El Ballet Contemporáneo del teatro San Martín se presentó a sala llena en el Centro del Conocimiento, y dejó en los presentes la sensación de que la naturaleza, la música y la danza se unifican.
Las estaciones son ciclos temporales en los que las condiciones climáticas se mantienen relativamente estables y, mediante cambios sutiles, van transcurriendo a lo largo del año. Usando este recurso como metáfora, a mediados del Siglo XVIII Antonio Vivaldi creó un corpus de cuatro de las obras más prestigiosas (y deliciosas) de la historia de la música. Más de dos siglos después, otro genio recurrió a la misma metáfora para regalarnos una obra de características muy disímiles pero que, en su esencia, también relata sensaciones auditivas que transportan a universos climáticos extremadamente ricos en texturas y emociones. Así, Astor Piazzolla creó un paralelo de climas (y clímax) sólo posible en el mágico mundo de la música
Medio siglo después, Mauricio Wainrot, Director Artístico del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín (Buenos Aires) y coreógrafo de fama mundial, visualizó una obra abarcativa de ambos genios musicales creando un cuadro sin una historia definida, sólo atmósferas que se van sucediendo a medida que ambas versiones transportan a los bailarines a mundos paralelos en una ambientación mínima y con una estética que remite al art decó, y que sólo se modifica mediante sutiles cambios en la iluminación. En definitiva, una síntesis de la naturaleza misma.
El gran baile del clima
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín está considerado como el máximo representante de la danza moderna de nuestro país, y su calidad artística quedó demostrada en el escenario del Teatro Lírico cuando los bailarines desnudaron su alma a lo largo de Las 8 Estaciones, regalando a un auditorio colmado (una buen aparte del público siguió el espectáculo desde el hall principal mediante un sistema de circuito cerrado proyectado en pantalla gigante) poco más de una hora de una danza de nivel superlativo.
De la Primavera barroca de Vivaldi al Verano apasionado y furioso de Piazzolla, una estación que el italiano concibió también como luminosa y abrasadora. Con Vivaldi, la danza grupal se desplazaba por el escenario donde primaban los tonos ámbar y naranjas, mientras que con Piazzolla, era el gris del ángel del bandoneón el que marcaba la pauta atmosférica de su música tensa y contenida, pero explosiva como el tórrido Verano porteño.
Luego de tanto sol, la naturaleza invita a apaciguarnos. Llega el Otoño y en Piazzolla todo se vuelve más apagado, casi lúgubre. El baile se torna íntimo, las parejas se tocan, se sienten y transmiten una energía contenida, hasta que la luminosidad de los tonos amarillos de Vivaldi lo llevan a una danza grupal que nos deposita con suavidad en el delicioso y nada frío Invierno piazzolliano, una de las obras cumbres del gran Astor. Para Vivaldi, en tanto, el Invierno es dinámico, profundo y arremetedor.
El ciclo se cumple, Las 8 Estaciones sólo son posibles en un mundo paralelo, casi irreal. Luego del Invierno las nieves se derriten y dan lugar a la luz de la Primavera. Piazzolla la representó ecléctica, los bailarines también, y todos se confunden en una danza que deja al público exhausto y cautivado. La naturaleza cumplió su ciclo de vida, y el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín nos la trajo en un espectáculo que quedará grabado en las almas de cada uno de los presentes.
Música, danza y naturaleza
En medio de tanta danza y música superlativa, hay que dejar un espacio para el elogio al montaje sonoro. Las transiciones entre uno y otro artista fue de una sutileza tal, que no era difícil sentirse sorprendido cuando los pasajes de una obra se convertían en los de otra, como cuando las hojas verdes se convierten en ocres, o cuando, casi sin darnos cuenta, la templada Primavera deja su lugar al cálido Verano. La música y la danza como la naturaleza misma. Para muchos de nosotros, se las siente de manera similar.
