La letra escarlata, la marca de la bestia o triangulitos de colores

Últimamente me da por el cine, sobre todo recordar viejas películas (y no tanto), que no sé si me gustaron mucho en su momento, pero dejaron “algo” que hace que las recuerde. Un estigma, una marca.

Y de eso se trata este artículo, de las marcas que quieren imponer  utilizando un discurso anacrónico, en cierta forma actualizado (valga la contradicción) desde los medios de comunicación, a través de “opinólogos” varios  y de candidatos fabricados para la ocasión. Y la ocasión viene a cuento del famoso tema de los aplazos que supuestamente dejarían de existir en las escuelas primarias de la provincia de Buenos Aires.

Cabe en este punto una aclaración sumamente importante y en primera persona, yo no me voy a poner a opinar sobre si está bien o no la medida (de la que ya se hablará más adelante). No soy pedagoga, ni mucho menos. No puedo exponer con ninguna suficiencia sobre un tema que lejos de dominar, escasamente toco de oído. Soy periodista y fui docente, apenas. Yo voy a hablar del discurso de los medios sobre la materia y el de sus candidatos afines. Ya con eso, tengo para entretenerme.

La medida en cuestión se puso en vigencia, para el año próximo, como consecuencia de la resolución 1057/14 de la Dirección General de Escuelas bonaerense (que muy pocos, o casi ninguno leyó) en la que se establece que en sus escuelas primarias la nota más baja será un 4 y la máxima un 10, para los alumnos que van de cuarto a sexto año y que, los que cursan entre el primero y el tercero deberán ser calificados con regular, bueno y muy bueno.

Esto, que parece una asunto meramente operativo, digamos, porque la cosa no es si el nene saca 1 o 10, la cosa es que el nene aprenda, desató una catarata de declaraciones diversas, de diversos personajes que en algunos casos saben de educación tanto como de filosofía hindú. Pero esto resultó, más que un impedimento, un incentivo mayúsculo para que por redes y medios varios se difundieran sus dichos cual maná caído del cielo (no sé de qué otro lugar puede caer el maná, pero eso es lo de menos).

El argumento fundamental con que se quiso rebatir la medida, fue que la misma favorecía la “vagancia” y de que se “premiaba” la ley del menor esfuerzo. Si alguien  puede explicar coherentemente cómo a través de un determinado sistema de calificaciones escolares se puede “crear” un vago en potencia o real, a partir de poner un aplazo o no a un niño de 6 años, ya podemos ir cerrando carreras de psicología, pedagogía y afines, porque, obviamente están de más. Qué tanto Freud, Vigotsky, Piaget o Montessori, por citar a alguno que tuvo que ver con esto y que me acuerdo en este momento, si para eso tenemos a la inefable Marianita, a los lectores de Clarín, La Nación, Infobae y a nuestro “diputado cibernético”, el querido y nunca bien ponderado Sergio Massa. Pero no se asuste el lector, no se hablará del candidato, ni en contra ni a favor, él no necesita prensa, puede solito. Hablaremos de lo que él dijo y de qué significa socialmente lo que dijo.

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Y aquí vamos llegando al centro del problema, porque el autotitulado candidato “renovador” dijo sin ponerse colorado y sin que nadie le pida ninguna aclaración: “Tenemos que generar incentivos para la capacitación. Tanto para los chicos como para los docentes, y que ese incentivo tiene que partir de la base de que premiamos el esfuerzo y marcamos a aquél que no se esfuerza.”

“Marcamos” dijo, y van de nuevo las negritas para seguir resaltando el término que en sí  mismo constituye toda una exposición discursiva. Porque cuando marcamos a alguien lo señalamos, lo apartamos, lo destacamos de entre todos los demás, lo excluimos, lo estigmatizamos.

Para la sociología un estigma, una marca, es una “condición, atributo, rasgo o comportamiento, que hace que su portador sea incluido en una categoría social hacia cuyos miembros se genera una respuesta negativa y se les ve como culturalmente inaceptables o inferiores.” Es decir, la persona a la que marcamos, no merece vivir entre nosotros, los “normales”, los que nos esforzamos,  los que cumplimos con lo establecido.

El lenguaje de los medios y de las redes sociales está plagado de estas expresiones. El discurso hegemónico se estructura a partir de ellas y circula, a su vez, como estructurante de la sociedad que imaginan a partir del fin de esta anomalía que, según ellos, se vive por estos días. No importa si se trata de niños en edad de escolaridad primaria, jóvenes que viven en una villa o todo aquel que piense diferente. No cumple con las normas (las que ellos establecieron como “cumplibles”), hay que marcarlo, hay que apartarlo.

La película con la que empieza esta nota habla de eso. Cuenta la historia, basada en una novela de Nathaniel Hawthorne, en la que una mujer (cuándo no) que le fue infiel a su marido es condenada a llevar una letra escarlata cosida en su ropa, la letra A de adúltera, para que todo el pueblo sepa lo horroroso de su pecado. La única forma de salvarse de tan cruel castigo es delatar al cómplice en su aventura extramatrimonial. Hesner Prynne, tal el nombre de la protagonista, no cumplió con lo que se esperaba de ella y nunca dijo el nombre del hombre que amaba, por lo tanto no merecía vivir en su sociedad. Había que apartarla y qué mejor forma de hacerlo que marcándola para siempre, así de simple.

Si hacemos un poco de historia, y sin ir muy lejos, esto de las marcas me recuerda al sistema de clasificación de ideado por los nazis para identificar las distintas categorías de los que ellos consideraban indeseables. Un simple código compuesto por triangulitos de colores que se cosían en la ropa del señalado y que indicaban su condición. El rosa para los homosexuales, el rojo para los disidentes políticos, el negro para gitanos, rebeldes y otros grupos y dos triángulos amarillos superpuestos, uno apuntando hacia arriba y otro hacia abajo que formaban la famosa Estrella de David con la que se distinguía a los judíos. Cualquier asociación con marcar al que no se esfuerza, no es mera coincidencia, ¿o sí?

En mi época (estamos hablando casi de antes del diluvio), el que no alcanzaba los objetivos escolares era un “burro”, un “retrasado”, una “bestia” y lindezas por el estilo. Pero ya sabemos que la civilización ha avanzado y mucho, ahora solo lo “marcamos”. Un poquito.

Ahh!!! Me olvidaba, el “cómplice” de adulterio se suicidó de pura culpa, pero hablar, lo que se dice hablar, nunca habló. Dejó que la pobre Hesner se la bancara bien solita. Todo un caballero el señor. Una joyita!!

 

Por Silvia Abaca – Periodista

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