Reflexión dominical de Monseñor Juan Martinez Obispo de Posadas

Este domingo estamos viviendo un acontecimiento muy importante para nuestra Diócesis. La Jornada de los catequistas que realizamos en el polideportivo del Santa María. Son miles los catequistas de nuestra Diócesis y queremos juntos rezar, reflexionar y compartir celebrando el día del catequista. En esta oportunidad reflexionaremos sobre la comunión para la misión.

En la base está el querer seguir encarnando el Concilio Vaticano II, en su documento “Lumen Gentium” sobre la teología del pueblo de Dios, sobre la comunión y participación, una pastoral mas orgánica, la necesidad del armado de las juntas de catequesis parroquiales, el sabernos comprender que nuestra misión no es individual, sino que la realizamos en una comunidad para misionar. Agradecemos a Dios la posibilidad de este encuentro con la certeza que Él nos anima en esta misión como catequistas.
El Evangelio de este domingo (Jn. 6,51-59), nos sigue relatando la multiplicación de los panes con una significación eminentemente eucarística. En realidad este capítulo seis de San Juan fundamenta el maravilloso don y milagro que realizamos en cada Misa que celebramos, donde el pan y el vino ofrecido se hacen el mismo Cuerpo y Sangre del Señor, actualizando lo que el mismo Señor realizó en la última Cena, “La Misa de todas las misas” que celebramos. El Señor dice: “Yo Soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo… El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn. 6,51.54a).
“La Misa”, la eucaristía no es solo un acto devocional o solo un precepto que hay que cumplir, sino que culmina, plenifica y alimenta el llamado que todos los cristianos tenemos de vivir la virtud de “la caridad”. “La Misa” es el amor donado de Jesucristo, el Señor, en la Pascua. Por eso nosotros junto al pan y el vino, en la ofrenda de la Misa, ofrecemos nuestra propia vida. Ese amor implica amar a Dios y al hermano. La Escritura respalda este llamado en muchos textos: “Si alguno dice: “amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1 Jn.4,20).
En el contexto de nuestro tiempo la palabra amor la utilizan mucho, pero la mayoría de las veces se la vacía de sentido, y lo que es llamado amor es “solo” una expresión de sentimientos pasajeros y mera posesión de algo o alguien. La encíclica “Deus caritas est” (Dios es amor), señala la necesidad de realizar un camino o itinerario del amor. Esto es un servicio indispensable para este inicio del siglo XXI donde el individualismo y la fragmentación fundamentalmente mercantilista, deshumanizan y ensombrecen nuestra cultura y sociedad. Es Dios el que inicia el encuentro de amor con el hombre. Dios nos ha amado primero, dice la carta de Juan (1 Jn. 4,10). “En el desarrollo de este encuentro se muestra también claramente que el amor no es solamente un sentimiento, los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa chispa inicial, pero no son la totalidad del amor. Al principio hemos hablado del proceso de purificación y maduración mediante el cual el eros llega a ser totalmente el mismo y se convierte en amor en pleno sentido de la palabra. Es propio de la madurez del amor que albergue todas las potencialidades del hombre e incluya, por así decirlo, al hombre en su integridad” (17). Es por eso que reitero aquello que el Papa nos pide que tengamos en cuenta en nuestras comunidades, y se liga al texto bíblico de la multiplicación de los panes de este domingo: “Nuestras comunidades cuando celebran la Eucaristía han de ser cada vez más conscientes de que el Sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse “pan partido” para los demás, y por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno… En verdad la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo” (88).
La caridad, el amor bien entendido, es el fundamento al reclamo legítimo de nuestro tiempo de comprometernos por la inclusión de tantísimos hermanos que por distintas razones están marginados; de una comprensión integral de todos los derechos humanos, también de los niños por nacer que en general gravemente son olvidados por los abortistas; de la misma dignidad humana ausente en los productores de programaciones mediáticas que lesionan y perjudican a nuestros adolescentes y jóvenes, así como tantas propuestas nocturnas marcadas con la convivencia del alcohol y la droga. La virtud de “la caridad” y el amor inmerso en los sistemas sociales siempre generan un humanismo con valores, y un horizonte de esperanza.

¡Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo! Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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