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Carta del Obispo de Posadas: «La alegría del espíritu»

«La alegría del espíritu»

En este domingo estamos celebrando la gran Solemnidad de Pentecostés. El Evangelio de San Juan (20, 19-23), nos muestra a Jesucristo Resucitado, enviando a sus Apóstoles, a aquellos que fueron elegidos entre los discípulos: “Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes” (Jn. 20,21). Y les otorga el poder para ejercer el ministerio de perdonar y retener los pecados, que los sacerdotes ejercen en el Sacramento de la confesión: “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdones, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn. 20,22-23). Es bueno recordar que estos hombres eran como nosotros. Ellos estaban orando “junto a María”, en el cenáculo, en la mañana de Pentecostés, cuando el Paráclito prometido, el Espíritu Santo descendió sobre ellos (Hch. 2). En esa mañana de hace casi 2000 años nació la Iglesia. El Espíritu Santo prometido va acompañándola y lo hará hasta el final de los tiempos.

 

En esta reflexión de Pentecostés quiero tener especialmente presente a la Iglesia. Los cristianos por el bautismo somos parte de la Iglesia. Nuestra fe en Jesucristo, el Señor, por un lado tiene una dimensión de compromiso personal y por otro necesariamente tiene una dimensión comunitaria-eclesial.

 

Es importante subrayar que difícilmente la fe de un cristiano pueda madurar sin esta relación a la comunidad eclesial, a la formación permanente, a la necesidad de recurrir a los sacramentos, a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia, que nos permite iluminar los acontecimientos que vivimos y nos fortalecen a realizar opciones a veces difíciles que ayuden a humanizar y evangelizar nuestra cultura. Al respecto quiero citar un texto clave para profundizar en la necesaria eclesialidad en la espiritualidad de un cristiano, sobre todo en este inicio del siglo XXI caracterizado por un excesivo individualismo y subjetivismo. En Evangelii Nuntiandi el Papa Pablo VI nos dice: “Existe, por tanto un nexo íntimo entre Cristo, la Iglesia y la Evangelización. Mientras dure este tiempo de la Iglesia, es ella la que tiene a su cargo la tarea de evangelizar. Una tarea que no se cumple sin ella ni mucho menos contra ella. En verdad, es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien intencionadas, pero que en realidad, están desorientadas en su espíritu, las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo, pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo, pero no a la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: “El que a vosotros desecha, a mí me desecha” (Lc.10,16). ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado a favor de Cristo es de San Pablo: “Amó a la Iglesia y se entregó por ella?” (Ef. 5,25).

 

Durante estos años como Iglesia diocesana vamos asumiendo nuestro primer Sínodo Diocesano, así como el documento de Aparecida, algo vivido con intensidad en el año 2007. Tanto en el ámbito del laicado, la familia y los jóvenes encontramos espacios que nos implican a profundizar la dimensión discipular y misionera. En nuestras distintas comunidades ya sean parroquiales, educativas, movimientos y asociaciones estos temas nos desafían a encontrar respuestas adecuadas a las nuevas situaciones que nos plantea este inicio del siglo XXI.

En esta reflexión quiero señalar la alegría de tantas comunidades que celebran con gozo y de diversas maneras la Solemnidad de Pentecostés. En la Iglesia Catedral hemos vivido una vigilia de oración intensa, animado por los movimientos y nuevas comunidades de la Diócesis y fieles en general, organizado por la comisión de laicos. El Espíritu Santo nos da el don de la comunión en la diversidad de dones y carismas, y nos impulsa en la tarea evangelizadora que es la razón de ser de la Iglesia

En el documento de Aparecida se vuelve a señalar que la Misión de la Iglesia es Evangelizar. En este nuevo Pentecostés quiero terminar esta reflexión con un texto que expresa el gozo que tiene la Iglesia sobre el amor de Dios: “Anunciamos a nuestro pueblo que Dios nos ama, que su existencia no es una amenaza para el hombre, que está cerca con el poder salvador y liberador de su Reino, que nos acompaña en la tribulación, que alienta incesantemente nuestra esperanza en medio de todas las pruebas. Los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (30).

 

Con la alegría de celebrar la venida del Espíritu Santo sobre su Iglesia, en este Pentecostés, les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo.

 

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

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