Afirman que fueron un éxito las charlas para escuelas sobre la gesta de Mbororé

Con motivo de cumplirse un aniversario más de la “Gesta de Mbororé”, ocurrida en 1641, la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Misiones, organizó una serie de charlas para escuelas a través de la Biblioteca “Daniel Stéfani”, el archivo “Aníbal Cambas” y el Centro de Documentación “Silvia Pini de Ayala”.
Este hecho histórico fundacional de la historia misionera fue desarrollado a través de imágenes y textos por dos disertantes: la profesora Marta Bonetto y el doctor Daniel Larrea. Las escuelas que participaron con sus delegaciones en turno mañana y tarde fueron la Nº 43 “Reino de España”, el Bachillerato con Orientación Polivalente – BOP Nº 9 y la Escuela Nº 3 “Domingo Faustino Sarmiento”.
Los asistentes se llevaron un boletín impreso, con conceptos sobre la gesta, escritos en octubre de 2011 por la licenciada Liliana Rojas (de la Junta de Estudios Históricos).

Campaña de Mbororé
En las primeras décadas del siglo XVII se fundaron más de sesenta reducciones en las regiones del Guayrá, Paraná, Itatin y Uruguay (Tapé). Pero la incipiente vida de aquellas comunidades fue cortada por los ataques de los bandeirantes o mamelucos, provenientes de San Pablo (Brasil).
Con el apoyo de las autoridades lusitanas los paulistas organizaban malocas –incorporando a los indios tupís- que se internaban cada vez más en dominios españoles con el propósito de capturar indígenas para venderlos como esclavos en las fazendas. Las primeras incursiones datan de 1.611, pero se acentuaron en los años siguientes, lo cual produjo la destrucción de las reducciones del Guayrá, del Tape y del Itatín.
Después de la destrucción de once pueblos guaireños, se salvaron momentáneamente San Ignacio Miní y Nuestra Señora de Loreto. El Padre Antonio Ruiz de Montoya, Superior de la Misión del Guayrá, previa consulta con sus superiores, organizó el traslado de los sobrevivientes a regiones más seguras del sur. En consecuencia se refundaron Loreto y San Ignacio a orillas del Yabebiry.
Al Guayrá siguió el Tapé, que fue atacado en 1636, 1637 y 1638. Allí los indígenas se organizaron militarmente dirigidos por el Padre Alfaro y lograron las victorias de Caazapá Miní y Apóstoles de Caazapá Guazú. Estas actividades de defensa detuvieron los ataques por un tiempo, pero obligaron a los pueblos a trasladarse hacia lugares más próximos al Río Uruguay.
Antonio Ruiz de Montoya, testigo de los violentos atropellos en el Guayrá, fue enviado como diplomático ante la Corte del Rey de España con el propósito de informar sobre esta triste realidad y obtener del Rey el permiso para que los guaraníes pudieran armarse y hacer frente a los bandeirantes. Logró Cédulas Reales que ratificaban la libertad de los indígenas y la autorización para usar armas de fuego, lo que permitía una eficaz defensa contra los invasores.
Mientras Montoya estaba en España, los guaraníes de las reducciones debieron organizarse militarmente para enfrentar una gran bandeira, dirigida por Manuel Pires y Jerónimo Pedrozo de Barros, que provenía desde San Pablo, en septiembre de 1640.
Las fuerzas misioneras se concentraron en la reducción de San Javier, que se convertiría en el centro del aprestamiento militar.
Casiano Carvallo informó que el ejército guaraní –misionero contaba con 4.200 indios de guerra, 300 fusiles bien municionados, alfanjes o sables de la época, buena cantidad de arcos y flechas, lanzas, macanas, hondas con piedras, un cañoncito y varios cañoncillos hechos de caña de tacuaruzú revestida o retobada con cuero vacuno, que permitían hasta cuatro disparos; además armaron estacadas ocultas en el follaje de los árboles en la ribera del desagüe del arroyo Mbororé – conocido como Once Vueltas-, en las orillas del río Uruguay.
El adiestramiento del ejército estuvo a cargo de los hermanos Diego Torres, Juan Cárdenas y Antonio Bernal. Los jefes de ataque eran los caciques Ignacio Abiarú y Nicolás Ñeenguirú y el Supervisor de Guerra el Padre Pedro Romero.
El 11 de marzo de 1641 se inició el combate naval de Mbororé, que habría de prolongarse por una semana, hasta la derrota definitiva de los atacantes: “…a las 14, la escuadra fluvial paulista bandeirante de 300 canoas y muchas balsas, tripuladas con 450 hombres bien armados con fusiles y el concurso de 2.500 indios tupís flecheros, ataca a la escuadra fluvial misionera de 70 canoas tripuladas con 800 misioneros guaraníes, sostenidos por 3.400 combatientes fortificados en tierra. El cañoncito de una balsa blindada, con sus balas encadenadas, los cañoncillos de tacuaruzú retobados con cuero de otras balsas y la fusilería misionera hundieron canoas, desconcertaron el frente del ataque, introdujeron cierto desorden en la retaguardia de los invasores…” (Carvallo (1979).
Los días posteriores continuaron los encarnizados para culminar en una retirada de los bandeirantes, hacia el octavo día del inicio de la batalla. Finalmente los guaraníes misioneros los persiguieron y los derrotaron.
Hubo un segundo intento en 1.642, pero también fracasó y debieron retirarse perseguidos por los misioneros y los guaraníes.
La derrota de los bandeirantes inauguró una nueva etapa para las reducciones: finalizaron los traslados y se ubicaron definitivamente treinta pueblos de los cuales hoy encontramos vestigios en Argentina, Brasil y Paraguay. El período de 1642-1750 es el de organización y desarrollo de las reducciones.
Por otra parte, una consecuencia importante de Mbororé es el nacimiento del ejército, que precisamente modificó la vida de las reducciones, su economía, su administración y hasta sus propias relaciones familiares. La guerra fue un drama con el cual tuvieron que convivir los guaraníes reducidos. Sus milicias prestaron importantes servicios a las autoridades españolas y es larga la lista de acciones bélicas para las que fueron convocadas en el transcurso de un siglo. El ejército fue un factor de poder que a la larga repercutió negativamente y también aceleró la disolución de la obra jesuítica.

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