Reflexión dominical de Monseñor Juan Martinez obispo de Posadas

En este cuarto domingo de Pascua, la Iglesia celebra la Jornada mundial por las Vocaciones. En especial por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Por eso este domingo es llamado el domingo del Buen Pastor.

 

El Evangelio que leemos (Jn. 10,11-18), nos dice: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir el lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa… Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí”. Desde ya, antes como ahora, estas palabras eran bien recibidas por unos que se convertían a Jesús, y a otros los escandalizaba y generaba polémicas…, el texto termina diciendo: “Se produjo otra vez una división entre los judíos por estas palabras…” ( Jn. 10,19).
En varias oportunidades en este tiempo pascual hice referencia a la necesidad de tener una experiencia de encuentro con Cristo Resucitado para poder captar que nuestra vida está cargada de sentido. Quizá esta expresión nos sirva para entender que solo desde la fe podemos tener una comprensión profunda de temas como la vida, la familia y el matrimonio, la Iglesia y su misión, el sacerdocio y el celibato. Desde una visión materialista que “solo” comprende al hombre desde lo fisiológico e instintivamente, difícilmente se puedan entender estos valores como un “don de Dios”, como un regalo e instrumento de servicio a la humanidad y al bien común. Desde una antropología materialista por supuesto el matrimonio monogámico y el celibato serán considerados como algo antinatural.
Reducir el celibato a una mera imposición de la Iglesia es de hecho una falta de respeto a la inteligencia y al mismo Cristo que era el “sumo y eterno Sacerdote”, “célibe”, que dio su vida por todos nosotros y que Él mismo recomendó, el fundamento de los textos bíblicos que tienen una profunda valoración por el celibato y la castidad por el Reino de los cielos, así como los Padres de la Iglesia, doctores y pastores desde el inicio apostólico y hasta el presente.
El unir el celibato y el sacerdocio ministerial es una opción por una mayor radicalidad evangélica hecha por la Iglesia desde su potestad y respaldada por la Palabra de Dios y el testimonio de los santos y tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia desde este don, y aún desde sus fragilidades trataron y tratan de donarlo todo en exclusividad a Dios y a su pueblo. Los malos ejemplos y aún nuestras propias limitaciones no invalidan el aporte de tantos que antes y actualmente dan su vida por los demás.
El Papa Emérito Benedicto señalaba en una ocasión a seminaristas: “Una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraído por Él, desde los primeros siglos del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical…”.
Si la sexualidad la humanizamos y consideramos la capacidad de espiritualidad en el hombre y mujer, así como la inteligencia, la voluntad, la libertad, y su capacidad de trascendencia, se podrá captar que la sexualidad y genitalidad es maravillosa y mucho más plena, porque está ligada al amor humano, y no solo a una sexualidad liberada a los instintos que siempre dejan a la persona sumergida en una profunda insatisfacción. Desde una comprensión correcta de la persona humana, también se puede entender que la sexualidad es un vehículo que no solo hace a la generosidad, sino que puede instrumentar la donación de la propia vida en el amor a los demás. En definitiva, porque la persona está hecha para el Amor y donándose es en donde se plenifica.
Este fin de semana rezamos en la Iglesia por las vocaciones sacerdotales y religiosas, con “la confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana”. El mismo Señor nos dijo que imploremos porque la mies o el trabajo es mucho y los operarios son pocos. Desde ya damos gracias a Dios porque Él sigue obrando el llamado y la respuesta de muchos jóvenes a consagrase a Dios y a sus hermanos. Responden al llamado porque creen en el Amor.
¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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