Reflexión del pastor Decena: Nuestra imagen original

El ser humano tiene “hambre” de las cosas espirituales que intenta saciar con cuestiones que nada tienen que ver con eso. Esa necesidad que lleva al hombre a tratar de llenar algo que está vacío con las sustancias incorrectas, esconde detrás la necesidad misma de volver a ser lo que alguna vez fuimos: seres creados a imagen y semejanza de Dios. En otras palabras, seres ligados a Él y a su gloria. Veamos lo que nos dice la Palabra de Dios.

Las dos palabras claves de Génesis 1:26 son, en hebreo, tseh’-lem, que se traduce “imagen”, y dem-ooth’, que se traduce “semejanza”. La primera palabra significa “sombra”, aunque también se usa para describir un “fantasma”, una “figura” como la de un ídolo.
La segunda palabra hace referencia a un “parecido”, un “modelo”, o una “forma”. En fin, ambas palabras, en sus sentidos originales, apuntan a que el ser humano se parecía a Dios tanto en lo perceptible a la vista humana, como en lo imperceptible a la vista humana. Nuestros pensamientos e ideas, nuestra percepción de aquello que nos rodeaba, nuestra alma, nuestro espíritu, y hasta nuestro físico, como el comportamiento y el estado de salud de nuestro cuerpo.
Colosenses 3:10 y Efesios 4:24 muestran que la intención original de Cristo fue que al ser humano le sea restituida su imagen original. Tapada por miles de años de una vida desviada, de una imagen degradada, hecha a nuestra propia medida, y a semejanza de quien gobierna este mundo, de pronto se hizo luz con el ejemplo de Cristo.
I Corintios 15:45 al 49, nos muestra los dos individuos más importantes que marcaron la tierra: Adán y Jesús. Sus marcas sobre nosotros son antítesis. Uno por su mala decisión de hacer lo prohibido, y el segundo por su determinación a morir, si era necesario, para que la humanidad tuviera una alternativa. Es contra lo que nos enfrentamos desde que nacemos: imagen vs. imagen.

¿Cómo recobramos nuestra imagen original?
Tratando nuestro ser interior: lo que no se ve es más que un reflejo de lo que está en nuestro ser interior. La clave en nuestro ser interior va a estar en poder ser sanos de todo lo que ha ido condicionando nuestra vida.
Desde pequeños hay eventos que dañan nuestra alma y nuestro espíritu, y Dios quiere tratar con eso. Las heridas en nuestro ser interior no son más que límites que terminan condicionando nuestra forma de interpretar la realidad que nos rodea. Terminamos viendo a través de marcos (o sea, esos mismos límites), y esa herramienta la usa el diablo para cegarnos, confundirnos y engañarnos.
Juan 7:37 al 39, muestra que necesitamos que de nuestro interior corran ríos de agua viva, que nos vivifiquen y nos purifiquen. Esto David lo entendía muy bien, tal como lo expresa en el Salmo 51:7. Y también entendía la importancia de tener un corazón nuevo, o sea, un ser interior transformado: Salmo 51:10. Esta también implica que nuestros pensamientos tienen que ser alineados a los de Dios, que tiene pensamientos más altos que los nuestros, tal como lo dice Isaías 55:8.

Tratando nuestro ser exterior: debemos aprender a someter a nuestra carne, para que nuestros comportamientos sean distintos. Efesios 4:22, habla de un cambio respecto a la vida que llevábamos antes. A nadie podemos esconder lo que somos. Porque nuestro ser exterior nos delata; y hasta lo que hacemos con nuestro cuerpo a escondidas se refleja en cómo actuamos y somos.
Mateo 9:14 a 17 muestra algo que sucede en la iglesia: llegamos necesitando ser transformados, volvernos una tela nueva, una nueva vasija; pero una vez transformados, necesitamos comenzar a pagar el precio, comenzar a ser un ejemplo a seguir para otros. El problema de muchos líderes es éste: tienen el título, pero no son de ejemplo para su gente. Y si no son un ejemplo a seguir, tampoco van a poder reproducir a Cristo en ellos, que es la tarea que corresponde para con el discípulo.
Conclusión: Hay una relación entre cómo somos por dentro y cómo somos por fuera. Estamos llamados, por sobre cualquier cosa, a morir cada día a las cosas de la carne, para transformar tanto nuestro ser interior, como nuestro ser exterior. Como Pablo decía en I Corintios 15:31, aprendamos a morir cada día a lo que no agrada a Dios, porque aprender a morir es seguir el ejemplo de Cristo (Filipenses 3:10). En vez de esa vida, volvámonos cada día más adoradores. Porque la vida de un adorador, con hambre y sed de Dios está ligada a esta búsqueda de recobrar lo perdido, de reconectarnos con nuestro creador, y volver a ser conforme a su imagen y semejanza (Juan 4:23).

Pastor David Decena, Centro Familiar Cristiano Eldorado.
Prédicas en vivo los miércoles y domingos 20 horas, a través de www.centrofamiliarcristanoweb.org

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