Reflexión dominical de Monseñor Juan Martinez Obispo de Posadas

En este inicio de siglo no dudamos en afirmar que somos protagonistas de profundas transformaciones de todo tipo. A veces quedamos perplejos ante el rapidísimo avance tecnológico, biogenético, informático… todo esto tiene una estrecha relación con ámbitos fundamentales para la existencia humana, como la ética, la economía o la misma cuestión social.

 

Ante esta realidad tan dinámica los cristianos necesitamos profundizar y formarnos en la fe en la que creemos. En nuestro primer Sínodo Diocesano hemos tomado como una de las temáticas, iluminada por el documento de Aparecida, la formación: “Discípulos de Jesucristo: Formación como camino de discipulado”. Podremos evangelizar y ser misioneros si buscamos tener un verdadero encuentro con Jesucristo, el Señor. Sin identidad cristiana será difícil tener una actitud de diálogo y apertura en los diversos desafíos que nos presenta nuestro tiempo. El documento de Aparecida nos señala, entre otros aspectos una referencia clara al proceso de formación de los discípulos misioneros: “La vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina y El Caribe, requiere una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera sea la función que desarrollen en la Iglesia. Miramos a Jesús, el maestro que formó personalmente a sus apóstoles y discípulos. Cristo nos da el método: “Vengan y vean”. (Jn. 1,39), “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn. 14,6). Con Él podemos desarrollar las potencialidades que están en las personas y formar discípulos misioneros con perseverante paciencia y sabiduría, Jesús invitó a todos a su seguimiento. A quienes aceptaron seguirlo, los introdujo en el misterio del Reino de Dios, y, después de su muerte y resurrección los envió a predicar la Buena Nueva en la fuerza de su Espíritu. Su estilo se vuelve emblemático para los formadores y cobra especial relevancia cuando pensamos en la paciente tarea formativa que la Iglesia debe emprender en el nuevo contexto sociocultural de América Latina” (Ap. 276).

 
En el centro de nuestra identidad como cristianos está la persona de Jesucristo, Dios hecho hombre. Es Él, quien con sus gestos y palabras nos enseña a ser discípulos. El Evangelio de este domingo nos pone en el “centro” de la vida cristiana, al proponernos el encuentro del Señor con los leprosos. Durante miles de años los leprosos no tenían cura y eran totalmente marginados de la sociedad. Este hombre, que presenta este Evangelio, logra conmover al Señor: “Si quieres puedes purificarme… Jesús conmovido extendió su mano y lo tocó diciendo: lo quiero, queda purificado (Mc. 1,40-45).

Nuestra identidad como cristianos se desdibuja si no abrimos nuestro corazón a sus enseñanzas. Son muchos los leprosos de nuestro tiempo. Aunque es frecuente que como cristianos podamos ir perdiendo la capacidad de encuentro con Jesucristo, que se hace presente en los marginados y excluidos de hoy, está en la esencia de nuestro seguimiento del “Señor”, el amor a todos y sobre todo a los hermanos más débiles. Los leprosos de hoy en nuestra realidad misionera tienen distintos nombres: es la problemática indígena que cada vez más los lleva a estos hermanos nuestros a deambular en contextos culturales adversos y racistas. Son los desnutridos que han crecido con limitaciones y diferencias que los llevan a la exclusión social e incluso a la condena por vagancia. Los leprosos son muchos jóvenes que no encuentran trabajo, y “desde el vamos” se encuentran sin futuro. Son los desamparados que siguen contenidos por el asistencialismo, todavía necesario en algunos casos, pero que daña “la cultura del trabajo”. Son los leprosos de nuestro tiempo los que padecen SIDA, y los enfermos que no tienen monedas para acercarse a un hospital o centro de salud. En la cercanía, compromiso e integración de “estos nuevos leprosos”, se pesará nuestro compromiso cristiano, y también la calidad de aquellos que por su lugar y situación son dirigentes políticos, económicos y sociales… Lamentablemente estos hermanos están tan en la marginalidad, que padecen nuestros olvidos, exclusión y racismos. De ellos no se ocupan en general ni la gente, ni los que tienen responsabilidades, ni cuentan con micrófonos, ni cámaras de televisión…

En nuestra realidad parece que están los ganadores y los perdedores. Nosotros si queremos asumir nuestra identidad de discípulos de Jesucristo, el Señor, tendremos que asumir el compromiso, lamentablemente siempre actual, de la opción preferencial por los pobres, por los leprosos de nuestro tiempo. Esto nos exige que como el Señor nos sintamos conmovidos y que animados en la esperanza busquemos caminos que nos lleven a construir una sociedad más solidaria, que respete la dignidad de las personas, la familia y sobre todo la vida.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!                                   Mons. Juan Rubén Martínez

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