Reflexión dominical de Monseñor Martorell, Obispo de Puerto Iguazú

San Agustín nos relata el presente diálogo entre su madre y ellos antes de morir: «Queridos no lloren, Yo voy al Señor, voy a esperarlos en su Gloria. Muero, pero mi amor no muere. Los amaré en el Cielo como los he amado en la tierra. No se dejen abatir por la pena. ¡ No miren la vida que acabo sino la que comienzo, sólo les pido que me recuerden ante el Altar del Señor!” (Conf. XI, XI).

¡Qué fuerza tienen estas palabras ante la encrucijada de la MUERTE! Ayer celebrábamos la gloria de los Santos que, como Santa Mónica, por las obras y el amor a Dios y el prójimo gozan de la gloria de la Eternidad, viendo a Dios, Nuestro Señor, cara a cara como El es. Hoy la Iglesia que peregrina en la tierra celebra y se reúne para hacer sufragios por sus hijos que ya «difuntos se purifican» (LG 49)

Para poder comprender bien esta realidad digamos que mientras dure este tiempo, la Iglesia constará de tres estados:
1.- Los Bienaventurados que gozan ya de la Visión de Dios: los Santos y beatos.
2.- Los difuntos necesitados de «purificación» que todavía no son admitidos a la Visión de Dios, los que purgan sus pecados, y decimos que están en camino hacia la Visión.
3.- Los que peregrinamos en la tierra, con la esperanza de ver a Dios al final de nuestra vida. Para ello practicamos la fe en Jesucristo y las obras de caridad y misericordia.

La comunión entre estos tres estados de vida de ninguna manera se interrumpe, antes bien se robustece con la comunicación de los bienes espirituales: los Santos interceden ante Dios, por nosotros fortaleciéndonos con su ejemplo y alcanzándonos la gracia de Dios para nuestras vidas y orando por los hermanos que todavía no han llegado a la Visión de Dios.

Los hermanos difuntos que están purgando sus pecados reciben también nuestras oraciones y ofrecen sus sufrimientos por nosotros a través de nuestras oraciones. Es muy antigua la devoción de orar por las «almas del purgatorio» para que ellas ofrezcan a Dios por nosotros sus sufrimientos, especialmente el sufrimiento que ‘produce en sus almas el no tener todavía la «Visión de Dios”.

Esta es una consoladora realidad que nos hace vivir a los cristianos la muerte dolorosa ciertamente, pero con el consuelo de saber que de Dios venimos y hacia Dios vamos, y que en nuestros corazones vive la esperanza de no terminar con la destrucción de nuestro cuerpo, sino de saber que vamos a Dios y que nuestros hermanos se comunican con notros a través de nuestra oración. Como dice el Apóstol en la segunda lectura (2a Cor. 5): “Cuando nuestra tienda humana se desmorona….tenemos una casa que es de Dios, una habitación eterna».

Así, Bienaventurados en el Cielo, purgantes en el purgatorio y caminantes en la tierra ,todos sabemos que al final estamos todos en camino hacia la Resurrección final que nos hará plenamente partícipes del Misterio Pascual de Cristo, cuando El vuelva por segunda vez y definitivamente.

Que la Virgen Madre nos ayude a encontrar este consuelo frente a la muerte.

Marcelo Raúl Martorell                                                              Obispo de Puerto Iguazú

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