Clima político

Escribe Juan Carlos Argüello, jefe de Redacción de Misiones On Line 

El clima no reconoce fronteras, clases sociales y mucho menos colores políticos. La lluvia, una tormenta, un tornado o cualquier otro fenómeno meteorológico, azota por igual a países del primer mundo o países desarrollados. El efecto es igual de devastador en Estados Unidos, en Buenos Aires, La Plata o San Pedro. Solo un común denominador une a estas situaciones: las consecuencias son más duras para quienes están en la pobreza. Las víctimas del huracán Katrina en la primera potencia mundial, siguen sufriendo la devastación y la falta de atención de un Estado tradicionalmente ausente. Pero un desastre natural puede no convertirse en un desastre social. Depende de cómo se reaccione y sobre todo, de lo que se hizo antes.

 

El impacto de la tormenta en Buenos Aires, donde dejó ocho víctimas fatales, y en La Plata, donde hasta ahora hay 51, puede medirse también por la reacción del Estado para socorrer a las víctimas. En ambas ciudades, la reacción fue lenta, pobre, casi inexpresiva. Recién después de varias horas y cuando la solidaridad de los vecinos ya había salvado a muchas víctimas potenciales, se comenzó a mover el aparato estatal.

 

También puede trazarse un parámetro en la respuesta de los líderes territoriales. Mauricio Macri, fiel a su estilo, eligió ser una víctima más y después de volver, tarde y obligado por las circunstancias, de sus minivacaciones en las soleadas  playas de Brasil, nuevamente culpó a la Nación por el desastre sin hacerse cargo de la imprevisión y de las obras no realizadas en su municipio. Sus excusas fueron inverosímiles incluso para los medios que le son fieles. El diario Clarín, por ejemplo, reveló que hasta bien entrada la mañana de la tragedia, el heredero de Franco preguntaba si era necesario que Antonia deje de jugar en las cálidas arenas. Los funcionarios que se habían quedado en la Capital, lo tuvieron que convencer. Pero apenas llegó, Macri culpó a la Nación por obras demoradas y al clima por ser intempestivo. La peor tormenta en cien años, repitió varias veces, justo como había dicho el año pasado, cuando, en la misma fecha, otros cinco porteños habían perdido la vida.

 

En La Plata ocurrió algo similar apenas unas horas después. Pero la ferocidad de la lluvia se cobró más víctimas. El alcalde Pablo Bruera usó las redes sociales para mostrar que en plena madrugada estaba asistiendo a las víctimas, pero olvidó un pequeño detalle: usó una llamativa y luminosa foto. Apenas un par de horas bastaron para que se caiga el velo de la mentira. Como Macri, descansaba en Brasil y, obviamente, no estaba asistiendo a las víctimas durante el azote de la tormenta.

 

A diferencia de ambos, el gobernador Daniel Scioli se puso al frente de los operativos de asistencia y no buscó excusas, aunque deslindó responsabilidades en el clima.

 

En las ciudades el Estado nacional llegó lento. Mucho más en Capital que en La Plata.

 

En el distrito porteño dejó correr las horas para que Macri se ahogue en su impericia. Pero la tormenta simplemente cambió de rumbo y obligó a la misma presidenta Cristina Fernández a viajar a la capital bonaerense para dar muestras de solidaridad y después recorrer uno de los barrios porteños más perjudicados. El chapuceo político quedó fuera de lugar. Nuevamente se hizo evidente que con la tragedia no se hace política, aunque la política pueda llegar a evitarlas.

Esa lección sirve para analizar la política. Su acción. Su reacción. Su presencia o su ausencia. En Misiones, cuando ocurrió el tornado de San Pedro, el Estado estuvo presente desde los primeros minutos. Con la Policía, inicialmente, alertada del desastre que se cobró once vidas. Después con todos los organismos y el mismo gobernador Maurice Closs con los pies en el barro. Entonces también Cristina vino a embarrarse y solidarizarse con los familiares de las víctimas y los asustados sanpedrinos que todavía no entendían qué les había pasado por encima.

 

La ayuda prometida se concretó inmediatamente y un año después la Presidenta regresó a inaugurar viviendas y una escuela en la zona más devastada.

 

Pero la furia natural del tornado de San Pedro, fue un fenómeno inusual. Inesperado e imprevisible, más que alguna alerta meteorológica. Nada hacía suponer un desastre de tamaña magnitud.

 

En Buenos Aires se sabía con antelación que se venía el agua. Y poco se hizo para alertar a los vecinos. Pero peor aún, menos se hizo para prevenir nuevas inundaciones, como las que ocurrieron el año pasado o en los primeros años de mandato del ex presidente de Boca Juniors.

 

Obras que no se hicieron, recursos que no se invirtieron y un descontrolado desarrollo inmobiliario conspiraron para desembocar en la fatalidad de la noche. Allí hubo un Estado ausente. Y no sólo por las constantes vacaciones de Mauricio, sino por la falta de previsión de un gobierno que prefiere costear ostentosas carreras de autos en la ciudad, hacer bicisendas y peatonales en lugar de financiar obras de infraestructura que servirán de protección a sus habitantes. Es maquillaje y no transformación. En el medio aumentó el costo del transporte y subió impuestos varias veces por encima de la tan cuestionada inflación.

 

En La Plata ocurre algo similar y que va mucho más allá en el tiempo que el supuesto distanciamiento entre Cristina y Scioli. Las reelecciones del gobernador y la larga actuación pública del intendente niegan la posibilidad de excusarse en la falta de tiempo o conocimiento. Apenas asumió Bruera recibió un informe de la facultad de Ingeniería de La Plata que advertía que sin obras de fondo en los arroyos, la ciudad corría el riesgo latente de inundarse ante cualquier desborde. Nunca le hizo caso. El Estado a su cargo hizo caso omiso de las advertencias de los especialistas.

 

He aquí la dicotomía. No es con menos Estado que llegarán las soluciones. Es con un Estado más fuerte, con política y no sin ella, que se logran las transformaciones.

 

En Misiones, el Estado dio soluciones a las víctimas del tornado. Los asistió, los cuidó y apoyó el volver a empezar. También trabaja -y logra- transformaciones constantes en la vida de cada uno de los habitantes de pueblos y colonias alejadas. Invierte en infraestructura que cambia la vida de los pueblos. Desde el asfalto de nuevas rutas, accesos y viviendas hasta escuelas y hospitales. Una chapa colocada a tiempo protege a cientos de familias.

 

En igual sentido trabaja la administración de Cristina Fernández. Con fallas y deficiencias. Y falta. Mucho. Allá y acá. Todavía hay 7866 ranchos en Misiones, pero se hicieron muchas más viviendas.

 

Para profundizar las transformaciones hace falta mucho más Estado y más política. Como nunca, el clima y las consecuencias de este gravoso temporal jugarán un rol preponderante en las elecciones que se avecinan. Habrá que ver cómo salen parados los principales conductores involucrados en la toma de decisiones. A priori, pareciera ser que Mauricio Macri y Daniel Scioli, dos actores relevantes de la política nacional, serán los más salpicados. La Presidenta reaccionó a tiempo y haberse ido a los lugares más afectados, además de la ayuda que anunció para los damnificados, la ponen un poco más a resguardo. Anunció también una millonaria ayuda para la reconstrucción de viviendas y recuperación de bienes. El aporte se complementará con créditos de la ciudad y la provincia de Buenos Aires. Además, aunque a muchos no les guste la identificación, fueron los militantes kirchneristas, especialmente los de La Cámpora, quienes se pusieron al frente de las tareas solidarias. Otros partidos casi brillaron por su ausencia. Y es allí donde deben estar. Ese es el sentido de la militancia política. Ayudar al otro en donde más se necesite.

 

Más o menos Estado, más o menos regulación, más o menos control, son los elementos que se ponen nuevamente en juego en estas elecciones. Claramente, la ausencia o la inexpresividad del Estado, en las inundaciones o en procesos económicos y sociales, es mucho más perjudicial para quienes menos tienen.

 

El temporal de Buenos Aires dejó en un segundo plano el tremendo resultado de la promoción turística en Misiones, que dejó una inolvidable cantidad de visitas durante el extenso feriado largo. La provincia fue una de las más disfrutadas del país, con más de 80 mil personas recorriendo los diferentes atractivos y 52.300 que ingresaron a las Cataratas del Iguazú, una de las nuevas Siete Maravillas Naturales del Mundo. Un número inédito que da cuenta del éxito de las políticas de promoción y de la apuesta que hizo el Gobierno para poner al turismo como una de las principales políticas de Estado. Los turistas dejaron unos cien millones de pesos en hoteles, restaurantes, estaciones de servicio y comercios. No hubo habitaciones disponibles en ningún lado y hasta Posadas, destino tradicional de paso, tuvo una ocupación cercana al cien por ciento.

 

El flujo turístico obligó a moderar el ingreso a las Cataratas del Iguazú por exceso de visitantes y para que cada uno pueda disfrutar el paseo con tranquilidad. La belleza natural encantó a todos y solo hubo elogios, empañados por las quejas sobre algunos comerciantes que aprovecharon el boom para disparar los precios fuera de toda lógica. Empresarios que no entienden el juego y con sus actitudes ponen en peligro a la gallina de los huevos de oro, a la que además, se resisten a alimentar directamente y dejan esa tarea casi exclusivamente en manos del Gobierno. Por suerte, no son la mayoría.

 

 

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