“Me violaba cuando quería y me amenazaba para que no dijera nada”


El relato de Mirta es un viaje al infierno. Su padre abusó de ella durante 23 años. La sometió a todo tipo de humillaciones y hasta evitaba que comiera. Hoy, desnutrida y deteriorada psicológicamente, quiere empezar de nuevo.

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No podía salir ni al pasillo.

Mirta Noemí Boo (35) dice que nació de nuevo. Que su vida empieza ahora. Cuando Misiones Online le pregunta cómo está, de inmediato le sobreviene el temor de que su padre vuelva. Dice que no quiere, que eso no va a pasar y sufre una crisis. Queda en blanco, mirando la nada por unos cinco minutos. Después reacciona, ofuscada. Entonces interviene Nélida Dutra, la vecina que la asiste, y le pide que se calme. “No te va a pasar nada, no va a volver, ahora yo te voy a cuidar como si fuera tu mamá”, le repite con cariño. Entonces Mirta se va calmando y cuenta. Su historia es un viaje al infierno.
Empieza hablando de las carpetas de mesa, las mantas y los pullóveres que tejió. “Mi abuela, que para mí era mi verdadera mamá, me enseñó todo. A tejer, a bordar, a cocinar y a tener todo ordenado. Los centros de mesa llevan menos tiempo. Es diferente con los abrigos, que se empiezan por la espalda”, detalla. El tejido fue su vía de escape en los días oscuros en los que su papá Héctor Boo (57) o “Chinoco” como lo conocen sus vecinos, la maltrataba, golpeaba y violaba.

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Junto con Nélida, su vecina salvadora.

“Me violaba cuando quería nomás. Y me amenazaba para que no dijera nada”, repite la mujer, a la que se la ve extremadamente delgada. “Me repetía que yo tenía sida y que los médicos que llegaran a verme me iban a decir que estaba así porque era una callejera”, afirma. Los abusos empezaron cuando ella tenía 12 años. Ocurrían muchas veces a la semana, a escondidas de la abuela paterna.
Mirta no podía salir ni al pasillo que separa los edificios de su chacra, tampoco al jardín que en otros tiempos supo ser el orgullo de su abuela. “Cuando salía se ponía furioso. Decía que solo era para traer hombres, que eso le decían los vecinos. Era mentira, porque ni siquiera podía dejar la casa. Ni siquiera amistades podía tener. Acá mando yo, acordate que te puedo romper todos los huesos y tirar al río, me repetía siempre”, detalla.
“El vendió todo lo que había en la casa. Los sillones, la tele, la cámara fotográfica que me había regalado mi abuela cuando cumplí los 15 años. Lo que juntaba era para tomar whisky y otras bebidas. También fumaba marihuana”, relata y le tiemblan las manos.
“En una ocasión me empujó contra la pared y mi abuela, que estaba en cama, logró sostenerme. Ahí mi abuela me contó que también su marido, el papá de mi padre, era un borracho golpeador”, evoca.
“El lunes yo tenía un carpetilla que quería entregarle a Nélida y cuando él salió, me mandé para la casa de ella. Cuando volví estaba y me reclamó por qué había salido. Sos una puta barata, me dijo. También que me iba a reventar. Yo le dije que me dejara en paz, que era un demonio”, recuerda. Eso sucedió entre las 16 y las 17.
“Me iba a tirar con esto”, dice Mirta y muestra una ensaladera. “Como no se podía ni parar de lo borracho que estaba, pude zafar. Me repetía que con eso iba a destrozarme. Ahí me acordé también que tenía un machete al lado de la cama”.
En ese momento intervino Nélida, quien cobijó a la mujer en su departamento del primer piso, del mismo edificio y evitó que Chinoco la agrediera.
“Eso no va a volver a pasar, vamos a cuidarla y protegerla”, afirma esa vecina solidaria que añade que el Ministerio de Desarrollo Social la asistió con un poco de dinero para que compre mercadería y se comprometió a ayudarla en un tratamiento psicológico.
Nélida llamó al 911 y en 15 minutos apareció un patrullero. “Otra vez vos Boo”, le dijo uno de los policías a Chinoco, porque no era la primera vez que lo denunciaban, aunque las ocasiones anteriores había sido por discusiones con los vecinos por ruidos molestos. El hombre fue detenido.
En la Comisaría de la Mujer, Mirta se quebró y contó todo. “La médica que me revisó me dijo que tengo muy deterioradas las partes íntimas, pero que puedo recuperarme”, afirma. Pese al estado de shock en el que se encontraba, ella decidió entregar a las mujeres policías la ropa interior que vestía la última vez que su padre la había violado, como para que la peritaran y quede en evidencia el accionar del pervertido.
La mujer está desnutrida. Cuenta que su papá le retaceaba el alimento. “Ahora puedo comer”, dice y muestra fotos de cuando estaba bien. Se la ve sonriente en la Escuela Número 1 donde hizo la primaria. Y luego con un grupo de conocidos del barrio. También en la imagen de la Primera Comunión.
Mirta ahora quiere volver a empezar. Está dispuesta a desandar el largo camino de la recuperación. Esta mañana, junto con su vecina y protectora Nélida limpiaron a fondo el departamento. Desea disfrutar de la vida en libertad, y cosas simples, como el sol en la cara y escuchar la música lenta que tanto le gusta. Desea reeditar esa parte de su vida cuando fue feliz, junto a su abuela, Noemí Gomez, una empleada municipal que falleció en junio de este año, a los 83 años. “A mi abuela también le maltrataba verbalmente”, afirma. La anciana no se enteró de lo que pasaba en su casa por las amenazas que Chinoco le profería a su hija.
En septiembre, Mirta cumple 36 años. Su vecina dice que le va a organizar la fiesta, porque en la última década no había podido celebrar nada. Ahora, afirma, tiene motivos.

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