El cabo Ballesteros evitó que uno de sus colegas fuera asesinado por los ladrones

El cabo primero Roberto Omar Ballesteros (35) era un policía querido entre sus pares. Siempre dispuesto al trabajo, solidario y profesional. El lunes, la banda de ladrones que asaltó la sucursal El Soberbio del Banco Macro lo ejecutó sin piedad. Ayer trascendieron más detalles de sus momentos finales, los que confirmaron que el hombre fue fiel a su forma de manejarse hasta el final. Dentro de la entidad, cuando todo era caos y terror, él decidió abandonar la protección de la casilla de seguridad para salvarle la vida a un colega.

POLICIA 1

La gavilla llegó a la vereda del banco, sobre la avenida San Martín, a las 8.10. De inmediato, bajaron los ocho criminales, vestidos con uniformes negros, borceguíes y bandoleras cruzadas en el pecho repletas de proyectiles. Tres entraron al edificio, uno se apostó en el techo y el resto quedó cerca de la puerta.
El suboficial de la Policía que cuidaba la puerta pensó que eran empleados del transporte de caudales. Cuando se percató de que no eran, ya tenía a centímetros de su cuerpo el caño de los fusiles. Ese policía era el encargado de ir haciendo pasar a la gente que hacía cola fuera del Macro para poder ingresar al lugar. Los clientes entraban en grupos de quince o veinte personas, para que el recinto no se saturara. Por eso, había alrededor de una decena de vecinos cuando los asaltantes irrumpieron en el banco.
Una vez adentro, y con el policía reducido, los malvivientes fueron hasta la casilla de seguridad, desde donde Ballesteros vigilaba todo el interior del edificio. El cabo se percató rápidamente de lo que sucedía. Cuando recibió la orden de que saliera del cilindro blindado, se negó. Entonces uno de los maleantes abrió fuego. Pero pese al alto poder destructivo de los proyectiles, no pudieron dañar la casilla. Entonces, la banda decidió emplear otro método. Hizo arrodillar al policía reducido en la puerta y le informó a Ballesteros que lo ejecutaría si él no salía de su refugio. Le dijeron que iban a contar hasta tres y si no salía, asesinarían al joven. Ballesteros no dudó, salió, aunque antes accionó la alarma. Entonces los ladrones lo despojaron de su chaleco antibalas y de su pistola reglamentaria.
Con los dos policías reducidos, los asaltantes tomaron el dinero que estaba a su alcance y salieron. Afuera, ejecutaron a Ballesteros de un tiro en la espalda, supuestamente porque había levantado la cabeza para mirar a los maleantes.
El subcomisario José Espinoza, jefe de la comisaría del pueblo, fue otro de los uniformados que fue reducido por los criminales. Él llegó en su auto particular hasta el Macro cuando se enteró de que algo malo estaba pasando. Tenía la pistola cargada, a mano y lista para disparar. Pero fuera del banco había docenas de personas y su reacción hubiera desencadenado un baño de sangre. Esto se lo explicó a sus superiores. Por eso, acató la orden de los ladrones, entregó el arma y se tiró al suelo.
El ladrón apostado en el techo es el que disparó contra un grupo de gendarmes que se apostó a una cuadra del Macro, enterado del robo. Pese a los 100 metros de distancia, la ráfaga de balas dejó siete agujeros en el móvil de la GN e hirió al suboficial Miguel Ángel Escudero.

NEGOCIO BALEADO

Los proyectiles atravesaron el patrullero de la Gendarmería como si fuera de papel. Algunos fueron a parar contra locales comerciales. De milagro no hubo más fallecidos esa mañana en El Soberbio.

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