El miedo o pánico escénico

Uno de los padecimientos más temidos a la hora de hablar en público es el llamado miedo o pánico escénico. Hablar frente a otros nos desafía no sólo discursivamente, si no sobre todo, emocionalmente poniendo a prueba el modo en que nos miramos a nosotros mismos.

Periódicamente, tengo oportunidad de entrenar a diferentes profesionales, estudiantes, amigos que se acercan para mejorar sus habilidades de oratoria y comunicación. Algunos están convencidos que sus errores son discursivos. Otros mencionan sus dificultades para acomodar las manos, o para moverse cuando están hablando. Pero pocos, muy pocos se animan a reconocer el temor visceral que sienten al hablar en público.

 

Escucho incansablemente hablar del miedo a que “nos miren”, “nos juzguen”, “nos escuchen” los otros. Decimos que nos da vergüenza “hacer el ridículo” o “pasar desapercibidos”. Sostenemos que “si son muchas personas es peor”, pero también “si son pocas puede ser peligroso, porque hay conocidos”. Básicamente, armamos escenarios de terror sobre “los otros”, “el público”, “la audiencia”… cuando en realidad el mayor de los desafíos tiene más bien que ver con la mirada y la aceptación de nosotros mismos.

¿Cómo dejar entonces de juzgarnos tan severamente, para poder aprender? ¿Cómo dejar de suponer lo que los otros piensan, para comenzar a ocuparnos de lo que nosotros pensamos y ser capaces de decirlo de manera coherente? ¿Cómo abandonar la copia absurda de actores televisivos y políticos argentinos que suenan más bien a disco rayado pasado de moda, que a un discurso auténtico y creativo.

El miedo escénico se describe como un estado inhibitorio que reduce nuestra efectividad comunicacional, e impide el despliegue de gran parte de nuestras capacidades expresivas. Sin embargo, el miedo escénico, también es habitual entre artistas, músicos, bailarines, deportistas, que tienen que estar ante una audiencia, aunque no pronuncien una sola palabra.

Sentimos como si estuviésemos desamparados frente a una jauría de lobos, cuando en realidad sólo se trata del público, nada más. El pánico escénico, generalmente, forma parte de una situación amenazadora que está siendo imaginada por la persona, pero que casi nunca es real. El inconveniente, es que como consecuencia de esa sensación de amenaza se suceden una cadena de respuestas cognitivas, fisiológicas y conductuales poco útiles para el orador.

Nos sonrojamos, nos ponemos ansiosos, o preocupados. El cuerpo se tensiona y pasamos de la movilidad a la rigidez corporal. Algunas personas se inhiben, otras se paralizan, tartamudean, se enojan, se confunden o se bloquean. Y la gran mayoría elige huir, o en el peor de los casos directamente evitar la exposición.

Podríamos quizás, comenzar a reconocer que el miedo será muchas veces un elemento más de la oratoria. Para atenuarlo, necesitaremos conocer el tema a fondo, prepararnos, construir un discurso ordenado, y sobre todo dominar la manera de transmitirlo.  Las teorías sobre el tema pueden ser abundantes. Sin embargo, las mejores formas de superar el temor serán siempre la práctica continua y el ajuste a partir de una auto-evaluación o guía profesional constructiva.

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