Guillermo Barros Schelotto y un extraño tono de resignación ¿qué dijo?

El entrenador reconoció que la situación de Boca será igual hasta fin de junio, cuando pueda hacer su recambio.

«Esto será así hasta junio. Por algo Boca tuvo que cambiar el entrenador; no venía jugando bien. ¿Quieren que les mienta? No puedo mentir…» Guillermo Barros Schelotto no podía ocultar su preocupación por la actualidad de Boca. Ni fastidio, ni enojo ni malhumor. Su primer superclásico como DT de Boca ya formaba parte del pasado y era el futuro inmediato lo que desnudaba los sentimientos del Mellizo, tras otra flojísima actuación de su nuevo equipo.

No fue un día más para Guillermo. Dejó el hotel Madero y se subió al micro poco antes de las 15 con una extraña sensación. El camino a Núñez no era nuevo para él. Ni siquiera en su rol de entrenador. Pero en su interior sabía que estaba al comando de un equipo que no termina de ser suyo todavía, ya que tuvo que dirigir dos clásicos con un total de tres entrenamientos. Su ingreso al estadio Monumental, decorado con silbidos y cánticos en su contra, no varió de otros que ya había vivido, sobre todo entre 1997 y 2007. Sin embargo, todo fue distinto.

En sus explicaciones, casi a modo de justificación sobre la postura más defensiva que tomó Boca, agregó: «Se notó el desgaste del otro día con Racing, por la Copa. Un equipo que jugó un clásico hace dos días y medio está más cansado que uno que no lo jugó. No lo digo yo, es ciencia». Guillermo sabe que, en el corto plazo, no tendrá mucho tiempo para modificar cosas. Ocurre que el Mellizo ahora tiene una responsabilidad mayúscula, en el desafío más importante que se le presentó desde que colgó los botines, a mediados de 2011.

El presente lo encuentra de saco oscuro y camisa clara, como entrenador de Boca. Ya no puede calzarse la Nº 7 en la espalda, esa que defendió con tanto orgullo. Su presencia en la cancha de River provoca un inevitable viaje en el tiempo.

Para los hinchas locales y también para los visitantes, que deben conformarse con mirarlo por TV. Y entonces, cuando anuncian su nombre por los altoparlantes, todos viajan a la noche del 17 de junio de 2004, cuando otro Monumental sin público visitante fue testigo de la más grande picardía de Guillermo ante River: a falta de goles en este suelo (sus 5 tantos a los millonarios los hizo en la Bombonera), el Mellizo protagonizó una actuación de película que duró un minuto y que derivó en la roja a Rubens Sambueza (a quien le dijo que lo habían expulsado, cosa que no era cierta, y el defensor, fuera de sí, insultó al juez de línea y entonces sí dejó el campo) y de Hernán Díaz («Un señor que no conozco me está insultando», le dijo al árbitro Héctor Baldassi, para referirse al ayudante de campo del entonces DT millonario Leonardo Astrada).

La silbatina y los insultos fueron generalizados. Contra Boca, pero también contra el Mellizo. Sin formar parte de los 22, Guillermo jugó su propio partido. Su superclásico número 19. El primero detrás de la línea de cal, después de seis victorias, siete empates y cinco derrotas en pantalones cortos.

Gestos, indicaciones, quejas, reclamos, picardías, brazos cruzados o en jarra. El repertorio fue inagotable para Barros Schelotto, que respiró relajado cuando a los 36 minutos de la segunda etapa Orion le sacó el 1 a 0 a Alario en la puerta del arco. Por momentos hasta se lo notó ansioso al mellizo. Deseoso de poder quitarse el traje de DT para exhibir otra vez la Nº 7 que lo hizo ídolo en el club de la Ribera. Pero fue imposible.

Su etapa como jugador forma parte del pasado. Ese intento de abrirse la camisa y emular a Superman le duró unos instantes, sobre todo en la primera etapa. Ahora su presente y su lugar están en el banco de suplentes, aunque estuvo casi todo el partido al borde del corralito pintado en el suelo que delimita el sector. Y además, la casaca con «su número» ahora está en poder de Cristian Pavón.

El pitazo final lo encontró serio, reposado sobre los carteles publicitarios. Es evidente que no está conforme el nuevo técnico de Boca. Sabe que son demasiadas las clavijas que tiene que ajustar y que no hay tiempo de trabajo. Por eso sus declaraciones. Dolorosas, pero ciertas. Honestas con la realidad que transmite este equipo y que arroja el apretado calendario. También es consciente de esto su hermano Gustavo, el que lo acompañó en esta locura, en esta apuesta frenética que arrancó el jueves con el magro 0-0 con Racing por la Libertadores, y que siguió ayer, por el torneo local.

Se fue del estadio poco después de las 20. Sabe que su equipo debe mejorar y mucho si quiere pelear alguna de las competencias en las que participa, y que apenas hay lugar para una evaluación rápida de lo que sucedió hoy en Núñez antes de enfocarse en el compromiso copero del próximo miércoles ante Bolívar, en la altura de La Paz. Atrás quedó un domingo diferente para el Mellizo. El de su primer superclásico como entrenador de Boca. Ahora, siguen otros desafíos.

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