El macabro arte de destrozar naciones

Escribe Carlos Andrés Ortiz, analista de Temas Económicos y Geopolíticos

Divide y reinarás es una vieja estratagema del accionar británico, que por supuesto también ha sido y es aplicada por otras potencias, en particular por los herederos del viejo imperio, reeditado y trasplantado al otro lado del Atlántico; si bien caben diferencias entre las sutilezas del otrora poderoso imperio decimonónico que alcanzo su climax en la larga era victoriana, y el accionar muchas veces más directo y tosco pero casi siempre efectivo de sus “primos” del norte de nuestro continente.
De hecho, esa operatoria de “divide et impera” es tan vieja como el ser humano, pero caracteriza con mayor nitidez el accionar de determinadas potencias, que en este momento histórico se evidenciaría más nítido en la troika neocolonialista de EEUU, Gran Bretaña y Francia; y en el creciente “poder detrás de los tronos” que es el mega sector financiero transnacional, que parecería –con escaso margen de dudas- ser el principal impulsor del proceso de globalización forzosa y a ultranza.
Algunos analistas superficiales, o del tipo de escribas que siembran confusiones para distraer y ocultar los hechos más trascendentes, suelen expresar “candorosamente”, que “se están creando nuevos países”, siendo que en realidad se están fragmentando –destrozando y a una velocidad inusitada, medida en términos históricos-, los países existentes.
Las maniobras de fragmentación política, casi siempre son matizadas con la instalación de odios profundos e irreconciliables entre las partes que antes formaban un todo, asegurándose con ello los instigadores que los procesos de divisiones políticas, de ese modo pasan a ser permanentes.
En nuestra Hispano América, los procesos de fragmentaciones han sido no solo tremendamente efectivos, sino de una persistencia preocupante, que demuestran que quienes los instigan tienen objetivos permanentes, más allá de plazos históricos.
Los sueños de gran unidad o del continentalismo, acariciados por Bolívar, y compartidos seguramente por San Martín, Sucre, Artigas y otros patriotas de la Patria Grande, prontamente estallaron en sucesivas divisiones, en las que también operaron miradas estrechas de otros que prefirieron mandar sobre fracciones o
incluso operar como testaferros del “libre comercio” británico, antes que formar parte de una gran unidad que por su propio peso hubiese evolucionado prontamente como una gran potencia mundial.
De una sola nación, desde Guatemala a Costa Rica, ese territorio pasó a ser un rosario de geográficamente pequeños y minúsculos Estados, formalmente independientes pero casi inviables. Después, cerrando casi por completo su acceso al Atlántico, la diplomacia británica prefabricó Belice, una semi colonia de ese imperio. A comienzos del siglo XX, Panamá surgió como una secesión instigada por EEUU para construir el canal interoceánico sin ningún poder nacional que se oponga a sus designios, mientras Colombia era impotente para impedir esa agresión. Con ello, se completó la fragmentación de Centro América, que de una unidad pasó a ser un mosaico de siete pequeños Estados, que al igual que los caribeños, fueron permanentes objetos de intervenciones armadas y de todo tipo de injerencias por parte de la cercana mega potencia.
Previo a ello, la Gran Colombia se dividió en tres debilitados Estados formalmente independientes: Ecuador, Colombia y Venezuela. Es decir de un solo país de dimensiones considerables, resultaron hasta hoy cuatro Estados divididos y muchas veces enfrentados, con Panamá como el cuarto disgregado.
Por estos pagos, la diplomacia británica, sumada al poder de su Banca, y con las complicidades de los traidores internos (como Rivadavia, sus secuaces y continuadores), el enorme Virreinato del Río de la Plata, se fragmentó en cuatro naciones, que sin duda conformando una unidad, hubiera multiplicado las potencialidades y fortalecido el desarrollo, el bienestar de toda la población, y expandido la fortaleza geopolítica del conjunto, si se hubiese implementado un auténtico federalismo.
En África, es conocido que el colonialismo europeo provocó un mosaico complejo de países, que no se corresponden con sus antecedentes culturales ni antropológicos, imponiendo fronteras de acuerdo a criterios pensados en el marco de acuerdos coloniales, sin haber importado nada las poblaciones y los antecedentes del continente, repartido como si fuera un bien mostrenco. Algo similar sucedió en parte en Asia, bajo varias influencias de diversos orígenes.
Sin pretender abarcar todos los casos sucedidos, más cerca en el tiempo resultan sugestivas las divisiones –ahondando diferencias preexistentes, o creándolas cuando no existían-, que fueron instrumentándose al tener que ceder a las presiones geopolíticas de posguerra, cuando las potencias colonialistas se vieron forzadas a conceder las independencias de casi todas las posesiones coloniales.
En el caso de India, sutilmente se profundizaron diferencias religiosas, que incluyeron actos de violencia brutal, dando por consecuencia las divisiones políticas entre las actuales naciones de India, Pakistán y Bangla Desh, con el agravante del estado larvado de beligerancia entre las dos primeras, abonado por las guerras y enfrentamientos acaecidos, y el conflictivo trazado fronterizo en Cachemira. De haberse mantenido la unidad política, la relevancia del conjunto hubiese sido mucho mayor que la de cada una de sus tres divisiones actuales. Puede decirse que el imperio en retirada creó o facilitó las condiciones que obstaculicen el desarrollo y el rol geopolítico relevante que aún pese a ello alcanzó India.
El volcán en erupción que es el Medio Oriente, también en buena parte obedece al trazado de las fronteras, el no respeto a las poblaciones que por regla general fueron convidados de piedra en los procesos de creaciones de Estados en el marco de la descolonización operada a consecuencia de las dos guerras mundiales. Sin ser el único caso, la “invención” de Kuwait como Estado tapón para dificultar el acceso al mar de Iraq y dividir las cuantiosas riquezas petroleras, es otra muestra del sinuoso accionar diplomático de la vieja potencia colonial que hoy opera como principal aliado de la actual gran potencia mundial.
Pero los hechos indican que la revolución neoconservadora de Reagan – Tatcher, vinculada directamente con el proceso llamado globalización salvaje y la consecuente implementación forzosa de la doctrina político-económica neoliberal, marcó el comienzo de una nueva y mucho más agresiva acción de fragmentación forzosa y/o inducida, de muchos de los Estados nacionales, claramente como paso previo orientado al debilitamiento o incluso desaparición forzada de los Estados, esto como requisito para la mundialización plutocrática.
Las nuevas pautas de acciones incluyen las siguientes.
– La deuda externa y otros instrumentos financieros como redoblados instrumentos de doblegamiento de los Estados y condicionamientos a sus dirigencias políticas.
– El uso directo y desembozado de la fuerza militar, sin la cobertura formal de las Naciones Unidas; por parte de las potencias neocoloniales y sus apéndices.
– Utilización cada vez más sofisticada de técnicas de manipulación mental, confundiendo y embruteciendo incluso a sectores intelectuales, a “progresistas” teóricos fuera de foco, a patrioteros de bandera, y particularmente a profesionales de las ciencias sociales; instalando sofismas con validez dogmática. En ese contexto, se acentuó la utilización de enfervorizados “progresistas” varios, que sin percibirlo, actúan como marionetas de los poderes globalizantes, los mismos que esos “progresistas” tanto dicen aborrecer.
– Creación, financiación y apoyos constantes a diversos tipos de ONGs, a las que por la fuerza de las presiones validaron como “referentes obligatorios” y actores políticos, imponiendo brutales esquemas de manipulaciones masivas, como los poderes asamblearios y plebiscitarios, los cuales suelen ser fácilmente cooptables o manejables por parte de los entrenados operadores rentados de esas ONGs. Se trata del establecimiento de un poder político paralelo, que socava los poderes políticos de los Estados, imponiendo pautas preestablecidas desde los centros mundiales del poder, los que son retransmitidos por medio de las ONGs transnacionales.
– Fomento y financiación de operaciones de guerras blandas, con los que instalan o profundizan al extremo, las divisiones internas, como pasos previos a los desmembramientos de los Estados. En las etapas más avanzadas de esos procesos de agresiones, financian a operadores y mercenarios, para forzar escenarios violentos que conduzcan a guerras civiles, que son el paso previo de las balcanizaciones buscadas por los centros mundiales de poder. Esas guerras civiles y otras masacres, son el pretexto “humanitario” para intervenciones militares de las potencias colonialistas y sus apéndices, que curiosamente, dicen “pacificar” a los bombazos.
– Para el ítem precedente y en general para todas las etapas, las redes mediáticas sociales son intensamente utilizadas para propalar consignas y ejecutar destructivas acciones de guerras psicológicas.
Las acciones que provocaron o pusieron en peligro de fragmentación o incluso de disolución nacional, a muchos países, acaecidas desde los años ’80 vigesimónicos en adelante, fueron numerosas, y ameritan su análisis separado, por la notable extensión que requiere tan amplio e importante tema.
Cabe simplemente reiterar que Argentina es claramente uno de los países en serio riesgo de disgregación, por el triple objetivo por parte de los poderes plutocráticos y neocolonialistas, de fragmentar un país de dimensiones continentales; anular el histórico poder de convocatoria y factor de unidad continental que representa nuestro país en Íbero América, buscando debilitar al Mercosur, Unasur y Celac; y destrozar toda capacidad de resistencia al expansionismo británico que amenaza el Atlántico Sur, La Patagonia y La Antártida.

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