Pérdidas de productividad y estancamiento

Opinión. Por Juan Luis Bour, Economista jefe, FIEL. Especial de Ámbito Financiero para Misiones On Line.

 

El crecimiento requiere algo más que sumar recursos (capital, tierra o trabajo). También necesita que los recursos se asignen de forma eficiente. Las señales de precios son la base para que los agentes económicos encuentren la forma de mejorar su eficiencia aumentando la productividad. Por la vía indirecta de obtener mayores beneficios (como empresas o individuos) contribuyen al crecimiento de la economía.

 Cuando esas señales se deterioran la economía se frena. Una deficiente organización que determine una baja productividad genera malos resultados económicos, aún con recursos abundantes (petróleo, soja o minerales metalíferos). La Argentina conoció períodos de muy alta productividad y crecimiento (fines del siglo XIX, las primeras dos décadas del siglo XX, y unos pocos años en los últimos 50) seguidos de amplios períodos de estancamiento. El país se convirtió en ejemplo de fracaso institucional, un país potencialmente “rico” que no logra desarrollarse. El epítome de “lo que no fue”, como anticipaba Samuelson en 1980, al dividir el mundo en países desarrollados, países no desarrollados, Japón (nada se esperaba, pero se desarrolló) y Argentina (todo se esperaba, nada logró). Y todavía faltaba transcurrir la década de los ’80 y la crisis del comienzo del siglo actual.

 Hoy nos encontramos en el escenario recurrente para la Argentina en el que luego de un período de expansión (2003/7) retornan las señales de estancamiento. La cuestión va más allá de los ciclos cortos de  expansión o contracción de la demanda agregada, o shocks de oferta. Se trata de ciclos derivados de políticas microeconómicas que acumularon distorsiones durante el auge y que la macro ahora no permite ocultar. La economía se enfrenta –luego de estos años- con pérdidas de productividad respecto de otros países emergentes (con los que competimos directamente) y aún respecto de países desarrollados. Con la productividad estancada o cayendo, el crecimiento se debilita. Si a ello se suma un freno al ingreso de capitales, sólo podemos esperar mantener nuestra ubicación en la vieja clasificación de Samuelson.

 El freno brusco en materia de crecimiento no puede reducirse a una cuestión cambiaria -la apreciación del peso asociada a la alta inflación-, aunque sin duda es éste un aspecto de pérdida de competitividad a considerar. Claramente la combinación de alta inflación sin flexibilidad cambiaria han sido importantes factores para magnificar el ciclo económico en los últimos años –en comparación con la estrategia adoptada por nuestros vecinos, que acolchonaron los shocks externos-. El “cepo cambiario” es sin embargo parte de la tecnología con la que se maneja la actual Administración. Como no parece contar con otra tecnología a mano que evite la continua apreciación del peso y el aislamiento financiero y comercial, el cepo será un factor de creciente stress.

 La debilidad del crecimiento es también reflejo del deterioro de la productividad, y de la pérdida del rol del sistema de precios para asignar recursos. Sin señales que permitan guiar las decisiones no hay garantía de que las inversiones vayan por el buen camino. Invertir en sectores protegidos implica dejar de invertir en sectores no protegidos. La demanda (de inversión) eventualmente puede ser mayor, pero al costo de hundir recursos en la producción de bienes o servicios que probablemente desaparezcan en cuanto se caigan los beneficios extraordinarios (insostenibles como los subsidios generalizados). No sabemos qué proporción de la inversión responde a estas señales distorsionadas de precios, pero es probable que cada vez se invierta menos en sectores no subsidiados. Y con la caída en el ritmo de inversión en los sectores más eficientes el empleo “de calidad” del sector privado necesariamente se debilita.

 Eso es exactamente lo que estamos viendo, con datos de INDEC. Al cabo del tercer trimestre de este año el empleo formal privado dejó de crecer. Lejos de tratarse de una cuestión asociada exclusivamente al ciclo reciente se trata de una evolución que ya se daba en los tres años previos: mientras entre 2006 y 2008 el empleo privado crecía casi al 7% anual, entre 2009 y 2011 se frenó para crecer sólo 1.7% anual. Como queda dicho el empleo privado se estancó en el último año. Sólo sigue creciendo el empleo público y –por el momento- en los servicios privados. También volvió a crecer el empleo informal, lo que completa un panorama de contracción de la productividad del empleo: sólo están creciendo las ocupaciones informales que generan ingresos bajos y el empleo público, que no contribuye a bajar los costos del sector privado.

 Cayendo la productividad laboral, en el contexto actual no hay compensación por mayor productividad del capital, y por lo tanto cae la productividad agregada. Las perspectivas además lucen desalentadoras. Las restricciones a las importaciones no dejarán de ser un lastre porque un funcionario iluminado del área comercial decida involucrarse caso por caso para determinar quién puede importar y quién no: sólo alimentará los errores y la confusión. La inversión externa no tardará en transformarse en desinversión en cuanto las empresas “atrapadas” por el cepo agoten su caja o su paciencia. Con ello caerá la productividad. En las áreas de infraestructura, luego de la paliza a la inversión que determinó el congelamiento tarifario, le sigue el nuevo escenario de propiedad estatal, con el riesgo asociado sobre la productividad. Dado que la provisión sustentable a costos competitivos no está entre las metas, por qué habríamos de esperar algo diferente?

 En este escenario de costos laborales, del capital y de servicios públicos crecientes, con un progresivo aislamiento financiero y comercial, la productividad y el empleo privado tienen un pronóstico reservado para más allá del año 2013.

 

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas