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Mundial 2014: Mascherano y el efecto Messi

‘El Jefecito’ refleja el espíritu de una Argentina que se agranda con el aura, más artificial que real, que aún transmite el mejor jugador del mundo.


Javier Mascherano es el alma de esta Argentina. Con él se identifica un país, un pueblo, un equipo, unos jugadores. Transmite esfuerzo, inteligencia, vigor y pundonor. La albiceleste le debe gran parte de su pase a la final del Mundial 2014 a su capitán en la sombra, al líder del vestuario, al amigo de Messi. Tras 24 años de sinsabores, los argentinos vuelven a celebrar aunque su juego no enamore. Porque pese a reconocer la teórica superioridad de Alemania, todos confían en el aura que aún transmite Leo, en su talento, en que una genialidad suya lo resuelva todo. Y mientras esperan, se agarran a la pelea del Jefecito para sobrevivir.

«Estoy feliz, orgulloso de formar parte de este grupo. Hoy hemos demostrado cómo teníamos que jugar una semifinal del Mundial. Hemos jugado con corazón, con alma pero con una inteligencia táctica impresionante. Era lo que pretendíamos. No le dimos opciones de nada a Holanda «, aseguró Mascherano tras eliminar a Holanda en la tanda de penaltis.

Ninguno de los dos equipos arriesgó lo más mínimo durante los 120 minutos. El miedo a perder era demasiado grande. Así que todo tuvo que resolverse desde los once metros. Y ahí el centrocampista argentino, capitán sin cinta desde cedió el brazalete a Messi en 2011, el mejor de su equipo en la semifinal, jugó un papel capital arengando al portero Sergio Romero.

El Jefecito, que venía de un esfuerzo titánico para frenar a Robben en el minuto 90, que quedó medio desmayado tras un choque cabeza con cabeza con Wijnaldum, que no había sido elegido para tirar ninguno de los cinco primeros penaltis, aportó un pequeño granito de arena más para dar confianza a su compañero.

«Hoy, ¡hoy! Vos te convertís en héroe. ¿Está?», le dijo Masche a Chiquito Romero a pie de campo, justo antes de que el guardameta, suplente en el Mónaco, se encaminara hacia la portería en la que detuvo los tiros de Vlaar y Sneijder. «Le dije que iba a ser su día, que hoy iba a cambiar la historia, que hoy podía ser recordado para el resto de la historia y ojalá que así sea», desveló el centrocampista tras el partido.

Durante 120 minutos fue él quien pidió (y dio) tranquilidad a sus compañeros, les organizó, les defendió, les ayudó, les dirigió. «Di lo que pude, pero creo que cada uno de nosotros dimos todo lo que pudimos. Más allá de jugar con el corazón y el alma, si no pensás, y si no cubrís los espacios como los cubrimos y si las ayudas a los laterales no estaban iba a ser muy difícil y el equipo lo pensó todo», añadió el jugador del Barça, destinado a ser uno de los capitanes del nuevo equipo azulgrana que está construyendo Luis Enrique.

«Mascherano es un baluarte, un símbolo, el se sacó un gran peso de encima por pasar a semifinales. Es el único jugador que tiene doble medalla olímpica y todos los técnicos que lo conocen, como Guardiola y Benítez, se lo quieren llevar a su equipo», le alabó el seleccionador Alejandro Sabella. «(Ante Holanda) fueron Mascherano y diez más», afirmó Diego Armando Maradona.

Sabella tiene en El Jefecito a su mariscal de campo, a su hombre de confianza, al futbolista más indicado para transmitir sus indicaciones. Pero Javier es mucho más. Es el encargado de arengar a sus compañeros, motivarles, exigirles. Ante Holanda volvió a tomar la palabra para transmitirles serenidad. «Les dije que estaba orgulloso de formar parte de un equipo como éste, que empezó en Barranquilla (en el inicio de la era Sabella), que sufrimos mucho, que sabíamos que iba a ser muy difícil pero que estábamos ahí, que más allá de lo que pasase en los penales mi orgullo por formar parte de este equipo no iba a cambiar», reveló en la lluviosa noche de Sao Paulo.

Con 30 años y 105 partidos vistiendo la camiseta de Argentina, a Javier Mascherano le ha llegado la hora de la verdad. «Vamos a jugar el partido más importante de nuestras carreras. Estamos en la final y no vamos a regalarla», afirmó. Él sabe como el que más lo que escuecen las derrotas tras caer en cuartos ante Alemania tanto en 2006 como en 2010. «Estoy cansado de comer mierda», les dijo a sus compañeros antes de jugar ante Bélgica. Ahora ha llegado el momento para su redención.

Redención que pasa por encontrar la mejor versión de Leo Messi. Demasiado lejos del área, flojo físicamente, el mejor jugador del mundo tiene ante sí la oportunidad de entrar por la puerta grande –si es que no lo ha hecho ya- en el Olimpo de los Dioses del fútbol. El peso de la historia está sobre sus espaldas. Argentina confía en él.

Y Leo acusa esa gran presión. En los primeros partidos, fue él quien sacó las castañas del fuego. En cuartos y en semifinales, sin embargo, su actuación ha sido azul oscura casi negra, deambulando, esperando una ocasión para ser decisivo. Parece que no está, pero los rivales le siguen temiendo en cada arrancada y sus compañeros ganan confianza solo con verle caminar por el campo. Saben que está con ellos y con eso han tenido suficiente hasta el momento. Tampoco se ha escondido Messi. Él fue quien tomó la responsabilidad del primer penalti –el más decisivo, según las estadísticas- en la tanda ante Holanda.

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