Se fue El Chavo: todas las caras de Chespirito

Aunque se hizo famoso en todo el mundo por El Chavo del 8, Roberto Gómez Bolaños brilló en cada uno de sus personajes. Aquí, un repaso por sus inolvidables creaturas.

De la imaginación de Roberto Gómez Bolaños florecían personajes de todos los colores. El más popular, sin dudas, fue El Chavo del 8, pero no menos geniales fueron El Chapulín Colorado, El Chómpiras, El Doctor Chapatín y Chaparrón Bonaparte, entre tantos otros.

El Chavo fue su mejor creación. «Yo quería dar un mensaje de optimismo, El Chavo, aún careciendo casi de todo, disfruta, brinca, se emociona y tiene ese maravilloso don que es la vida», contaba en una entrevista su creador. El personaje, un niño huérfano en una vecindad con todos los clichés de un barrio que podría ser en el DF mexicano como en Buenos Aires o Río de Janeiro. Vulnerable, tierno, torpe y divertido, tenía en Quico, la Chilindrina y Ñoño a sus mejores amigos, atravesando así todas las capas sociales de la clase media urbana de Latinoamérica.

 

En segundo lugar de importancia aparece El Chapulín Colorado (aparecerá, siempre y cuando, alguien haga la pregunta fundamental: «¡Oh! Y ahora, ¿quién podrá defenderme?»). Se trata de un súperheroe con tantos poderes como carencias. Real, humano, con buenas intenciones y debilidades morales también. Más allá del poder de su Chipote Chillón, de sus pastillas de Chiquitolina, de la chicharra paralizadora o de sus antenitas de vinil, no había nada fabuloso en sus destrezas. Ni siquiera su físico era imponente. Podía ser valiente y cobarde; y su ayuda a veces era más una catástrofe que una salvación. Una vez más, nada que pretendiera perfección o excelencia, sino humanidad. Esa verdad, esas debilidades, eran las que lo acercaban a la gente produciendo una empatía que no tienen Súperman, ni Batman, ni el Hombre Araña.

 

La tercera edad la encarnaba el Doctor Chapatín. Un viejo malhumorado que tenía la mano suelta y siempre dispuesta a sacudirle la cabeza a quien fuera con su bolsa de papel. Esa bolsita «Contenía los rencores, las envidias y sus defectos, para que no se le escaparan nunca y así no soltarlos para ofender a la gente», explicaba Roberto Gómez Bolaños. Chapatín también podía ser pícaro y enamoradizo. Nada lo ofendía más que le dijeran que era viejo. Y siempre que podía, le iba a sacar un billete de más a sus pacientes. Para aquellos desafíos que le costaban, o no podía lograr, él ponía como excusa que «le daban cosa».

 

El Chómpiras fue el peor ladrón del siglo, pero quizá también uno de sus personajes más queridos y graciosos. Sus compañeros fueron Peterete en un comienzo, encarnado por Ramón Valdés, y luego El Botija, por Edgar Vivar. La Chimoltrufia, Florinda Meza era su aliada incondicional. Con uno u otro, El Chómpiras siempre hacía fracasar los atracos por sus torpezas. Peine, raya al costado y cachetazo que lo dejaba girando sobre su eje. Tal era el castigo del «cerebro» de turno para estos ladrones con poco éxito.

 

– Oye, Lucas.

– Dígame Licenciado.

– ¡Licenciado!

– ¡Gracias, muchas gracias!

– No hay de queso nomás de papa.

Todos nos sabíamos de memoria el diálogo de Chaparrón Bonaparte y Lucas Tañeda. Dos trastornados mentales que sorprendían a los interlocutores que caían en su casa con sus disparatadas salidas. «Los Chifladitos», era el nombre del sketch. Una de sus particularidades era el mal que dejaba a Chaparrón haciendo un gracioso baile que se repetía como un mantra: la Chiripiorca, que había nacido de una caída desde un tejado y se solucionaba con un buen golpe en la espalda de parte de Lucas.

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