El Gran Carlos Duttweiler

Con su metro y cuarenta de estatura, Carlos Duttweiler pensó que no podía dejar pasar la oportunidad cuando conoció a Juliana, que no llegaba al metro cuarenta. 35 años él, 40 ella, más que un casamiento en lo que coincidieron fue en un contrato luego de entender que al tener problemas comunes la vida podía ser más fácil para ambos si la enfrentaban juntos.

A los dos años decidieron que querían tener un hijo, y adoptaron a Carlitos. Así, se completó una familia que ha sabido enfrentar las dificultades en unidad y han salido adelante. Hoy, Carlos tiene 75 y junto a Juliana de 80 y Carlitos de 38, agradecen a sus clientes y a todos los que de alguna manera pasaron por sus vidas, lo que la memoria le permite recordar, a tantos años de esos primeros pernos, dudas y temores.

De origen suizo, debido a la dificultad con el idioma, de niño Carlos repitió varias veces y no pudo superar el sexto grado. Un día se enteró de la posibilidad de estudiar a distancia para ser relojero, lo que por su estatura a su familia le pareció una buena opción.

En el año 1953, a los 14 años, en su Ruiz de Montoya natal, comenzó a dar sus primeros pasos como relojero. Pero no fueron fáciles y por recomendación de su familia tuvo que mudarse a Puerto Rico ya que en su localidad le costaba mucho cobrar su trabajo porque uno era su amigo, el otro era su vecino, y así.

Tenía una moto y cada fin de semana se trasladaba a la casa de sus padres a buscar los relojes que le dejaba la gente para arreglar y el siguiente fin de semana los entregaba. Aprendió mucho de otros relojeros que le instruían con generosidad, y hasta trabajó 6 años para la famosa Relojería Carlitos.

Hoy, Carlos valora las exigencias de su padre: “mi papá me exigió mucho, con él aprendí a no aflojar, a esforzarme, a pelear por lo que uno quiere y puedo decir que toda la vida trabajé de lo que me gusta, y hasta hoy trabajo, pero ya por vicio nomás”, explica a EL PERIÓDICO.

Pero además, Carlos es un hombre de fe: “gracias a Dios aprendí a tener paciencia, a saber esperar, a no angustiarme, toda la vida fui un hombre de fe y me congregué en la Iglesia Nueva Apostólica”, explicó.

No muy allegado a los deportes, sí a la pesca y a la bicicleta, hoy cuenta con una moto a su medida que lo traslada a donde necesita ir.

“A veces los chicos se burlan, mirá que chiquito el viejito, me dicen, viste que los niños hoy en día son más despiertos que antes, pero yo me río nomás”, cuenta.

“Quiero agradecerle a toda la gente que me ayudó, a mis clientes de siempre, a mis antiguos vecinos de Ruiz de Montoya donde crecí y siempre me acuerdo de todos”, finaliza este hombre pequeño de estatura pero grande de corazón y espíritu que hoy continúa con su taller sobre la calle Estrada de Puerto Rico, arreglando relojes, pero más que nada máquinas de coser, porque la vista ya no ayuda.

Texto: Sergio López
Foto: Anz Towa

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