Transiciones

Argentina irá este domingo por octava vez a las urnas desde la recuperación democrática en 1983. Ese ya es un triunfo de todos. Es el período más largo sin interrupciones golpistas y la última década también representa el mayor tiempo en que un modo de hacer política pudo sostenerse en el poder con serias chances de extenderse.
De todas, esta es la primera vez en el que el tránsito hacia el cambio de Gobierno no fue traumático. Las esperanzas puestas en Raúl Alfonsín quedaron truncadas en medio de la hiperinflación. Aquello de que con la democracia se “se come, se educa y se cura” fallaba en la práctica. No alcanzaba sólo con la democracia para darle respuestas a la sociedad. Pero Alfonsín tuvo que lidiar con los resabios golpistas y una economía volátil, incendiada por errores propios y presión de un establishment aliado al peronismo que esperaba agazapado.
Menem lo sucedió en forma anticipada y liquidó la hiperinflación en un par de años inaugurando la confianza del voto cuota. El costo fue elevadísimo, aunque muchos vivieron en una fiesta de pizza y champagne. Se malvendieron las empresas del Estado y se abrió en forma indiscriminada la economía generando un espiral de deuda, pobreza y desempleo. La grieta era visible, pero no ocupaba los titulares de los medios. Los piquetes de Cutral Co y Plaza Huincul fueron los síntomas emergentes de que algo andaba mal. Eran miles los desocupados que comenzaban a mirar la fiesta desde lejos.
Era la consecuencia de entrar por la ventana al “primer mundo” y un peso valía un dólar. En ese contexto asumió la alianza entre radicales y peronistas progres en 1999. La esperanza de alivio duró poco, ya que la receta de ajuste atada a la Convertibilidad no varió, estirando la agonía de millones de argentinos hundidos hasta el cuello en la ciénaga de la miseria. La Alianza debutó dejando en claro que el modelo se sostenía a sangre y fuego: dos muertos y 40 heridos en Corrientes en una feroz represión a estatales que reclamaban cinco meses de sueldos atrasados.
La despedida no fue mejor. Cinco muertes en Plaza de Mayo, un centenar de heridos y la declaración del Estado de Sitio marcaron la salida del radical que había prometido terminar con la corrupción y celebraba blindajes y megacanjes que engrosaban la deuda externa para emparchar una economía que se venía a pique desde hace tiempo.
De la Rúa tampoco completó su mandato y tuvo que huir por los tirantes con un país en llamas.
La transición tuvo a cinco presidentes en una semana y el aplaudido default, hasta que el senador Eduardo Duhalde fue ungido como “pacificador”, tarea que le duró dos años hasta la muerte de Kosteki y Santillán. Duhalde le puso fin a la Convertibilidad pero los problemas seguían siendo acuciantes. El llamado a elecciones anticipado tuvo como protagonistas a Carlos Menem, que eludió el ballotage y a un ignoto Néstor Kirchner, quien desde Santa Cruz, prometía lo que nadie había puesto sobre el tapete: “No somos el modelo del default ni el modelo de pagar la deuda a costa de la exclusión y hambre de los argentinos, generando más pobreza y conflictividad social”. Sacó apenas el 22 por ciento de los votos en 2003, pero el abandono de Menem lo coronó como presidente, cargo que asumió el 25 de mayo de 2003, fecha que marca el principio de un tiempo fundacional de la Argentina.
Comenzó a hacer lo que decía en la campaña. Renegoció la deuda externa con una quita inédita en la historia mundial, le pagó la totalidad de la deuda al Fondo Monetario Internacional y tomó medidas que fueron recreando lentamente el mercado interno, avasallado por la crisis y los años del trueque, recuperando el empleo y bajando sensiblemente los índices de pobreza. Fortaleció las alianzas regionales con Brasil, Uruguay, Venezuela, Ecuador y Bolivia y le dio la espalda definitivamente al proyecto del Alca, con un recordado desplante en Mar del Plata al mismísimo George Bush, patrón de la globalización de la economía que, paradoja, genera-ba una ganancia repartida en pocas manos. Al lado suyo, silencioso y hasta vilipendiado, Daniel Scioli trazaba su destino que lo llevaría en 2007 a ser gobernador de Buenos Aires.
Néstor Kirchner pudo haber sido reelecto, pero contra todos los pronósticos, cedió la candidatura a su esposa, Cristina Fernández, cuya carrera política era tan abundante como la propia.
Cristina asumió en 2007 pero poco duró el romance imaginado. Pronto estalló el conflicto con el campo y después la crisis financiera internacional golpeó a la economía local, excesivamente dependiente de las exportaciones de granos. La Presidenta tomó cada batalla como la última. De cada derrota nació una respuesta audaz. La Asignación Universal por Hijo, la jubilación sin aportes a través de la recuperación de los fondos jubilatorios en manos de las AFJP, la ley de Medios, la recuperación de Aerolíneas y de YPF, fueron algunas de las medidas que le permitieron recuperar el centro de la escena y la iniciativa política. La economía argentina se recuperó y creció durante varios años, con miles de nuevos puestos de trabajo generados, paritarias que aumentaban los salarios y un consumo interno que se disparó como nunca antes.
Fue la primera mujer reelecta en la historia argentina con un contundente 54 por ciento de los votos. Esa masa de sufragios significó el reconocimiento social a un modelo que transformaba la vida de millones de argentinos.
La propuesta trascendía las fronteras partidarias aunque había fracasado la formal idea de “transversalidad” política que tuvo a Julio Cobos como fugaz protagonista de la historia. Cristina sacó 11.865.055 de votos en 2011, más de tres veces más que los 3,5 millones de afiliados al peronismo que todavía quedan.
El modelo convertía en realidad sueños de muchos partidos que siempre quedaron a medio hacer o se sometían a los dictados de “los mercados”.
En los últimos doce años se crearon más de tres millones de puestos formales según un informe del Ministerio de Trabajo. En 2002, el sector empleador privado contaba con alrededor de 3,5 millones de asalariados registrados mientras que en el segundo trimestre de 2015 se contabilizaron más de 6,5 millones, con un 86 por ciento de crecimiento.
En el mismo período, once millones de personas consumidores volvieron a la clase media, según el especialista en análisis de tendencias de consumo y mercados, Guillermo Oliveto.
El analista destacó la reciente “recuperación moderada” de la economía -medida a través de la venta de autos, motos, electrodomésticos, entre otros factores- y juzgó probable que el conjunto de las capas medias “experimente una expansión de siete puntos en lo que queda del decenio”.
La mitad de la población se ubicaba en la clase “baja” tras el quiebre de la Convertibilidad, mientras 20 por ciento pertenecía a la clase “media baja”. Por el aumento del empleo y el salto del Producto Interno Bruto, en la actualidad sólo 14,7 por ciento de los consumidores pertenece al estrato bajo (con ingresos familiares mensuales de 3.950 pesos), y 32 por ciento al medio bajo (8.500 pesos por mes).
Esos once millones bien pueden explicar el nivel de imagen positiva de la Presidenta y el hecho de que sea la única que se recuerde que culmine un segundo mandato con tanta aceptación.
Claro está que subsisten enormes problemas y todos ellos tienen que ver con la economía y la calidad de vida de los argentinos. Pero una de las virtudes de Cristina -y de Néstor- fue haber recuperado el rol ordenador del Estado y sobre todo, una independencia económica de la que se gozó apenas durante breves intervalos de la historia nacional, signada por viles endeudamientos desde la época de Bernardino Rivadavia, exacerbados durante la última dictadura y la segunda década infame en las postrimerías del siglo pasado.
En medio de una feroz crisis internacional, la Argentina se mantuvo en pie y sostuvo firme la postura de negociar con dignidad con los acreedores. Está logrando triunfos inesperados y son muchos los países que comienzan a tomar la misma actitud. De a poco, la amenaza del juez municipal de Nueva York, Tomas Griesa, a quien algunos querían ir a rendir pleitesía como un virrey posmoderno, va perdiendo fuerza y ya nadie teme sus fallos.
Es esta, sin dudas, la transición más tranquila de la que se tenga memoria. El que asuma el 10 de diciembre recibirá un país ordenado, desendeudado, con paz social y más soberanía. No es poco. Son las bases para construir mejor sin detener la maquinaria.
No hay crisis económica ni social como en los epílogos de Alfonsín y Menem y la gobernabilidad está garantizada hasta el 10 de diciembre. No se aprecia una intención de menoscabar la gestión del candidato propio ni, siquiera, de minar el sendero de un eventual opositor.
Contra todos los pronósticos, Cristina no es candidata a nada y se esmeró en los últimos meses por correrse de la escena para dejarle el protagonismo al que quiere sucederla.
Tampoco hay un afán del sucesor interno de “hacer la suya”, sino que ofrece construir desde lo hecho sin necesidad de “medidas de shock”.
No es apenas un tributo a la confianza ni un gesto de “lealtad”. El estado de situación tiene tan alto grado de normalidad que obliga a los candidatos opositores a someterse a la dialéctica kirchnerista y prometer que no van a tocar las conquistas de los últimos años. Mutan, al ritmo del spot sensiblero, en aquello a lo que tanto desprecian. El tono, por supuesto, varía. Donde algunos ven derechos, otros ven planes sociales.
Para diferenciarse, un candidato promete que el país mañana será una fiesta y se ofrece como el “mejor para los mercados”, mientras que otro hace alarde de meter plomo y botas a los barrios humildes para terminar con la droga y la inseguridad. La tasa de felicidad de los mercados suele ser inversamente proporcional a la de la sociedad. Y en la Argentina, todavía está fresca en la memoria la dolorosa herencia de sangre de los militares mandados a cuidar la seguridad nacional.
La memoria, enorme herramienta política, no debe ser subestimada, aún en la era del zapping instantáneo y las búsquedas por Internet. Sirve para pensar el futuro y comprender el presente. Es fundamental para desatar nudos y entender el valor de las consignas de campaña. “Un cordobazo de crecimiento y desarrollo”, prometió corto y conciso un candidato presidencial cuya máxima preocupación parece ser la extensión de los discursos presidenciales por cadena nacional. Suena lindo. Pero el Cordobazo remite a otras connotaciones no tan armoniosas. Veinte muertos y cientos de detenidos fueron el resultado de aquella gesta del movimiento obrero levantándose contra la dictadura de Juan Carlos Onganía en mayo de 1969. ¿Hará falta eso para el “crecimiento y desarrollo”?
Lejos están las condiciones sociales y económicas de aquel sombrío Mayo argentino. Hace varios años que los cuarteles dejaron de ser la caja de resonancia de las imposiciones del establishment y los trabajadores gozan de paritarias que actualizan los salarios, tanto que para algunos, el problema pasó a ser el impuesto a las Ganancias. El desempleo es uno de los más bajos de la historia y ya no es un problema acuciante, aunque eso genere nuevas demandas que deben ser satisfechas. El acceso a la vivienda es una prioridad no satisfecha, atada a la especulación inmobiliaria y a un Estado durante mucho tiempo ausente de la regulación. Recién en los últimos años hubo una agresiva política para poder acceder a la casa propia, pero son pocas las provincias que pueden exhibir resultados, como Misiones, la primera del país en soluciones habitacionales per capita.
Esas nuevas demandas generadas por la inclusión de los últimos años sí plantean un dilema a resolver. Hay más chicos en el sistema educativo y miles de escuelas creadas. Pero en el corto plazo harán falta nuevos puestos de trabajo para contenerlos a todos. Y esos chicos de hoy reclamarán más viviendas y servicios para formar sus propias familias y proyectar su futuro. La experiencia reciente indica que sin un Estado presente, firme y ordenador, ninguna de esas demandas se resuelve por sí sola.
El ejemplo más cercano es Brasil, donde 40 millones de personas abandonaron la pobreza, pero pusieron en jaque al gobierno de Dilma Rousseff reclamando un sistema de transporte acorde a sus necesidades y sus bolsillos. Llegar es fácil, lo difícil es sostener las conquistas. Dilma lo está sufriendo en carne propia, con los embates de una derecha enfurecida que hace tambalear al poderoso Partido de los Trabajadores que extraña horrores a Lula Da Silva.
El ataque de la derecha a Dilma no es nuevo ni original. Lo sufrió Evo Morales, lo padeció Rafael Correa en Ecuador y llenó de achaques a Hugo Chávez en Venezuela. Argentina día a día sufre la especulación contra la moneda e incansables intentos de minar la gobernabilidad, impulsados por poderosos que perdieron privilegios y clases medias que miran con desprecio a los que irrumpieron desde abajo.
Argentina todavía no enfrentó, sin embargo, las demandas de los incluidos. Ese es uno de los desafíos que deberá afrontar el próximo presidente. Pero está claro, con la historia reciente a mano, que no basta con diálogo y buenas intenciones para arrancar alguna concesión al poder económico. La teoría del derrame fracasó estrepitosamente y un ajuste o devaluaciones para atraer inversiones no redundan en más empleo o una mejor distribución del ingreso.
En cambio, la apuesta a un mercado interno fuerte, a la industrialización de la materia prima y a la inclusión con la protección del Estado, generaron resultados visiblemente más positivos. No es casual que ningún candidato se anime a cuestionar las conquistas e incluso las adoptaron en sus discursos, aunque varíe sustancialmente el cómo harán para sostenerlas.
Es eso lo que está en juego, en definitiva, este domingo. El cómo sigue la historia.
Son doce años que marcaron una forma distinta de hacer política y que corrieron los límites. Argentina demostró que se puede vivir sin someterse a organismos financieros ni arrodillarse ante fondos buitres. Generó condiciones de inclusión y de desarrollo inéditos en la historia reciente. Lanzó al espacio dos satélites y planea varios más para los próximos años. Recuperó soberanía política y a miles de expulsados del 2001, entre ellos cientos de científicos que volvieron a creer que se puede, cuando antes los mandaban a lavar los platos.
Por eso el kirchnerismo optó por buscar garantizar la continuidad del modelo con un candidato más moderado -o light para los más fanáticos- que mantenga las bases políticas.
El gabinete federal que imaginó el aspirante a sucesor es una muestra de respaldo y territorialidad de la que carecen los rivales, encerrados en sendos municipios y sin poder hacer pie en las provincias.
Sostenerse es lo más difícil y después de tantos años, no viene mal un respiro. El estilo K es un contrapeso irritante para muchos que no entienden de cadenas nacionales.
En este periodo de transición, es el Gobierno el que retiene la iniciativa y obliga a la oposición a discutir en sus términos. Por eso, la mayor aspiración de los rivales para este domingo es forzar una segunda vuelta. Son dos o tres puntos los que decidirán si todo culmina hoy o habrá que esperar a noviembre.
El norte del país jugará un rol trascendente. Sigue siendo la región más postergada, pero al mismo tiempo es la que más inclusión ha generado. En Misiones las PASO -encuesta real para todos- marcaron claramente las preferencias y aunque los resultados no se celebran hasta que se cuenten los votos, el optimismo y la resignación dominan desde hace varias semanas a los dirigentes de uno y otro bando.
En uno, el discurso ha sido claro y sin ambivalencias a favor de la continuidad. La campaña se basó en las cosas para mostrar y en plantear algunas disidencias a viva voz, sin amilanarse. El proceso fue paralelo y muchas veces anticipado al que conduce los destinos de la Nación. Aquí también el desendeudamiento y la autonomía política son una marca registrada. El misionerismo surgió como vocablo popular que honra por igual a los próceres guaraníes y el tesón de los primeros colonos que se abrieron camino en el monte para poner a producir la tierra colorada.
Los otros, en cambio, perdieron tiempo valioso en riñas internas que dilataron cualquier posibilidad de acuerdo. Hay otros nueve candidatos a gobernador de los cuáles, varios van en alianzas nacionales mientras se desprecian en la pulseada local y otros son partidos menores que sueñan con alguna vez pertenecer al lote de las grandes ligas.
En Misiones las expectativas son altas. Es el noveno distrito electoral y la suma de votos tiene trascendencia nacional, por cantidad y capital político. Hace más de un año una foto en el Teatro de Prosa marcó el rumbo y desde entonces los vínculos se fueron fortaleciendo con gestos inequívocos. Por primera vez puede haber un ministro misionero no llevado de apuro.
El Frente Renovador arriesga 18 de las 20 bancas que se renuevan y debe hacer una muy buena elección para garantizarse la supremacía propia en la Legislatura. La oposición apuesta a colarse en el reparto y dar sorpresas en algunos municipios.
Hoy se develarán todos los interrogantes. La transición entrará en su etapa final cuando se abran las urnas. Solo resta esperar que se respete la voluntad popular y que no se intente ensuciar el proceso electoral. Las medidas de seguridad y transparencia están garantizadas y al alcance de todos los partidos aunque algunos no logren cumplir con el reparto de sus propios votos ni con el número de fiscales necesarios para controlar los comicios.
Es un domingo de fiesta democrática. Hay que celebrar la posibilidad de ir a las urnas y elegir con libertad. Es un bien preciado del que Argentina no siempre gozó.

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