitaciones, como el «karaí pijharé» (señor de la noche) o el «yasï» (enano bello, de gran porte y barbudo).

 

Dueño de una narrativa enriquecida por la imagen visual (imposible no vincular esto con sus dotes de artista plástico), el poder metafórico (que también aflora es sus canciones) y la destreza en describir sucesos y paisajes, Ayala sumerge al lector en una aventura cuya marca es la vocación por crear y la intensidad de vida.

 

El escritor señaló, en diálogo con Telam, que su verdadero nombre es Gumercindo Cidade, pero que optó por el apelativo artístico de Ayala porque lo encontró más cerca del pueblo: «Me pareció un nombre común, como los Smith de Inglaterra o los González de España».

 

Cuenta que entre sus libros, publicó títulos como «Las trincheras ardientes del Paraguay», «Cuentos de la tierra roja» y «Juan de los caminos»: «Ahora tengo en preparación un volumen de poesía y cuentos que se llamará Canto integral de la Patagonia».

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Ayala narra su infancia con sus cuatro hermanos y su madre -viuda a los 30 años- en el pueblo de Garupá, cercano a Posadas, en un rancho donde las mecedoras se hamacaban solas, las sombras «formaban extraños arabescos» y bajo el piso se ocultaban fabulosos tesoros.

 

Recuerda una noche en que despertó alarmado: «En medio de un griterío y el golpetear de objetos cayendo de las estanterías, precipitadas por el choque en la oscuridad de una muchacha que solía quedarse en casa, perseguida por la susurrante voz del duende».

 

Con su familia viajó a fines de los 40 a Buenos Aires, para instalarse en el Dock y pasó por distintos oficios hasta recalar en la música folklórica litoraleña, no muy común en ese entonces en la ciudad capital: «La guitarra fue entonces la alfombra mágica. Ella me permitió conocer la Argentina de Catamarca a Tierra del Fuego».

 

De ahí en más, integrante del conjunto que acompañaba a Margarita Palacios (precursora de nuestro folklore), o ya como parte de un trío, o solista viajando por América, Europa y Asia, Ayala dio paso a su lenguaje pictórico, escrito y musical, creando además un ritmo: el gualambao: «Propio de mi tierra; con melodía guaraní y ritmo afro».

 

 

Habla escritores que conoció de cerca –como los paraguayos Elvio Romero y Augusto Roa Bastos – y de otros a quienes dice admirar: Sí, admiro a muchos como Juan Carlos Dávalos, Tejada Gómez, Manuel Castilla, pero de todos, fundamentalmente a Atahualpa Yupanqui y a Pablo Neruda; me reconozco nerudiano; mi libro «Las trincheras ardientes del Paraguay» tiene mucho del poeta chileno.

 

Por las páginas de su nuevo libro, pasa también su labor compositiva, que se inició describiendo los distintos oficios del hombre de su tierra: el trabajador en los yerbatales, el cosechero del algodón, el chapapecero que guía en su balsa precaria troncos hacia el aserradero; y cómo a los 18 años compuso el legendario tema de «El Mensú»:

 

«Fue en 1955 cuando vivíamos en Dock Sud, la melodía se le ocurrió a mi hermano Vicente, que tocaba el violín, cuando volvíamos en colectivo a casa después de comer en una parrilla. Él la tarareó y ahí fui trabajando la letra con la idea de que transmitiera el grito desgarrado del monte. La grabó primero Julio Molina Cabral».

 

Ramon AyalaAños después, por boca del mismo «Che» Guevara, a quien conocería en Cuba, se enteraría que esa canción-clamor («selva, noche, luna, pena en el yerbal/ el silencio vibra en la soledad») había sido cantada por los insurgentes en la Sierra Maestra.

 

«Del Che me impresionaron su voz cálida y ocurrente, pasaba de la ironía a la cosa profunda con facilidad. Decía que un pueblo culto adquiere conciencia de sus derechos y los defiende a capa y espada. Me quedó de él una imagen luminosa como hacedor, una mente lúcida llena de futuro. En ese tiempo no podía dimensionarlo».

 

Expresa Ayala que desde temprano tuvo concepciones sobre una forma de vida más justa: «En la que el hombre fuera de verdad digno, crecido en el amor. Yo creo que el hombre vino al mundo para ser feliz, no para ser esclavo ni sirviente».

 

Confesiones a partir de una casa asombrada posee una prosa rebosante de ventura y aventura, donde se cruzan el fraseo popular y la reflexión honda, la coyuntura con una metafísica que se asienta en su Misiones y que él traduce en versos como: «Sube la selva/ llena de sombras/ y monjes verdes…Adentro del río, adentro/ los ojos del jangadero/ preso en su tumba de agua/ allá por el Moconá».

 

De Ayala y sus oficios podría decirse, parafraseando a Atahualpa: «lo que yo canto ya lo caminé», en un tránsito que no se detiene, porque sigue dando recitales con su guitarrón de 10 cuerdas, y es ídolo de muchos jóvenes que hoy siguen sus temas interpretados y llevados al disco por su vos y también por Pedro Aznar, Liliana Herrero, el dúo Tonolec, Los Alonsitos y Andrés Calamaro, entre muchos.

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