Mónica Millán expone su obra en galería Zavaleta Lab de Capital Federal

La galería Zavaleta Lab exhibe hasta fin de año una muestra que recorre los últimos trabajos de la artista misionera Mónica Millán y que, además, presenta una de sus primeras pinturas, una abstracción realizada en el año 1986.

Titulada «¿Oíste los pájaros que cantaban por el corazón de la lluvia?», la muestra profundiza la estética personal e inconfundible de una artista cuyas expresiones se basan en el estudio de su tierra natal, su gente y las artesanías seculares, los ecosistemas y la naturaleza agreste y exuberante que deslumbra a aquellos que se internan en la selva misionera.

 

Como referentes de su producción, menciona a dos mujeres artistas de universos y épocas distintas. Marianne North fue una jovencita británica que en el siglo XIX decidió recorrer el mundo pintando flores que hoy se encuentran en el Jardín Botánico Real de Londres, pero esos cuadros, como observa en el texto del catálogo Gonzalo Aguilar, reclaman una valoración estética. La otra artista es Lidy Prati, que, en las primeras décadas del XX se casó con Tomás Maldonado. Ella diseñó las viñetas de la revista «Arturo» y se destacó por la condición poética de sus dibujos entre todos los abstractos de su generación. Su lirismo tan sólo lo alcanzó Alfredo Hlito, uno de sus pares. Pero dejó de pintar cuando se separó.

 

Millán sabe relatar historias y las inserta en su obra. Cuenta que descubrió los materiales que inspiraron esta nueva exposición en un ropavejero de Buenos Aires. Allí estaban, como si la esperaran, unos manteles con sus servilletas y unas carpetitas de Ñanduty. «No logré dormir esa noche», dice. Y a partir de entonces comenzó la aventura de la muestra.

 

Sobre esos manteles ya bordados con moños y crisantemos, la artista desplegó sus bellísimos motivos ornamentales, en perfecta coincidencia con la filigrana de sus dibujos en carbonilla. En las telas está el collage de formas geométricas y las imágenes de los pájaros; los bollitos de hilos y los estambres, las cúpulas de coloridos encajes, las enruladas serpentinas bordadas que cuelgan como flecos y, finalmente, la lluvia, representada por unas puntadas con hilos de oro y de plata que en «Un vuelo de pájaro», cruzan oblicuas la superficie. Los rayos que dibuja la lluvia se perciben como irradiaciones celestiales. Y todo el conjunto de las obras voluptuosas, se relaciona estrechamente con las maravillas de la naturaleza.

 

Abstracciones

 

Hay obras abstractas, no obstante, que ostentan un riguroso ascetismo frente a la suntuosidad de esas piezas. Al diseño constructivo de una pintura decididamente abstracta, realizada cuando Millán tenía 26 años, se suma la serie de pequeñas servilletas bordadas a mano en la actualidad con motivos geométricos. En efecto, la manualidad de estos trabajos remonta la trayectoria de la artista, pero nos lleva mucho más atrás en el tiempo, induce a pensar en la herencia abstracta del arte precolombino. Así, los hilos de un pasado remoto y también del cercano, se atan con los del presente a través de esa pintura que permaneció oculta durante años.

 

Las obras esconden las búsquedas de la artista. Estas búsquedas están ligadas de diversos modos al origen e indujeron a Millán a investigar los enjambres del sonido, el color y las formas de la selva, el clima, el bordado y, la marea de cualidades distintivas del territorio misionero. Al ingresar a la galería hay un trabajo del año 2000, realizado cuando se dedicó al budismo y exploró la alquimia. «La obra está bordada con punto atrás, es la puntada Zen», aclara. Así observa que fue su deseo montar una exposición más subordinada a la narración que a un orden cronológico.

 

Junto a esta obra, una de las pinturas revela, en el luminoso horizonte del paisaje, su raíz romántica y el misticismo estético. La vivacidad transparente de un amarillo incomparable potenciado por el celeste del mar, se divisa en una ventana recortada en medio de la urdimbre del dibujo y el bordado. El cromatismo luminoso es una fiesta. El paisaje transmite las sensaciones proyectadas por los paisajistas románticos: libertad, anarquía, incertidumbre, cambio, vida, muerte.

 

La muestra culmina con una caja oscura que resguarda sobre unas madejas de hilos, el cuerpecito emplumado de un hombre-pájaro. La visión de esas plumas de colores habla de la intersubjetividad extrema de la artista con la naturaleza. Ella es el pájaro mismo.

 

Millán vuelve a sorprender con la audacia y originalidad de los planteos, recupera la belleza como valor artístico, pero logra trascender el fin ornamental o de culto con que fueron concebidos sus trabajos. Su arte no necesita el embrujo. Lo que en verdad queda a la vista es la simbología y el refinamiento estético. Ella ha guardado sin duda dentro de sí y, acaso sin saberlo, las respuestas a esos secretos existenciales que durante años buscó por el mundo.

 

Ambito.com

 

 

 

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