Los guardaparques que cambiaron el calor sofocante del norte por 30 grados bajo cero

Julio Zocatelli y Santiago Gorini son los dos gardaparques que en febrero concluyen con más de un año de invernada en la base Orcadas, donde llegaron a vivir con 30 grados bajo cero, una amplitud térmica de casi 80 respecto de sus anteriores destinos, Formosa y Misiones.

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Para Zocattelli, los 13 últimos meses se convirtieron en su tercera experiencia antártica y recuerda que, más allá de la temperatura, “se le erizó la piel” cuando llegó a Orcadas por primera vez.

“Nos encanta estar en contacto con la naturaleza, realizando la logística para que, por ejemplo, los científicos puedan acceder a un lugar navegando en condiciones climáticas que cambian de un momento al otro”, señaló respecto de su trabajo cotidiano en la Antártida.

El guardaparque, que con anterioridad estuvo destacado en el Parque Nacional Iguazú, recordó que el año pasado la temperatura más extrema en la base antártica alcanzó los -43 grados de térmica.
“En esas condiciones, con un solo guante, si no tenés mitones y no tenés la cara cubierta, uno se congela”, explicó.

Por su parte, su compañero Gorini llegó a la Antártida luego de haber estado expuesto a los 57 grados de sensación térmica que se soportan en la reserva natural Formosa.

“Habiendo vivido un año reconfirmo que (Orcadas) es un lugar mágico, impresionante, no comparable con nada de lo que conozco. Recorrí 22 provincias y esto es un lugar muy particular”, señala el más joven de los guardaparques.

zocatelli
Ambos coinciden en que el tema de la temperatura no es lo único que diferencia un destino en la “Argentina americana” de lo que se vive al sur del Paralelo 60.
“Estoy acostumbrado a vivir en una seccional a 70 kilómetros de una población, en absoluta soledad. Acá nunca estuve solo, todo es compartido, es una prueba a la tolerancia”, explicó Gornin.
Los guardaparques, por su formación, destacan fundamentalmente la oportunidad de relacionarse con la fauna del lugar.Este año, Zocatelli pudo avistar un pingüino alvino, algo que se da en 1 de cada 300 mil ejemplares.Por su parte, Gorini elige un avistaje de ballenas jorobadas como uno de sus momentos preferidos del último año: “Eran tres jorobadas, que en mi vida había visto. Tenerlas a 5 metros en un bote que al lado de ellas que parece una caja de cartón es una de la experiencias más hermosas que viví en mi vida en el contacto con la naturaleza”, añadió.Respecto de la convivencia, y al igual que todos los que invernan en el lugar, los dos sostienen que la templanza es tan fundamental como el apoyo de los amigos y de la familia en los momentos difíciles.

Aislados viven las alegrías y las tristezas que sólo pueden compartir con sus compañeros de invernada.

“Me pasó que vinimos con un amigo, a quién le falleció su papá antes de salir, y su mamá estaba grave. El día que falleció ella lo sentí como si fuera mi propia madre, salimos a caminar por los glaciares abrazados. Es el ciclo de la vida, ahora tengo la suerte de que mis dos hijas van a tener sus hijos”, relató Zocatelli.

A pesar de las dificultades, ambos dicen estar enamorados de la Antártida, cambian cualquier dificultad por el placer de trabajar en estas latitudes y no dudan en afirmar que, si pudieran, volverían a trabajar en Orcadas.

“Acá uno disfruta del lugar que es fantástico, desde el día más soleado hasta el más oscuro, desde la nevada más intensa hasta el viento de 90 nudos (170 km/2). Es un sueño trabajar acá, concluyó Gorini.

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