Reflexión dominical del pastor Guillermo Decena

Cada año en la época de Navidad, escuchamos canciones y representaciones de paz y amor. Pero, ¿alguna vez se ha preguntado dónde se encuentra esa paz? Si Dios la prometió, ¿por qué vemos tan poco de ella en nuestro mundo? De hecho, ¿por qué no la vemos en general en las familias, trabajos, vecindarios e inclusive iglesias? Y en una nota más personal, ¿cuánta tranquilidad interior está usted experimentando en esta época navideña?

El tema que trataremos hoy se titula: Príncipe de Paz.

Isaías 9:6  Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.

        
Es curioso ver en la historia del cristianismo, como un grupo de perseguidos pasa luego a ser perseguidor. Las guerras de las “religiones” en Europa, es una de las etapas más vergonzosas de la iglesia de Cristo.

Cada año en la época de Navidad, escuchamos canciones y vemos representaciones de escenas que repiten el anuncio angelical. “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lucas 2.14).

Pero como decíamos al principio ¿alguna vez se ha preguntado dónde se encuentra esa paz? Si Dios la prometió, ¿por qué vemos tan poco de ella en nuestro mundo? De hecho, ¿por qué no la vemos en general en las familias, trabajos, vecindarios e inclusive iglesias? Y en una nota más personal, ¿cuánta tranquilidad interior está usted experimentando en esta época navideña? O Dios nos ha fallado, o no hemos entendido lo que Él quiso decir.

Quiero decirle que Dios nunca deja de cumplir su Palabra, así que el problema no es con Él sino con nosotros. Los ángeles no estaban proclamando que llegaría la paz mundial con la aparición del Mesías. Así lo encontramos en Mateo 10.34 cuando Jesús dijo: “No he venido para traer paz, sino espada”. Efectivamente, su ministerio no tendría como resultado la armonía, incluso entre los miembros de la familia. “Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (vv. 35 -36).

La razón por la que vino Cristo como un pequeño bebé, es que había un problema  que arreglar. El mensaje de los ángeles anunciaba la solución al mayor problema del hombre: su rechazo y rebeldía hacia Dios.

 

Paz con Dios.
Cada uno de nosotros viene al mundo distanciado del Señor porque todos somos pecadores por naturaleza y elección. Por cuanto Dios es santo, el pecado nos separa de Él y nos hace sus enemigos, ya sea que lo reconozcamos o no (Isaías 59.2). La única manera de resolver este problema es por medio de reconciliación.

La palabra griega traducida como paz en Lucas 2.14, se deriva de “unir”. Jesús vino para unirnos de nuevo con el Padre. Aunque nos manteníamos alejados de Él, Cristo vino a la tierra como Dios revestido de carne humana, y pagó el castigo por nuestros pecados al morir en nuestro lugar. Ahora bien, todos los que le reciben como Salvador pueden ser reconciliados con Dios por medio de la justificación, lo que simplemente significa que Él los declara “inocentes”. Ya que la razón de nuestra separación ha sido quitada, dejamos de ser sus enemigos para convertirnos en sus hijos amados.

 

Paz con los demás
Cristo no solo nos ha reconciliado con el Padre, sino que también hizo posible que disfrutemos de relaciones armoniosas con los demás. Para muchas personas, la Navidad es una ocasión para la gozosa reunión con familiares y amigos, pero los días de fiesta pueden ser también oportunidades para que reaparezcan viejos agravios, se inicien altercados, y los ánimos se caldeen. En momentos así, la paz anunciada por los ángeles puede parecer muy lejana.

No obstante, cuando Cristo se convierte en nuestro Salvador, Él se compromete a transformar todas las áreas de nuestra vida, incluyendo nuestras relaciones. Él es capaz de sanar nuestras heridas emocionales y derribar los muros de prejuicios, indiferencia, agravios e ira que nos impiden amarnos unos a otros. Pero las relaciones son calles de doble vía, por lo que es posible que no podamos lograr la paz en todos los conflictos. Sin embargo, gracias al poder del Espíritu Santo, podemos perdonar e incluso amar a quienes nos rechazan.

 

Paz dentro de sí mismo
La  venida de Cristo no cambió a nuestro mundo exterior, eliminando las dificultades. La paz que Cristo da a sus seguidores es una serenidad interior que produce seguridad, sin importar las circunstancias.

¿Qué se necesita para tener paz? Si espera encontrarla en la seguridad económica, en relaciones armoniosas, o en los planes y sueños cumplidos, se ha inclinado por la definición de la sociedad en cuanto a la paz, que se basa en las circunstancias externas. De ser así, siempre que su situación cambie, su serenidad se desvanecerá y será sustituida por la ansiedad, la frustración o el temor.

La paz de Dios es superior a todo lo que el mundo pueda ofrecer, porque se basa en una relación con Cristo; no tiene nada que ver con las circunstancias. A diferencia de lo que sucede con nuestro medio externo, nada puede cambiar nuestra posición en Cristo. Estamos eternamente seguros y cubiertos del todo por su mano soberana de guía y protección. San Juan 14:27 “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo”.

Dios quiere ayudarte a ser realmente una persona realmente feliz. Jesús te conceda en estas fiestas, el inmenso regalo de la serenidad interior.

 

Pastor Guillermo Decena, Centro Familiar Cristiano Eldorado.

Predicas en vivo los miércoles y domingos 20 horas, a través de www.centrofamiliarcristanoweb.org

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