Las intervenciones durante los primeros 1000 días de vida de una persona condicionan el capital humano de una Sociedad

“Los primeros mil días representan una verdadera ventana de oportunidad en el desarrollo de las potencialidades del niño. Si éste padece carencias, tanto nutricionales como afectivas y de distintos estímulos de su entorno, lamentablemente quedará expuesto a un riesgo aumentado de pérdida de crecimiento durante ese período, sacrificando la oportunidad de alcanzar su máximo potencial”. Así lo afirmaron especialistas en nutrición durante un Simposio de Programación Nutricional Temprana, realizado recientemente en Buenos Aires.

“Si el crecimiento óptimo, expresado en un peso y talla  ideales para una persona   comienza  a alejarse de la meta esperada por cuestiones nutricionales, afectivas o del entorno, puede transformarse en una pérdida difícil de recuperar”, destacó Norberto Giglio, médico pediatra, especialista en farmaco-epidemiología por la Universidad Autónoma de Barcelona, y Director Médico del Grupo Pediátrico Belgrano R.

El crecimiento saludable es importante en todas las etapas de la vida. Sin embargo, el periodo comprendido desde la gestación a los dos años de vida es el de mayor plasticidad epigenética; en otras palabras, es un periodo de los denominados “ventana critica”, en que la nutrición influencia la potencialidad de expresión génica, de manera que la persona pueda alcanzar en su futuro el mayor rango posible de inteligencia, creatividad, fuerza muscular, capacidad reproductiva y salud en general.

“La epigenética es reconocida como la base molecular que interviene en el origen se la salud y la enfermedad. Determinados estímulos nutricionales en etapas críticas como son los primeros mil días, pueden tener una influencia sostenida en el tiempo en la expresión de varios genes”, explicó la doctora Verónica Mericq, médica especialista en endocrinología pediátrica del Instituto de Investigaciones Materno-Infantil de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

Este concepto se ensambla con el de ‘capital humano’, que no es otra cosa que  el desarrollo al mayor rango posible de la inteligencia, la escolaridad, la fuerza muscular, la capacidad reproductiva y el menor riesgo de padecimiento de enfermedades crónicas no transmisibles, que, desde una perspectiva económica, se traduce en una mejor inserción laboral y mayor capacidad productiva.

En ese sentido, el capital humano, una idea concebida en los años ’60, representa que toda persona tiene algo que aportar a su país, generalmente expresado de un abordaje económico, y que hace que los análisis de costo-efectividad puedan dimensionar en valores de capital humano qué es lo que realmente se pierde cuando una persona se enferma o muere.

Invertir en salud desde los Primeros 1000 Días

Cada vez más países de bajos ingresos están entendiendo la importancia de invertir en salud durante los primeros años de vida: a mayor cantidad de vidas salvadas, lo cual está íntimamente relacionado con los programas de nutrición, se logrará un mayor capital humano en el futuro.

Existe toda una serie de intervenciones tendientes a reducir la mortalidad infantil y que contribuyen a la construcción de una sociedad con más oportunidades para que las personas desplieguen todo su potencial: lactancia materna prolongada, clampeo oportuno del cordón, suplementación vitamínica a la embarazada o alimentación complementaria adecuada del niño, entre otras.

Si la expectativa de vida al nacer de un país dado alcanza por ejemplo los 76.5 años, por cada chico que fallezca antes de los 6, en términos generales,  se perderán 70 años de una vida productiva. Si sumamos muchos setenta años, esa sociedad pasa a perder miles de años, lo que se traduce en una pérdida irreparable de  capital humano para un país.

En contrapartida, si uno aplica inversiones en salud que eviten esas muertes y garanticen más años de vida en la población, el costo por año ganado terminará recuperando con creces la inversión llevada a cabo en todos esos programas de salud y de crecimiento integral. Diversos estudios marcan que programas contra la desnutrición en países carenciados permitirían reducir entre un 15 y un 20% la cantidad de muertes en la infancia.

Un niño bien alimentado y criado en un entorno favorable y afectivo tendrá más meses de escolaridad, un desarrollo intelectual mejor, mayor inteligencia y capacidad de concentración. Nutrientes esenciales, como el hierro, son en sí mismos una garantía que contribuirá a un mejor desarrollo neuronal y a mayores posibilidades de una mejor escolaridad.

Un estudio[1] llevado a cabo en Guatemala demostró que una intervención temprana en los primeros años de vida, fundamentalmente dirigida hacia una alimentación que contenga los nutrientes esenciales, puede lograr que las personas aumenten el capital humano y generen más dinero para sí mismas. Incluso permitió medir la cantidad de dinero expresada en dólares por hora de trabajo en la adultez de aquella población que recibió la intervención.

“La mayoría de los estudios coincide en la importancia del desarrollo de los primeros mil días en el crecimiento del bebé, y en la talla como uno de sus principales indicadores: si el niño crece bien, su capital humano aumenta y su mortalidad a corto plazo baja. Lamentablemente, se produce el resultado inverso si el crecimiento no es el adecuado”, insistió el Giglio.

Por otro lado, el aumento de peso rápido después del nacimiento se asocia con el desarrollo a futuro de enfermedades crónicas no transmisibles, como obesidad, diabetes, hipertensión arterial y afecciones cardiovasculares en general. No obstante, el peor de los escenarios se presenta en aquel niño que está por debajo del ideal en los primeros dos años y que después comienza a ganar peso; en ese caso, baja su capital humano y aumenta su riesgo de contraer enfermedades crónicas. Esto se ve en aquellos niños cuyas madres tuvieron un mal embarazo, con problemas de nutrición, y que después de los dos años alimentan mal a sus bebés y los crían en un ambiente sedentario y sin un entorno afectivo adecuado.

A este respecto, la doctora Verónica Mericq sostuvo que “cambios en los niveles de glucemia y presión arterial de la madre durante el embarazo, que en parte están determinados por el genotipo de la madre, ejercen una influencia en la nutrición y crecimiento fetales y pueden contribuir a aumentar el riesgo de enfermedades en el niño por nacer, tanto por la ‘impresión genética’ como por la programación intrauterina”.

Es clara la asociación entre la ganancia de peso de la madre durante el embarazo y el riesgo aumentado de obesidad y determinación de rasgos metabólicos y vasculares para el bebé durante la niñez[2].

Un estudio demostró el vínculo entre vida sedentaria del hijo y el entorno prenatal de la madre, exacerbado por una alimentación hipercalórica luego de nacer[3]. Existe evidencia sólida de las diferencias epigenéticas persistentes asociadas a condiciones nutricionales desfavorables durante el embarazo. El peso corporal de la mujer antes de la concepción y su patrón de ganancia de peso durante el embarazo predisponen a cuadros como la diabetes gestacional.

El síndrome metabólico en la infancia, predictor de enfermedades no transmisibles en el futuro, está asociado por el peso al nacer, la obesidad de la madre y la presencia de diabetes gestacional[4]. En la misma línea, la Dra. Mericq remarcó que “el estado nutricional de la embarazada condicionará al niño por nacer, en términos de ganancia de peso, metabolismo de las grasas y patrones de ingesta de alimentos, entre otros aspectos”.

Principales intervenciones para los Primeros 1000 Días

a) Controles. Desde la concepción, lo cual implica que las madres se hagan los controles, que reciban suplementación como con ácido fólico, que es un nutriente que disminuye el déficit del tubo neural en el recién nacido, pero este concepto incluye a toda la suplementación vitamínica que el profesional considere que pueda estar en carencia.

b) Nutrición en el embarazo. La mamá deberá cuidar su balance nutricional, su peso corporal y realizar actividad física según sus posibilidades para que el bebé crezca normalmente en el útero y después se alimente bien. El aumento de peso en el embarazo debe ser cuidadosamente monitoreado, siguiendo estándares de acuerdo a si la madre esta eutrófica (peso normal), sobrepeso u obesa al momento de embarazarse.

c) Alimentación del bebé. Una alimentación saludable, fundamentalmente durante los dos primeros años de vida del bebé, primero a través de la lactancia materna en forma exclusiva hasta los seis meses, y luego incorporando la alimentación complementaria siguiendo las recomendaciones del pediatra o nutricionista.

d) Vacunas. La aplicación de todas las vacunas recomendadas por el calendario oficial gratuito y obligatorio, tanto para la embarazada como para el bebé.

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