Reflexión de Monseñor Marcelo Raúl Martorell, Obispo de Puerto Iguazú para este domingo

En este penúltimo domingo del tiempo ordinario, las lecturas bíblicas (Dan. 12, 1-3 y Mc. 13, 24-32) nos hablan de la segunda venida de Cristo. El Señor vendrá sobre las nubes revestido de majestad y poder. Cuando llegue el tiempo de su manifestación gloriosa, vendrá a culminar la historia humana. A través del simbolismo de fenómenos cósmicos, el evangelista san Marcos recuerda que Dios pronunciará, en el Hijo, su juicio sobre la historia de los hombres.

Estas profecías sobre el fin del mundo están marcadas por tiempos precedentes de grandes sufrimientos y tribulaciones. Este fin de la historia tiene una doble perspectiva: una perspectiva concreta respecto a la historia de Israel que tuvo lugar con la persecución de los paganos y la destrucción del Templo de Jerusalén como así también una perspectiva absoluta que consiste en el fin del mundo, después del cual ya no habrá más que eternidad. ¿Cómo y cuándo sucederá esto? Es el gran secreto de Dios, sólo Él lo sabe. Lo que sí sabemos es que las pruebas y sufrimientos deben prepararnos para el encuentro definitivo con el Señor, pues al no saber cuando será, como Él mismo nos lo aconseja, debemos velar y orar justamente porque no sabemos ni el día ni la hora. Y todos los acontecimientos de esta vida, de nuestra vida, se dirigen a ese tiempo y a esa hora. Saber esto no disminuye, sino que por el contrario, acrecienta la seriedad del compromiso cristiano. Sería una gran falsedad decir que, total, como nadie conoce cuándo será el fin del mundo, podemos vivir el presente como se nos antoje, olvidando que puede ser el fin, para cada uno esta misma noche. Por eso es que Jesús concluye el Evangelio de hoy con la recomendación: “estén atentos y vigilen, porque no saben cuándo será el momento preciso”.

Vivimos tiempos de sufrimientos y tribulaciones, existen situaciones difíciles y hasta dramáticas que ponen en peligro las seguridades y las vidas humanas. Pero el Evangelio nos consuela, presentándonos la figura victoriosa de Cristo, juez de la historia .Él, con su presencia, ilumina toda oscuridad y da a quien confía en Él la certeza consoladora de su asistencia permanente. Por eso el cristiano no debe sentirse agobiado por la existencia de males en el mundo, no debe rendirse frente a las dificultades y las incertidumbres cotidianas. Somos un pueblo que confía en su Señor, somos un pueblo de esperanza. Y por eso esperamos y nos preparamos para recibir al Señor cuando Él venga, hoy y al final de la historia humana. 

Frente a los vaticinios del fin del mundo que cada tanto aparecen debemos permanecer tranquilos, pues “de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sólo el Padre (Ib. 32)”. Lo que sí sabemos es que el Hijo del Hombre volverá un día y reunirá a sus santos desde los cuatro puntos cardinales. De esto estamos seguros: Cristo nos llama a la plenitud de la vida cristiana, a la perfección de la caridad, a tomar el Evangelio como norma de conducta. En este sentido y en el marco del Año de la Fe, siempre es bueno tener presente el consejo del Apóstol Pablo respecto a tomar firmemente las armas de Dios: la fe, la verdad, la justicia, la paz, la oración constante y la reflexión asidua de la Palabra de Dios (Cfr. Ef. 6-13-18). 

No tengamos miedo cuando escuchemos estas lecturas que hablan del fin del mundo y del retorno de Cristo como Señor de todo. Lejos de ser un castigo o una amenaza, es la feliz esperanza que tenemos los cristianos, es nada más ni nada menos que la venida de Nuestro Señor Jesucristo. El Dios que vendrá al fin de los tiempos es el Dios del cual la Sagrada escritura nos dice que es “clemente y compasivo, tardo a la cólera y lleno de amor, que no se enoja eternamente ni para siempre guarda su rencor… que él sabe de qué estamos hechos» (Sal 103, 8-14). 

Que nuestro corazón no se inquiete, ni tenga miedo, sino que por el contrario, esté siempre atento, vigilante y firme en la fe en Jesús, que en el evangelio de hoy nos asegura su ayuda y su protección: «el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» ( Mc 13, 31). 

Que María, la Virgen ya reinante en los cielos, nos ayude a esperar confiados en la venida de su Hijo.

 

Marcelo Raúl Martorell                                                                        Obispo de Puerto Iguazú

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas