El inigualable Ramón Méndez: “El chamamé es la madre”

Ramón Méndez es, junto a figuras como Isaco Abitbol, Tránsito Cocomarola, Tarragó Ros, Blas Martínez Riera y Ernesto Hugo Montiel, un fiel exponente del chamamé tradicional, ese mismo que se abrió paso en las marquesinas porteñas y se convirtió en un fenómeno popular de alcance internacional entre los años 50 y 60. Dueño de una técnica incontrastable, en la figura de Ramón Méndez se refleja ese presente con aroma a un pasado tan lejano como extrañado, el de los verdaderos compositores de chamamé.
“Yo no estoy acostumbrado a entrar en la chacra ajena”, le dijo don Tránsito Cocomarola a un periodista una vez. “Yo no me estoy por poner el sombrero ni la ropa de otro para hacer gala, yo toco lo que produzco”. Y en las palabras del gran maestro se refleja la filosofía de este artista que aún hoy, a los 82 años (su Libreta de Enrolamiento certifica su nacimiento un 25 de mayo de 1933) le siguen pidiendo composiciones para los nuevos intérpretes.
“El gobernador de Corrientes me dijo que me daba cualquier cosa, pero que por favor, no deje de escribir”, relata don Ramón. “Es que las nuevas generaciones son muy virtuosas, pero ya casi nadie compone obras nuevas”… Y es sólo cuestión de sentarse en las gradas de cualquier festival y los clásicos de antaño se repiten reversionados por artistas de la nuevas generaciones una y otra vez.
Así entonces, quien fuera su miembro fundador, será homenajeado por la organización que vio nacer el próximo domingo 1ro de noviembre en festival Haciendo Caminos, organizado por laAsociación Argentina de Intérpretes (AADI). Esa noche, en el Centro Multiculural del 4to Tramo de la Costanera, también actuarán Ricardo “Cacho” Barchuk, Jorge “Tano” Fiorio y Los Hermanos Britez. El evento será libre y gratuito.

El hombre detrás del Doble A
A pesar que le fueron sustraídos sus dos ejemplares de la mítica marca alemana que inmortalizara Piazzolla con su obra “Tristezas de un Doble A”, es imposible separar la figura de Ramón Méndez de su bandoneón. Invitado a compartir una tarde junto a su familia, los recortes de diarios de época y fotografías en blanco y negro se suceden en orden casi aleatorio al compás de sus recuerdos.
Adentrarse en el universo de Ramón Méndez es meterse en un mar de anécdotas de mil colores. Desde el blanco manchado del caballo pinto de Perón (al cual cepilló mientras hacía el servicio militar en el Escuadrón I de Palermo) a ser tocado en el hombro por un tal AstorPiazzolla y recibir un “bien pibe, vos tocás muy bien”, cuando el ángel del bandoneón alguna vez lo oyó tocar. También puede relatar entre jocoso y serio que descubrió a Luis Landriscina en una cantina en Villa Ángela y lo convocó a actuar al Festival del Litoral.
“Yo traje a Landriscina cuando todavía tenía pelo y a Mercedes Sosa cuando era flaca”, relata sonriente con un profundo y transparente brillo en sus ojos negros y vivaces.
Definitivamente, Ramón Méndez no acredita los años que le enrostra el almanaque. Tal vez su secreto sea esa rebeldía eterna, la misma que lo llevó a nunca decir las palabras justas para quedar bien con la persona justa. Su incorrección política, su generosidad imbatible (que lo indujo a desprenderse de gran cantidad de material original y recuerdos valiosos de la época) y lógicamente el yoga que practica desde hace ya varios años junto a una alimentación naturista y ejercicios de respiración. Claro que no todo puede ser cuidado del cuerpo, también hay que cuidar el espíritu: “De todos modos, una vez a la semana me pego una escapada a un asado y vino con los amigos”, reconoce con mirada cómplice. “Así como me ves, hace veinte años que no visito a un médico”, y se nota que es verdad.
Convertido en “patrón de estancia” a los 13 años, en una época en que para ser comisario había que tener tres o cuatro muertes en el haber, por decisión familiar fue a estudiar a Buenos Aires. Allí fue parte de esa primavera chamamecera en la gran ciudad, una época en que IsacoAbitbol y Tránsito Cocomarola se codeaban al tú por tú con Troilo y Piazzolla. Así se convirtió en “valijero” (hoy se le dice “plomo” o asistente) de Isaco mientras hacía el servicio militar (en el Escuadrón I, de Palermo, y allí fue donde rasqueteó el caballo de Perón).

Junto a Don Tránsito, y el comienzo de la leyenda
“Tránsito hablaba poco, y siempre en guaraní. Ya me tenía visto por ahí, y cuando me vio tocar por primera vez me dijo ‘dejate de joder en el campo, vos tenés que tocar’”, relata entre mate y mate. “Allí comenzó a llevarme a ver músicos anónimos, esos que vienen del campo y que nacieron con el don. Pedrito Montenegro tocaba en el Punta Tacuara, en Corrientes, o en El Piso. Coco admiraba cómo esos tipos tocaban de oído y replicaban en el acordeón lo que escuchaban en los discos de Coco, una cosa de locos. Pura intuición, así aprendí mucho”.
“Comencé tocando la guitarra, mis tíos y mi papá tocaban algo, y en el campo hay que tocar la guitarra, aunque sea rascarla. Así comencé a acariciarla, pero no me transmitía nada. Así comencé con el acordeón, pero el bandoneón me sedujo. Leopoldo Federico me dijo una vez que nadie tocaba como yo. ‘Sufriste mucho’, me dijo. Es que yo agarraba una tecla y no la largaba, toco con mucho sentimiento. El acordeón es más fiestero, mientras que el bandoneón es más sufrido, más romántico”.

Salvando a una multinacional
En tiempos en que la discográfica Odeón dominaba el mercado del folklore, en un momento llegó la Phillips y le ofreció el doble deregalías a los tangueros y a los folkloristas, así se llevó los chamameceros que estaban con Odeón. “Cocomarola, Isaco, Tarragó Ros, Ernesto Montiel, Damacio Esquivel, se fueron todos. Por esa época yo estaba llevando una tropa de caballos por Eldorado, y llega una persona y me dice ‘le están buscando de Buenos Aires’. Llegué a mi casa en Posadas, por calle Catamarca, y me dicen que me esperaban de Buenos Aires por recomendación de Coco e Isaco”.
“Armando Nelly (que le fungió como mecenas) me dio las instrucciones de cómo llegar y comportarme en la ocasión (recordemos que Ramón Méndez era apenas un jovencito que recién había terminado el servicio militar). Así Santiago Adamini (presidente entonces de SADAIC y Director Artístico de Odeón) me hizo firmar el primer contrato. Hablamos del repertorio, le dije que tocaba algunos temas de Isaco y de Cocomarola. ‘¿Quién es Cocomarola?, ¿Quién es Isaco? Acá hablamos de Ramón Mendez’’, me replicó. Allí no entraba en la silla de orgullo y satisfacción. ‘En 20 días vamos a estar grabando, porque no vamos a dejar que los otros graben antes que vos’ me dijo, y me pasó una lista de guitarristas para que ensayemos. Eran todos concertistas de guitarra y trabajaban en el puerto como capataces y guitarreaban para los terratenientes”.
“Me mandaron con un chofer al puerto, y yo ya los conocía a todos, pero de amanecer tocando. Cuando llego a la tarde estaban los muchachos controlando la carga del barco. ‘Todavía ni oscureció y ya estás por acá’, me dijeron, ‘vení más tarde’. No señores, estoy por grabar en Odeón y vamos a trabajar juntos, les dije. Allí me miraron sorprendidos. ‘Andá al bar y pedí una cerveza, en un rato nos vemos’. Allí me dijeron que no acepte vivir en un hotel (me estaban por hacer vivir en uno por la calle Corrientes junto a Luis Alberto del Paraná), porque eso haría que tuviéramos que ensayar en Odeón, con horarios marcados y todo muy estricto. ‘Pediles que te alquilen una casa en La Boca, así podemos ensayar allí, porque en Odeón te marcan el paso’. Volví a la compañía y les explique lo que quería y en una hora tenía una casa amoblada en La Boca. Casi me puse tuberculoso de tanto ensayar”.
“También va a venir un paraguayo llamado Meza (Luis Osmer Meza), y le pusimos de nombre Luis Alberto del Paraná”, me dijo Adamini. “Yo no quiero ningún seudónimo”, fue la respuesta de este rebelde por naturaleza, y así quedo para la historia el nombre de Ramón Méndez.

Enseñanzas
“Esta música hace raíz en Corrientes por el idioma, viene de músicas de autores anónimos. ‘El Carau’, ‘La Llorona’, todos eran en guaraní, y los adopta Corrientes. Pero la música no tiene límites ni fronteras. El chamamé viene de la Guerra de la Triple Alianza y la del Chaco. La armonización y el sentimiento del ser humano que clama por el amor de la tierra, por el hijo, por la madre. El chamamé es eso, es la madre.
Luego de tantas anécdotas y verdades surgidas de la boca de una leyenda como este gran señor, sólo restó sentarse frente al computador y tratar de ser lo más fiel posible a su espíritu, sabiendo que sería una tarea casi imposible de lograr.

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