¿Endeudarnos para crecer?

Los estudios acerca de las finanzas siempre exponen las bondades de acercar los recursos a través del financiamiento de las empresas para mejorar su rentabilidad, haciendo un apropiado uso de los mismos, potenciando el conocido efecto “leverage” en el que el crédito “apalanca” la rentabilidad de la empresa.

En el sector público el análisis puede ser muy diferente.

Hoy escuchamos con atención, transcurrido los momentos previos de la elección nacional, en la que –seguramente- se discutirán modelos políticos y también económicos de gestión, voces que advierten sobre las ventajas de endeudar al país para hacer que lluevan los tan ansiados dólares que escasean y provocar un salto de crecimiento económico al país.

La historia argentina expone con dureza que no nos fue muy bien ni mejor que en otras épocas cuando nos endeudamos.

CUADRO 1 ARTICULO SAFRAN ABRIL 2015

Si consideramos el período de la última dictadura militar que elevó la deuda pública de U$S 7.000 Millones a cerca de U$S 40.000 MM entre los años 1976 a 1982, analizamos que: en ese período el PBI total pasó de U$S 213.232 MM a U$S 218.314 o sea creció tan solo 2,4% en esos 6 años, a un promedio de 0,4% anual.

La tasa de desocupación aumentó de 4,8% a 5,3% de la población activa, y el salario del peón industrial disminuyó de $2.643,32 a $ 2.553,67 (caída de 3,4% en términos reales).

Los indicadores oficiales de la pobreza registraron un aumento de 3,8% a más del 8%.

La “lluvia de dólares” tampoco sirvió para calmar el tipo de cambio que aumentó 22.199% en esos 6 años (¡!) o sea la friolera de aumento promedio de 261% anual de incremento de la cotización del dólar.

A la inflación no le fue mucho mejor: una inflación acumulada de 21.394% o sea un promedio anual de inflación de 145%, mucho más elevada de lo que hemos conocido en los últimos tiempos.

También hay que comprender la extraña operatoria que llevó a cabo el entonces presidente del Banco Central (BCRA) Domingo Cavallo en 1982 que procedió a estatizar y pesificar deuda privada externa de las empresas privadas, transformándola en deuda pública, seguida de una brusca devaluación del peso, lo que significó licuar rápidamente la deuda pesificada de estas empresas, endosando el problema a todos los argentinos.

¿Cómo es posible que a pesar de haber tomado deuda, de haber recibido importante cantidad de divisas, no haya producido un efecto derrame en todos los sectores económicos, aumentando el PBI y con ello el ingreso de los argentinos, mejorado el salario real, reducido los niveles de desocupación y pobreza?

La respuesta se centra en comprender la deuda asumida fue direccionada a financiar un déficit fiscal estructural, sin corregirlo, producto de una escasa recaudación impositiva seria y de base ampliada, en la que realmente más tributen los que más ganan y a pesar de ello con insuficiencia de gastos en sectores que deberían ser prioritarios para el crecimiento de un país como la salud o la educación.

Se puede justificar la toma de un empréstito para el desarrollo de un sector estratégico (las inversiones de la petrolera estatal YPF), o el desarrollo de obras que cimienten las bases de un futuro crecimiento (rutas, autopistas, accesos, hospitales, etc).

La simple creencia que tomar deuda nos llenará de felicidad porque “abundarán los dólares” es caer simplemente en la ingenuidad de los errores que se pueden volver a cometer.

Otro momento de la historia de fuerte endeudamiento en la Argentina estuvo entre los años 1991 y 1999: Una vez que nuestro país ingresó al “Plan Brady” que reestructuró la deuda externa pública hacia los Bancos, transformándola en Títulos Públicos así como lo pedía el país del Norte, accedimos nuevamente al mercado financiero internacional, pero no fue para bien.

Entre 1989 y 1999, la deuda pública casi se triplicó pasando de U$S 54.000 MM que había dejado el gobierno de Raúl Alfonsín que no pudo resolverla, a más de U$S 145.000 MM.

Sin embargo, en ese período, la única virtud fue la estabilidad cambiaria que se registró entre 1991 y 2001.

Por su parte la inflación en ese mismo lapso fue de 49,4% (o sea un promedio de 5,1% anual, aunque en realidad fue inicialmente más elevada hasta 1993 y desde ahí se observó estabilidad de precios y hasta deflación).

La “lluvia de dólares” no impidió que la tasa de desocupación subiera de 6,45% a 14,25% de la población activa, que la pobreza aumentara de 28,4% a 30,1% y que el salario del peón industrial se redujera en términos reales de $2.349,22 a $2.285,46 (caída de 2,7%).

El PBI medido en pesos constantes en ese período aumentó 18,4% o sea a una tasa promedio de 2,1% anual.

En este tramo de la historia, si agregamos lo sucedido en lo que siguió a 1999, y que no es ajeno a las circunstancias de haber reestructurado la deuda y haber contraído nuevos empréstitos, entre 1999 y 2001 los datos son más catastróficos:

Pues la tasa de desempleo se disparó de 14,25% a 17,33%, la pobreza de 30,1% a 33,7%, el salario del peón industrial volvió a caer 0,3%, y el PBI cayó 5,1%.

Considerando el período 1991-2001 haber endeudado al país de manera escalofriante, solo logró aumentar el PBI en 12,1% en 10 años, o sea un promedio anual de crecimiento de 1,2%, insuficiente para compensar nuestro crecimiento demográfico.

Recién en 2006 y luego en 2010 se iniciaron acciones serias para reestructurar la deuda pública nacional, con las dos operaciones de canje que significaron una reducción significativa de la misma, evitando que la misma resulte gravosa para los argentinos, con una metodología de refinanciación con quita heterodoxa de los manuales tradicionales de economía, pero muy acertada.

No es casualidad que en su discurso de apertura de las sesiones ordinarias del pasado 1ro de marzo, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner comenzara explicando lo que significó para el país haberse desendeudado como lo hizo.

Este análisis, entonces pretende desmitificar la falsa creencia que la búsqueda de financiamiento es favorable a los intereses del país; en el caso del nuestro solamente fue beneficioso para un pequeño grupo de corporaciones sin ningún efecto derrame para la grandes mayorías, para los sectores medios y más vulnerables. Llama la atención como cierto porción de la clase media argentina a veces se confunde ante los cantos de sirena desde sectores políticos proclives a promover el endeudamiento, bajo la promesa de asegurar la lluvia de dólares, el crecimiento de la economía y el pleno empleo.

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