Chango Spasiuk: «Me hubiese encantado ser un surfista profesional»

Tocó chamamé en el Teatro Colón y en los más selectos reductos de la vanguardia neoyorquina. Realizó proyectos para la pantalla grande y obras de teatro. Compartió su talento con Mercedes Sosa, Divididos, Antonio Tarragó Ros, Mimi Maura y Jaime Torres, entre otros. Sin embargo, a sus 46 años, con nueve discos editados y dos hijas, Horacio Chango Spasiuk conserva la alegría y la curiosidad de un niño que aún tiene mucho por descubrir. Relajado y humilde, pero también muy seguro del camino que inició hace 30 años, así se muestra el compositor y acordeonista misionero por estos días.

Antes de presentar su último trabajo discográfico en el Teatro Coliseo, hoy, el Chango habló con Personajes.tv sobre su carrera, la música, el éxito, la paternidad y algunas cosas más…

-¿Qué legado te gustaría dejarle a tu público?

-Atahualpa [Yupanqui] decía [en El andar]: «A veces no comprendo por qué camino tanto, si no he de hallar la sombra que el corazón ansía. Quizá un profundo acorde, profundo como un llanto, he de escuchar un día, he de escuchar un día.» Lo que estaba diciendo es que la música es una oportunidad para encontrar un estado del corazón. Cuando yo me siento a tocar, trato de que el otro pueda encontrar en mi música un estado del corazón que no sea solamente entretenimiento. Si se puede hablar de legado, me gustaría que mi música sea una herramienta para refugiarse, un espacio para sentirse a salvo por un ratito. Eso es lo que quiero, a veces sucede y a veces, no. No imagino un legado mediático ni trascendental.

 
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-¿En qué momento de tu carrera te encontrás?

-Estoy en un buen lugar. Miro para atrás y me dan ternura las cosas que hice, que dije, los discos que logré. Veo que todo eso tiene errores, pero sé que tuvo que haber pasado para llegar a tener los amigos que tengo ahora, y a la música que toco hoy. Estoy en el medio: ni un exceso de vanguardia ni un exceso de tradición. Ya no soy un joven que recién empieza ni tampoco un hombre que ya terminó su camino. Tengo mucho más para decir. Todo el tiempo hay trabas. Hay nuevas ideas y nuevas preguntas. Nuevas herramientas y nuevos conflictos. Es ilusorio pensar que uno ha llegado a un lugar donde está a salvo. Lo que ha cambiado con el tiempo es que empecé a entender que esto es parte del proceso y sucede todo el tiempo. Entonces, trato de aceptar las cosas como son, no desestabilizarme y buscar el punto medio. Antes me angustiaba más o perdía esperanzas. Ahora sé que todo es muy cíclico y trato de hacer una pequeña acción todos los días.

-¿A qué se debe ese cambio de perspectiva?

-A la experiencia vivida, cierta madurez alcanzada, al trabajo, la familia que amo. Son un montón de componentes que crean un espacio en el cual me siento contenido.

-Cambió tu mirada, pero ¿sigue intacta la pasión que tenías a los 12 años cuando te regalaron tu primer acordeón?

-Mi vida se ha modificado mucho. Ahora tengo que atender a la prensa, producir y promocionar un espectáculo, cosas que llevan tiempo y energía. Pero en cuanto me siento a tocar, enseguida me conecto con ese entusiasmo que tenía cuando era un niño. Pareciera que eso se perdió, pero no se perdió nada, sigue estando esa conexión. Por más que esté de viaje o cansado, cuando agarro el acordeón aparece ese entusiasmo. Sólo importa ese momento.

-¿Alguna vez pensaste en alejarte de la música?

-Eso es como preguntarle a alguien si pensó en dejar de vivir. La música no es algo separado de mi vida, es parte de ella. Mi vida gira en torno a la música. Si llegara a venir una crisis, ya veré cómo me enfrento a ella. Alguna vez me he preguntado a qué me hubiera dedicado si no fuese músico…

-¿Y qué te imaginás que hubiese sucedido?

-Me hubiese encantado ser un surfista profesional. Tengo amigos que surfean casi como yo toco el acordeón. Tienen una facilidad y una espontaneidad que me genera cierta envidia y admiración. Pero nada me eleva las pulsaciones como el acordeón.

-Al terminar el secundario, empezaste a estudiar antropología. ¿Qué despertó ese interés?

-Estudié sólo un año, pero no tenía la proyección de volverme un antropólogo ni de hacer trabajos de campo. Buscaba una carrera aleatoria a mi camino cómo músico, trataba de entender cuál era el origen de lo que estaba tocando. Pero, en realidad, para lo que más me sirvió fue para descubrir mundos sonoros que desconocía.

-¿Cómo medís el éxito?

-Vivimos en una sociedad que constantemente te exige que seas una persona exitosa, que te pide resultados inmediatos. Se mide el éxito en función de los resultados que se consiguen. Esto es muy peligroso, muy poco sano. Habría que reformular el concepto de éxito. En mi caso, el éxito está en intentar, en desarrollar un proyecto. No se trata de ir plantando banderas, no mido en términos de logro, sino en hacer una y otra vez lo mismo para ver si lo puedo hacer mejor. Disfruto, por supuesto, los espacios que se van abriendo, los premios. Pero eso no es lo que me sostiene en el camino. Mi día se completa con tocar un instrumento, mejorar, sentirme útil. Suena naif, pero lo que me importa es que al terminar el día sienta que fue una jornada constructiva para mí y para los que me rodean. Todo lo demás es aleatorio.entrevista-exclusiva-1976374w618

-¿Cómo ves a las nuevas generaciones de músicos?

-A diferencia de lo que sucedía antes, hoy es más fácil grabar un disco. Si nadie te lo edita, podés colgarlo en la web y hacerlo circular. Hay más herramientas tecnológicas para poder expresarse. Las nuevas generaciones aprovechan las redes sociales, se autogestionan, se mueven muy bien. Pero todo eso genera mucha distracción y es difícil poder abstraerse. Al poder ir en tantas direcciones, encaran muchos proyectos y no profundizan en ningún lenguaje. Es un arma de doble filo.

-En 30 años de carrera recorriste numerosas ciudades con tu música, ¿cuál fue el viaje más importante que hiciste?

-El primero, cuando viene en el tren El Gran Capitán desde Misiones a Buenos Aires. Tenía 20 años y venía a probar suerte. Fue el más simbólico.

-Tenés una hija adolescente y otra muy chiquita, ¿en qué te cambió la paternidad?

-A diferencia de los que dicen que con la llegada de un hijo empieza el mundo de las responsabilidades y uno deja de arriesgar, para mí es la inversa. Los hijos tienen una fuerza inmensa en mi mundo anímico y en mis emociones, que hace que si antes no arriesgaba ahora lo arriesgue absolutamente todo al llevar adelante mis ideas y mi búsqueda. Ellos dan un empuje y una energía extraordinarios. Me han llevado a expandirme como hombre.

-¿Qué no puede faltar en tu día a día?

-El mate a la mañana, la radio, los diarios, los discos, el piano, la familia, sentarme a pensar. No tengo mucho misterio. Estoy lejos de lo que es una estrella de rock. Tengo una vida absolutamente simple y previsible.

-¿Qué programas de televisión mirás?

-No veo mucha tele. Hago zapping y a veces me detengo en ciclos banales, pero el programa que más me interesa es Mentira la verdad, del canal Encuentro, por los temas filosóficos que se tratan y la capacidad de síntesis que tiene.

-¿Te interesa la política?

-No mucho. Leo diarios de Misiones y otros nacionales. Trato de estar informado, de tener un punto de vista propio. Es difícil abstraerse de estos temas, pero leo más sobre cultura que sobre política.

-¿Cuál fue el último libro que leíste?

-Mi vida en la música, de Daniel Barenboim. Me gustó mucho. Leo también sobre filosofía, sobre sufismo.

-¿Cómo llegaste a ser un seguidor del sufismo?

-Mi madre era una mujer de mucha fe, eso ha quedado en mí y quiero profundizarlo. Me interesan las grandes preguntas existenciales.

-¿Qué te preguntás?

-Pasar por la vida y no saber para qué pasé. Eso me preocupa y me lo pregunto. Y eso se repite en todo lo que hago. No creo que haya venido al mundo sólo para trabajar, para comprarme un auto, comprar una casa o tener hijos. Algunos se quedan con lo que han recibido por educación o herencia familiar y otros buscamos más.

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