Diez años después

Escribe Juan Carlos Argüello, jefe de Redacción de Misiones On Line 

Diez años pasaron de aquel corte en la frente, producto de un choque con la cámara de un fotógrafo que quería retratar al flamante presidente en medio de la multitud en Casa de Gobierno. Ese domingo un nuevo Presidente marcó un cambio de época. Ese corte que le provocó un sangrado en la frente no fue apenas una ruptura de protocolo, sino que anticipó el modo de ser de un jefe de Estado, poco apegado a las estructuras, a las rigideces. Se iniciaba un gobierno heterodoxo. Y en la Argentina, muchas cosas dejaron de ser lo que eran.

 

 

Una década ha pasado desde aquella tarde, que le puso fin a la incertidumbre política que había devorado a cinco presidentes en una semana y que tuvo a Eduardo Duhalde como un inquilino sin votos en el poder. Por aquellos días el desempleo superaba el 20 por ciento y los ahorristas rogaban a los bancos por su dinero. La pobreza no había bajado y la “crisis” se cobraba vidas, según la particular visión de algunos. Nadie apostaba demasiado por el gobernador flaco y desgarbado que venía del sur, con un apellido difícil de pronunciar. Pero era desesperante la necesidad de salir del infierno y hasta Carlos Menem se dio cuenta de que nadie lo iba a volver a votar en el ballotage al que había accedido en las elecciones anticipadas. La ilusoria bonanza de los 90 había terminado en desastre y urgía un cambio. 

 

 

“No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”, dijo apenas asumió con el 22 por ciento de los votos. Néstor Kirchner proponía un sueño. “Reconstruir nuestra propia identidad como pueblo y como Nación; vengo a proponerles un sueño que es la construcción de la verdad y la Justicia; vengo a proponerles un sueño que es el de volver a tener una Argentina con todos y para todos. Estoy convencido de que en esta simbiosis histórica vamos a encontrar el país que nos merecemos los argentinos”, expresó en una fecha histórica que coincidió con el de la Revolución de Mayo.

 

 

“Una década ganada”, define el kirchnerismo. Una década de profundos cambios, de cambios que apuntaron a desnaturalizar lo que se había naturalizado. Las principales medidas atacaron a esa “institucionalidad” que tanto defienden algunos, que en la práctica, no servía más que para sostener privilegios de unos pocos. Entre las primeras medidas, renovó a una Corte Suprema con mayoría automática y se deshizo del Fondo Monetario Internacional, para poder tener autonomía económica. Para eso, pagó toda la deuda. La deuda pública en relación al PIB pasó de 139 por ciento a apenas 42 por ciento, mientras que la deuda pública externa pasó del 95 al 14 por ciento.

 

 

Anuló  las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y el 24 de marzo  de 2004, menos de un año después de haber asumido, ordenó descolgar los cuadros de los dictadores y genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone que aún exhibían las paredes del Colegio Militar. Todo un símbolo.

 

 

El modelo se ponía en marcha, aunque no había ningún programa escrito en ninguna parte. La heterodoxia combinada al pragmatismo, iba marcando el rumbo. Diez años pasaron y en el medio, se recuperaron Aerolíneas, los fondos de las jubilaciones, YPF, se formó una alianza con los países del Mercosur y se plantearon debates inéditos, como el matrimonio igualitario o el reparto de la renta sojera de los patrones de estancia, se discutió la “independencia” del Banco Central, organismo que había estado siempre a los pies del sistema financiero, pero que nada había hecho para evitar las crisis o hallar la luz al final del túnel.

 

 

Y ante cada golpe, un paso más. Incluso, la derrota legislativa de 2009 le sirvió al kirchnerismo para tomar impulso, ya durante la presidencia de Cristina Kirchner. Así nació la Asignación Universal por Hijo, una enorme herramienta de protección social. Esa AUH a la que nadie le daba mucha vida, volvió a aumentar ahora. La suba del 35,3 por ciento y los incrementos diferenciados de asignaciones familiares para favorecer a los salarios más bajos acentúan una estrategia de redistribución de la riqueza que empezó en 2003. Más de 16.803 millones de pesos adicionales volcará la Anses en un año.

 

 

Y ese vuelco a los sectores más vulnerables, combinado con la protección de la industria y el incentivo al consumo, fueron los ejes del crecimiento económico de los últimos años. Los trabajadores registrados pasaron de 4.800.000 en 2003 a 9.200.000 en 2013 (empleo formal, empleo en blanco) y la tasa de desempleo se desplomó de 17,3 a 7,1 por ciento. Hoy muchos se alteran por una leve suba y anticipan el fin de una era, pero en todo caso, los indicadores revelan que en promedio, la situación laboral siempre fue mejor en esta década que en la anterior.

 

 

En Misiones el 25 de mayo de 2003 llegó en medio de una inocultable división en el peronismo gobernante. El gobernador Carlos Rovira había apostado por Kirchner y Ramón Puerta, jefe del PJ, por Carlos Menem. La ruptura no iba a tardar en llegar y la Renovación también festeja, en paralelo, diez años que cambiaron profundamente aquella Misiones de la periferia. Rovira se alió con Maurice Closs y sectores independientes para dar vida a la Renovación, un espacio que vuelve a someterse ahora a las urnas. “Es una década ganada”, define Closs a la hora de hablar de los diez años de la Renovación.

 

 

Esa ruptura del orden establecido dejó mal parada a la oposición, que no ha podido recuperarse ni plantear desde entonces una propuesta superadora. La sociedad acompañó a los Kirchner y aquí, acompañó  masivamente a la Renovación. Aún hoy en Misiones Cristina mantiene una imagen positiva del 65 por ciento de apoyo a la gestión, que se eleva a 85 si se mide el respaldo a Closs, el gobernador que ganó por la diferencia más amplia de la historia, con un 75 por ciento de los votos, una cifra inédita en Misiones y el país.

 

 

En el ámbito nacional el escenario es un poco más caótico, pero la fragmentación opositora permite cierta tranquilidad al oficialismo, ya que depende de la gestión el resultado electoral. En Misiones, la gestión es la principal bandera del Gobierno y la oposición no solo está desperdigada, sino que carece de liderazgos claros para proponer un proyecto distinto.

 

 

Por el contrario, apenas flameó la bandera de largada de la campaña electoral para las legislativas, fue el Frente Renovador el que mantuvo la iniciativa, tocando temas que bien podrían haber sido evitados en un año electoral, como la reforma agraria o la necesidad de debatir la generación de hidroelectricidad. Closs se puso como prioridad atender la problemática de la tierra, mientras que Rovira, cuando se presentaban los candidatos a legisladores, reveló su pensamiento sobre las represas de Garabí y Corpus.

 

“Es casi un sacrilegio seguir dejando pasar el agua sin hacer nada. Si hacemos Corpus y Garabí, Misiones triplica los recursos, eso es tres veces más escuelas, rutas, becas y salud pública”, defendió el conductor de la Renovación anticipando un debate que necesariamente deberá darse. Un resultado favorable en las elecciones indicará también una luz verde a la discusión, que no necesariamente indica un si a las represas. Pero, sutileza, si la Renovación gana, nadie podrá decir que se escondieron intenciones. De cualquier modo, han tomado la delantera.

 

 

La oposición corre de atrás. En lugar de preocuparse por cosechar votos, el radicalismo pretende reclamar bancas por anticipado, independientemente de los votos que logre conseguir ante una ¿esperable? derrota. Asegura que la Renovación, aunque gane no podrá ocupar más de ocho bancas de las 20 que se renuevan. El argumento es el mismo que en las elecciones pasadas, de exigir un tercio para la minoría, aunque esta carezca de votos suficientes para sumar más de una o dos bancas. El Frente Renovador aspira a varias más que ocho y es lógica esa pretensión si se repite la abrumadora distancia alcanzada en las elecciones de 2011.

 

 

 

La idea del radicalismo choca con sus propios argumentos. El último día de septiembre de 2002, cuando el peronismo pretendía sostener su mayoría, había inventado una reforma electoral conocida como “mayoría automática”, que le daba supremacía legislativa al partido que ganara las elecciones así sea por un voto. En aquel momento, el reparto era de nueve por seis. Simple. El que ganaba, nueve diputados. Los que perdían, se repartían las seis restantes a través del sistema D’Hont. El radicalismo, junto a otros partidos, se opuso con tenacidad a la ley y uno de los argumentos era que nadie podía quedarse con bancas sin los votos que los justifiquen.

 

 

Ahora el diputado Luis Pastori, vocero de la UCR, quiere que la oposición se quede con doce de las 20 bancas en juego. No importa si no hay votos. Según su lectura, se debe garantizar un tercio de la Legislatura a la oposición, un debate que fue zanjado por el Tribunal Electoral en las últimas elecciones al poner a la voluntad popular por encima de la letra inerte de la Constitución que en su artículo 48, inciso 5, guarda a las minorías un tercio del total de bancas. Para el radicalismo la voluntad popular no se expresa más que por esa letra. Y advierte que “ningún juez puede interpretarla libremente”.

El escenario preparado por la UCR no está alejado de lo que puede llegar a suceder. La dispersión opositora, incluida la interna no resuelta del partido centenario, licuará los votos que no sean renovadores y difícilmente superen porcentajes obtenidos en las elecciones de 2011.

 

El PJ, que fue unido hace dos años, navega desde hace tiempo sin conducción ni rumbo fijo y ahora va dividido en varias listas. Los partidos más chicos se basan en personalismos que carecen de una estructura provincial siquiera para cubrir la cantidad de fiscales necesarios, como admite Unión PRO, que conduce en Misiones Ramón Puerta, el aliado de Macri que intentará probar suerte para retener su banca en las nacionales de octubre. Por eso, pelear judicialmente y ensuciar la cancha por anticipado, no es una estrategia del todo equivocada, aunque eso no haga sumar votos.

 

 

El argumento del Tribunal Electoral sobre el reparto de bancas, echa un poco de luz en el tema. “No basta querer representar, es necesario que los representados quieran ser representados”, sostiene. Y agrega: “La participación de las minorías debe entenderse como suficientemente garantizada a través del sistema electoral elegido”, en este caso el D’Hont “y cualquier desviación del caudal de votos se tornaría en una defraudación de la voluntad soberana” representada en el principio de “un hombre, un voto”.

 

 

@JuanCArguello

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