La increíble historia del médico que se operó a sí mismo

El cirujano ruso Leonid Rogozov se encontraba en una expedición soviética en medio de la Antártida, cuando ocurrió algo inesperado: “Parece que tengo apendicitis”, escribió en su diario, con fecha del 29 de abril de 1961. Llegar hasta el lugar les había tomado 36 días y no había más médicos entre el equipo, por lo que debió enfrentar a la muerte por sí solo.

Aunque parezca imposible de creer, este médico logró extirparse a sí mismo el apéndice y con éxito, tras dos meses sintiendo náuseas y dolor en la parte inferior del abdomen. Al principio, Leonid se lo ocultó a sus compañeros: “Me estoy quedando callado sobre esto. Incluso sonriendo”, como recoge el medio inglés Metro.

Y agregó: “¿Quién de ellos podría ayudarme? El único encuentro con la medicina de un explorador polar es haber estado en la silla del dentista”. Hasta que una noche no pudo dormir más debido al dolor, “tengo que tomar la única salida posibles: operarme a mí mismo. Es casi imposible, pero no puedo bajar mis brazos y rendirme”, anotó en su diario.

Le pidió a sus colegas que esterilizaran y limpiaran su habitación para convertirla en su sala de operaciones. Un meteorólogo y un mecánico se encargaron de pasarle los instrumentos durante el procedimiento. Él apenas utilizó un espejo: decidió sacarse los guantes y lograrlo “a puro tacto”.

“Trabajo con guantes, es difícil ver. El espejo ayuda, pero también confunde: después de todo, muestra todo al revés. Al final estoy trabajando a puro tacto”, explicó. Él elevó la parte inferior de su cuerpo para poder trabajar mejor: simplemente se inyectó novocaína como anestesia local, abrió una incisión en su abdomen y comenzó.

“Estaba asustado también. Pero luego tomé la aguja con la novocaína y me puse la primera inyección. De alguna forma automáticamente cambié a modo de operación y desde ese punto, no me di cuenta de nada más”, agregó. Sólo cometió un error: dañar accidentalmente el cecum -al comienzo del intestino largo-, por lo que debió suturarlo. Pero finalmente logró extraer el apéndice herido.

“En el peor momento de remover el apéndice, dudé: mi corazón creció y se puso más lento, mis manos se sentían como goma. ‘Bueno’, pensé, ‘esto terminará mal’. Y todo lo que me quedaba era remover el apéndice. Y después, me di cuenta de que ya me había salvado”. Tras eso, aplicó antibióticos y cerró la herida, salvando su propia vida y convirtiéndose en uno de los pocos casos de “auto cirugía” de la historia.

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