La historia de Julián Acuña, el niño guaraní que fue operado por un tumor, llega al cine

El documental “Mal del viento”, escrito y dirigido por Ximena González, llegará el jueves al Cine Gaumont con la historia del niño guaraní Julián Acuña, que falleció a los 3 años tras haber sido operado de un tumor en el corazón, en un caso que reveló un profundo choque cultural entre la medicina occidental y las creencias tradicionales indígenas. 

El documental “Mal del viento”, escrito y dirigido por Ximena González, llegará el jueves al Cine Gaumont con la historia del niño guaraní Julián Acuña, que falleció a los 3 años tras haber sido operado de un tumor en el corazón, en un caso que reveló un profundo choque cultural entre la medicina occidental y las creencias tradicionales indígenas.

 

González pasó un año entero grabando desde muy cerca a Julián y a sus padres, miembros de la comunidad Mbya de Misiones, durante la internación del niño en un hospital porteño, luego de haber sido obligados a hacerlo por la justicia, debido a que ellos se oponían a que fuera curado según los tratamientos de

la medicina occidental.

 

 

La película, que refleja el choque entre la cultura occidental y la indígena, pero muestra además el drama de una familia y una comunidad ante la necesidad de tomar una decisión crucial, forma parte de una serie de estrenos del colectivo de documentalistas Doca en el Gaumont, entre los que figuran “Río seco”, de Abelardo Cabrera, y “Copa Hombre Nuevo”, de Esteban Giachero.

 

 

El caso comenzó en 2004, cuando Julián fue trasladado e internado por orden judicial en un hospital porteño, donde los médicos blancos le prescribieron un cáncer en el corazón y la necesidad de operarlo, frente a la reticencia de sus padres y la del Opyguá, su líder espiritual, quien soñó con una piedra en el corazón del niño y pidió su regreso a la aldea para curarlo con la medicina del monte.

 

 

Medios de comunicación, médicos, funcionarios y caciques discuten sobre la suerte de Julián, que espera una decisión encerrado en una habitación del hospital, mientras pasa el tiempo mirando la televisión, acompañado por sus padres y por la directora del filme, que permaneció junto a ellos, grabándolos durante toda su agonía.

 

 

“Lo que pasaba tenía que ver con la espera de algo crucial, de una decisión que ni siquiera tenía que ver con la voluntad del niño o de los padres», recordó la directora en diálogo con Télam.

 

«Todo era una gran espera alrededor de Julián. Y lo importante para mí era ese tiempo, no el acontecimiento que construían los medios, sino las vivencias y esa larga espera del niño y sus padres”, agregó.

 

Según González, “lo más fuerte era esa lenta agonía del nene tratando de regresar a su aldea. En ese sentido, y más allá de lo que yo crea o de la interpretación que tenga de lo que sucedió, la película deja abierta una pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si al niño no lo hubieran operado y lo hubiesen tratado según las creencias tradicionales? Eso nunca lo sabremos”, afirmó.

 

La película describe cómo la justicia y los médicos de Buenos Aires aluden al derecho a la vida del niño para obligar a sus padres a traer a Julián desde Misiones y así poder operarlo de su tumor, mientras que ellos y su comunidad estaban convencidos de que debía ser curado según sus creencias, porque sufría del “mal del viento”, un espíritu maligno que -según la creencia indígena- entró en su corazón.

 

 

“Al principio tenía una postura a favor de la posición de los padres, pero cuando me empecé a acercar observé que esa posición no era homogénea dentro de su comunidad. Eso lo volvía muy complejo para mí, porque si bien creo que la justicia occidental avasalló su autodeterminación, si profundizaba un poco más, todo se hacía mucho más complejo”, explicó la directora.

 

En relación a la manera de acercarse a la familia para poder acceder a la habitación del hospital y grabarlos durante un año entero, González sostuvo que “la forma de atravesar la barrera cultural fue a través de la permanencia y el silencio».

 

 

«Uno habla todo el tiempo aunque no haya nada para decir y ahí me di cuenta que lo mejor era no decir nada y permanecer en silencio”, añadió.

 

 

“Fue todo un proceso de aprendizaje, porque entendí que lo importante era la permanencia, seguir grabándolos a diario a pesar de que parecía no que no pasaba nada. Ahí me di cuenta que lo importante de la historia estaba en esa espera. Fue una decisión intuitiva, pero me parecía que debía estar allí, junto a ellos en esa habitación”, agregó.

 

 

“Pasaron unos tres o cuatro meses desde que entré en contacto con ellos hasta que operaron a Julián. Primero fue sin la cámara, después los grababa y a ellos les divertía verse. Intenté entrevistar al padre pero casi no me hablaba. Ellos no entendían muy bien qué era lo que estaba ocurriendo alrededor del nene”, recordó.

 

 

La realizadora señaló que “la situación en las comunidades guaraníes es muy compleja porque actualmente hay agentes sanitarios que los ayudan, pero al mismo tiempo esa es una forma de aculturación que de algún modo obtura la posibilidad de que ellos sigan desarrollando la medicina tradicional indígena”.

 

“Hoy en día hay cada vez más intervención de los médicos en las comunidades. El problema es que de esa manera el Estado se cuela de una manera problemática en sus vidas, lo cual trae aparejados cambios culturales profundos. Eso se ve, por ejemplo, en que hay cada vez menos partos naturales, porque las mujeres van a los hospitales para garantizarse un DNI para sus niños”, advirtió.

 

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