Reflexión dominical de Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo Puerto Iguazú

Los textos de la liturgia de este domingo pone a nuestra consideración el tema de la salvación y de cómo Dios interviene en la historia para lograr que ésta se realice conforme a sus planes. San Pablo nos enseña que siempre interviene Dios en la historia para el bien de los que le aman. Quienes amamos y respetamos a Dios hemos de someternos a Él y de Él esperar los momentos y hechos propios de la salvación en el camino de nuestras vidas. Si es el Señor de la historia, frente a los hechos favorables o desfavorables a nuestra fe, El intervendrá en el momento oportuno para nuestra salvación.

En la primera lectura, el profeta Isaías (Is. 45, 1.4-6) nos relata cómo un pagano, Ciro, rey de Persia, ordena la repatriación de los judíos y la reconstrucción del Templo. Nos muestra cómo interviene Dios siempre en orden a la salvación, aun de manos de un pagano. Si Él es el Señor y creador, dueño de su viña, ¿cómo podrá olvidarse de ella y de los designios que le tiene preparado? Y es por eso que grita por boca de su profeta: “Yo soy el Señor y no hay otro, fuera de mí no hay otro Dios” (Ib.5).

Es por eso que la Iglesia fiel a la Palabra nos insta siempre, aún frente a los dolores más fuertes, a confiar en los caminos del Señor y a poner en Él toda nuestra esperanza y saber que así como sus caminos no son nuestros caminos, sus tiempos no son nuestros propios tiempos. La Escritura y la propia historia de salvación del pueblo de Israel nos muestran cómo esa confianza no es una confianza ciega, se asienta en la fe, que porque es racional, se transforma en una base de lanzamiento segura del hombre hacia Dios. No hemos puesto nuestra confianza y fe en un Dios de muertos, sino de vivos; en un Dios que es esperanza y aliento en la vida del hombre. Y por eso confiamos, como hombres cristianos, que en algún momento, en nuestra historia de fe, tan golpeada y ultrajada, Dios mandará algún Ciro que nos ayude con sus fuerzas a revertir y reconquistar la tierra de amor que cobija la viña del Señor y que hoy nos brinda a todos, pero especialmente a los más jóvenes, un ámbito propicio para vivir los caminos del Señor.

Si creemos que todo poder viene de Dios, y que todo depende de Él, aun separando los poderes humanos de los sobrenaturales y divinos, teniendo conciencia de que ambos no se confunden, como nos lo enseña el Señor en el evangelio de hoy (Mt. 22, 15-21): “dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”, enseñándonos así a respetar y distinguir el poder civil del poder sobrenatural, debemos sin embargo los cristianos, porque sabemos que él también viene de Dios, colaborar con el poder civil en la búsqueda de la verdad, la justicia la paz y el trabajo por el bien común; buscando así que todos podamos vivir bajo el influjo de la Verdad. Es por eso que la Iglesia nos invita a todos a participar de la política y en las tareas seculares, siendo para los fieles laicos una omisión grave abstenerse de ser presencia cristiana efectiva en sus ambientes.

Esto no implica que los miembros de la Iglesia, y especialmente la Jerarquía, siguiendo siempre la verdad del evangelio, en ocasiones particulares, no haga indispensable la denuncia profética. El seguimiento de Jesucristo implica siempre un compromiso con la verdad y el amor al prójimo, con el anhelo de hacer crecer y transformar la sociedad en la que vivimos en una sociedad más justa y evangélica, hasta que el Señor vuelva, manteniendo el cristiano la defensa de la libertad de todos los hombres de honrar a Dios por encima de toda ley o autoridad política, convencidos de que Dios puede valerse también de las situaciones políticas más adversas e irreligiosas para realizar la historia de la salvación (ID 1392). Tengamos siempre presente esta realidad y esperemos con confianza los designios del Señor de la historia y de la vida que sabe intervenir en el momento oportuno en orden a la salvación.

Roguemos a María Santísima que interceda ante Jesús para que por la luz del Espíritu Santo sepamos leer rectamente la historia presente en nuestras vidas.
(Sal. 95, 3)

+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú

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