Reflexión dominical de Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú

En este domingo se profundiza el sentido escatológico de los textos, es decir que las lecturas orientan el pensamiento a las realidades ultraterrenas. Hoy nos dice el profeta Malaquías 3,19-20: ”Mirad que llega el día, ardiente como un horno: los malvados y perversos serán la paja y el día que llega los consumirá” (Ib. 19). Hoy no parece agradable unir las palabras del Señor y el mensaje de salvación con estas imágenes de tipo escatológico pero expresan una gran verdad, que sucederá indefectiblemente. 

El bien será premiado, el mal será castigado. Muchas veces en la vida presente triunfa el mal y los que desconocen a Dios tienen éxito y fortuna mientras que los que obran el bien, ejercitan la caridad y cumplen con los preceptos del Señor, muchas veces sufren la enfermedad, el dolor y padecen la inequidad de los hombres. Vendrá el día en que el mismo Dios pondrá las cosas en su lugar haciendo justicia: “entonces vosotros volveréis a distinguir entre el justo y el impío, entre quien sirve a Dios y quien no le sirve” (Ib. 18). Cada uno tendrá el destino eterno que se haya preparado con su conducta y su manera de obrar en este mundo.

Así para los impíos, los que obran la injusticia e inequidad, los que propician la muerte y no respetan la vida como don de Dios desde el momento de su concepción hasta su muerte natural, los que propician las guerras y esparcen la enfermedad de la droga y el alcohol, los que favorecen toda injusticia y discriminación, los que destruyen el sentido de la familia y propician todo tipo de violencia, para estos el día del juicio será como un fuego devastador. En cambio para los justos y piadosos, los caritativos y generosos, los que se juegan por la justicia y la verdad, por la familia y por el don de la vida, los que preservan a los niños y jóvenes, los que trabajan por el bien común…”Yo seré indulgente con ellos –dice el Señor- como es indulgente un padre con el hijo que le sirve” (Ib.17). Aquí se nos revela la bondad del Señor que por encima de todo mérito, recompensa a los que le aman y le sirven en esta vida: “los iluminará como un sol de justicia” (Ib. 20). El Señor después de haberle dado al mundo la luz de la gracia para que camine en la verdad y el bien, en la paz y la justicia, volverá para recibir en su gloria eterna a cuantos hayan obrado así.

En su discurso escatológico, el Señor (Lc. 24,5-19) predice los sucesos que precederán al fin del mundo con la destrucción de Jerusalén y del Templo. Habla de muchos que presentándose en su nombre, impartirán doctrinas engañosas y falsas profecías: “cuidado con que nadie os engañe…;no vayáis tras ellos”. Ellos son los que deforman la verdad, hay que ser cautos y saber discernir, el que contradice a la Sagrada Escritura, el que no está con la Iglesia y el Magisterio del Papa, no ha de ser escuchado. Jesús anuncia también “guerras y revoluciones, terremotos y epidemias, hambre” (Ib. 9-10). La historia de todos los tiempos registra este tipo de calamidades, por lo que sería aventurado ver en ellas -como ven la multitud de falsos profetas- la señal de un fin inminente. Jesús mismo dijo “no tengáis pánico el fin no vendrá enseguida” (Ib. 9), sin embargo “estas cosas tienen que ocurrir primero”. 

Todas estas cosas tienen por fin recordarle al hombre que esta vida es transitoria. Todo está en camino hacia los “nuevos cielos y tierra, en los que habite la justicia” (2 Pe. 3,13) y en los que los justos participarán eternamente de la gloria de su Señor. Bajo esta misma luz han de ser leídos todo tipo de persecución a la Iglesia. No son para perdición de los creyentes, sino para robustecer su fe: “así tendréis ocasión, dice Jesús, de dar testimonio” (Lc. 21,13). Pero a pesar de todo este contenido, el discurso tiene una conclusión serena, llena de confianza. Jesús exhorta a sus discípulos a no preocuparse ni siquiera cuando sean apresados, llevados a los tribunales o perseguidos por sus amigos y familiares y convertidos en blanco de odio de todos. E incluso en el caso extremo de perder la vida, habrán ganado la eternidad. Dios velará por ellos. El Señor enseña que “con vuestra paciencia salvaréis vuestras almas” (Ib. 19). No es con las preocupaciones, las protestas o las discusiones como se obtendrá la victoria, sino perseverando en la fe en Cristo y confiando en Él, a pesar de las tormentas que nos acometen.

Que la Virgen madre nos proteja y nos ayude a caminar por las sendas del bien y el amor. 
(Cfr. Mal. 3, 20)

 

Marcelo Raúl Martorell                                                      Obispo de Puerto Iguazú

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas