Reflexión de monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú para este domingo

El Señor nos invita, a través de la riqueza de las lecturas propuestas en la liturgia, a contemplar múltiples aspectos de la fe, invitaciones magníficas para vivencia del Año de la Fe. La primera lectura el Profeta Nehemías (Neh 8, 1-4.5-6.8-10) nos muestra al pueblo de Israel, pueblo que tiene en el centro de su corazón y su vida la Palabra del Señor. La narración nos hace ver la importancia que se le concedía a la Palabra del Señor. 

El sacerdote Esdras y los levitas instruyen al pueblo leyendo y explicando la Ley dada por Dios a Moisés a los integrantes del pueblo, quienes después de escucharla “postrados en tierra adoraron al Señor” (Ib. 6). Todo el contenido de las lecturas bíblicas de la liturgia de este domingo se podría encerrar en dos palabras: “cuerpo” y “Palabra”. Ya en esta lectura se nota esta relación cuando dice: “todo el pueblo se reunió como un solo hombre“ (Ib. 1) para escuchar la lectura del Libro de la Ley. El mismo Salmo 18 nos recuerda que la Palabra del Señor son espíritu y vida, vida del hombre y vida de la comunidad de fe, mandato firme, bálsamo para el alma y fuente de sabiduría, verdad y luz para la vida, capaz de iluminar las distintas vicisitudes de la vida humana en lo personal y lo social. La Voluntad de Dios para con el ser humano se expresa en su Palabra y constituye el bien y el sentido de toda vida humana.

En la segunda lectura el apóstol Pablo (1 Cor. 12, 12-30) nos presenta una elocuente comparación, según la cual, la Iglesia se define como “Cuerpo de Cristo”. El Apóstol hace una presentación sobre el tema del cuerpo humano, para afirmar después que, así como muchos miembros se unen entre sí en la unidad del cuerpo humano, de la misma manera todos nosotros nos unimos en Cristo mismo porque “hemos sido bautizados en un solo Espíritu” y “hemos bebido del mismo Espíritu” (Ib. 13). Por obra del Espíritu Santo constituimos, con Cristo y en Cristo, una unión semejante a la de los miembros en el cuerpo humano. Cuando pensamos en la riqueza y complejidad del cuerpo humano, obra de Dios, obra de su sabiduría, cuando contemplamos sus sistemas, sus órganos, su células, sus funciones y su misteriosa interrelación, no podemos dejar de pensar en la riqueza insondable que Dios quiere dar a su Iglesia en sus carismas, en sus ministerios, para bien de toda la Iglesia, pues como dice el Apóstol “Dios dispuso el cuerpo … a fin de que no haya divisiones, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios” (Ib. 24-25). En la Iglesia la diversidad está ordenada a la unidad, los dones de Dios son para la utilidad común.

El Evangelio de hoy (Lc. 1, 1-4; 4, 14-21) nos presenta a Jesús que, como era su costumbre, se dirige a la sinagoga de su pueblo y proclama la profecía de Isaías sobre el Mesías esperado y ante el asombro de todos proclama: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír” (Ib. 21). De este modo comenzó en Nazaret su enseñanza pública, es decir el anuncio de la Palabra, afirmando que era el Mesías anunciado en el libro profético.


El Cuerpo de Cristo, es decir la Iglesia, se construye desde el comienzo, a partir de la Palabra de Dios donde Él expresa su plan salvífico. Es la Palabra el nexo y la unión de la comunión espiritual con la que se edifica la Iglesia. Es la Palabra la que va dando unidad al Cuerpo, la palabra predicada por Cristo y luego la palabra de la predicación de los Apóstoles y de la Iglesia en el Magisterio y la Tradición. En la Palabra de Dios el Espíritu Santo habla al corazón de ser humano, para unirse con los hombres y para que los hombres se unan a Cristo. El Espíritu de Cristo une a los miembros, a los órganos, a las células, y construye así la unidad del cuerpo fundándose en la palabra de Cristo mismo, anunciada en la Iglesia y por la Iglesia.


En este Año de la Fe el Santo Padre nos llama a profundizar nuestra relación con Jesucristo, la Palabra de Dios en una experiencia personal que nos lleve a vivir como Jesús. Frecuentando la Palabra y los sacramentos, especialmente la Eucaristía, abramos el corazón a Dios para que con la fuerza del Espíritu Santo podamos ser testigos del amor, la misericordia y la cercanía de Dios para quienes nos rodean.


Que María, servidora de la Palabra, ya desde la Anunciación, nos enseñe a recibir, a vivir y dar la Palabra a los demás.
 

 

Marcelo Raúl Martorell                                                        Obispo de Puerto iguazú

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas