Representaciones

Escribe Juan Carlos Argüello, jefe de Redacción de Misiones On Line 

¿Se imagina a Barack Obama rompiendo en pedacitos su plataforma para iniciar su segundo mandato con las propuestas de campaña de Mit Romney? Probablemente no. Obama fue reelecto con la promesa de profundizar lo que hizo en el primer mandato e ir por más.

 

Estados Unidos aún lucha por salir de su recesión más profunda en 80 años y las compañías apenas crean suficientes empleos para mantenerse al ritmo del crecimiento de la población. El interés principal de Obama en cuanto a la situación de Estados Unidos, es la reducción del desempleo. Para su triunfo, fue clave el apoyo latino a la promesa de aliviar algunas reglas para los inmigrantes ilegales.

 

Fue Obama el que aprobó en 2010 una histórica reforma que establece el seguro médico obligatorio, un logro sobre el que la sociedad estadounidense está muy dividida.

 

También propuso aplicar exenciones fiscales a empresas que vuelven del exterior para instalarse en el país y defiende la “regla Buffett”, con gravámenes de al menos el 30 por ciento a quienes ganen más de un millón de dólares al año. Firmó en 2010 la ley Dodd-Frank, diseñada para aumentar el control de las operaciones financieras de riesgo tras la crisis de Wall Street en 2008.

 

Para salir de la recesión, propuso aplicar un plan keynesiano de obras públicas, crear una banca pública para apoyar la inversión privada de la construcción; construcción de carreteras, ferrocarriles y aeropuertos; modernización de las escuelas públicas y hospitales.

 

Estados Unidos, que se jacta de ser la mejor democracia del mundo, en realidad tiene un sistema poco representativo de la soberanía popular, que se expresa a través del voto.

 

Las elecciones presidenciales no las determina el voto popular, sino el voto del llamado Colegio Electoral, formado por delegados de cada Estado que emiten un número de votos, determinado en función de la demografía, en favor del candidato que haya ganado en la votación en ese Estado. Incluso en caso de empate técnico, no hay una segunda vuelta, sino que es la Cámara de Representantes la que define al ganador. Por eso, se especulaba con un triunfo en los votos de Obama, pero una consagración de Romney, por la que apostaban muchos.

 

El fin del populismo de Obama, tituló una editorial el diario El País, de España, uno de los tantos medios que apoyó fervientemente al candidato de la derecha estadounidense.

 

A grandes rasgos, el populismo de Obama se parece bastante a las políticas aplicadas en la Argentina en los últimos años y aquí también hay furiosas editoriales contra el Gobierno.

 

Aquí, en una alianza táctica, muchos medios y los partidos políticos derrotados, exigen que la presidenta Cristina Fernández deje atrás sus propuestas y gobierne con otra agenda.

 

Como Obama, Cristina ganó las últimas elecciones prometiendo profundizar el modelo. Ir por más. Solo que, a diferencia con el país del norte, la Jefa de Estado se impuso con contundencia. Obtuvo el 54 por ciento de los votos, pero no contra un 46 por ciento de algún opositor, sino contra fragmentos opositores que por sí mismos no superaron el diez por ciento de las adhesiones. Fue 54 a 10.

 

Pero ahora se exige, lo exigen los derrotados y muchos medios, que la Presidenta cambie su agenda. Se olvide por qué ganó y atienda específicamente a quienes no la votaron.

 

Esa fue la máxima expresión del promocionado 8N. Una manifestación -masiva-  de quienes no acompañaron la propuesta del kirchnerismo con consignas variopintas, pero sin ninguna propuesta alternativa.

 

Y es saludable que suceda, más allá de los intereses ocultos, que la sociedad que no esté de acuerdo con alguna decisión, pueda expresarse, en libertad, sin restricciones y sin miedo. Así fue la movilización.

 

El Gobierno debe escuchar sus demandas, porque gobernar implica atender a todos los sectores, pero eso no significa que deba torcer el rumbo, por más descontento que haya en miles de personas a lo largo del país, que no coinciden con la decisión de la mayoría.

 

Está claro que pedir propuestas a un grupo heterogéneo de la sociedad, es por lo menos pretencioso. Debería existir alguien que los represente.

 

Pero no se sintieron representados en las elecciones y ahora, quienes podrían sacar provecho del descontento, se esconden detrás de la pureza de lo “apartidario” y apoyan las movilizaciones tras bambalinas.

 

Mauricio Macri, el radicalismo, Patricia Bullrich -la ministra de la Flexibilización Laboral-, Elisa Carrió, peronistas disidentes y dirigentes de extrema derecha, confluyen en el respaldo a la marcha opositora.

 

Estos dirigentes coinciden en algo con el núcleo duro de la protesta. Les molesta la presencia de un Estado fuerte y que la puja distributiva se incline por sectores desprotegidos y antes invisibilizados.

 

Coincidentemente, el caldo de cultivo para la marcha se concentró en Buenos Aires. Un gigantesco apagón sobre el que hay muchas dudas de que haya sido accidental y basura acumulada hace días por un paro de un gremio que responde al opositor Hugo Moyano, exacerbaron los ánimos a horas de la convocatoria.

 

Llamativamente, casi ningún medio hizo foco en la escasa operatividad demostrada por el intendente porteño para solucionar los problemas -que ponen en riesgo la salud de sus habitantes-. En cambio, lo retrataron junto a la legendaria banda de rock Kiss, que dio un recital en Buenos Aires, mientras la ciudad era un caos por el apagón. 

Las consignas de la marcha fueron desde “libertad”, “basta de corrupción”, “basta de diktadura”, “no a la re-reelección” o “más libertad de prensa”, todo en una coreografía bien montada y mientras varios periodistas de medios de distintos medios, sufrieron golpes y agresiones de la tolerante masa opositora.

 

En abstracto, nadie podría oponerse a tales planteos. Pero ¿qué significan en realidad? Libertad de prensa nunca hubo tanta. Miles de medios en los que cualquiera dice lo que quiere. Pero no es lo mismo que libertad de empresa, que es lo que pretende ejercer el grupo que quiere dilatar la vigencia plena de ley de Medios.

 

Hay decenas de denuncias sobre corrupción de funcionarios de Gobierno e incluso un procesado, pero no podría decirse que sea más o menos que en cualquier otro.

 

Pensar que se vive en una dictadura es una contradicción en si misma. Una dictadura no permitiría una manifestación semejante, con agravios, insultos y cánticos destituyentes. Y, por respeto a quienes vivieron la última, no hay demasiado espacio para el análisis.

 

La re-reelección es un fantasma agitado mucho más en la oposición que en el oficialismo. Es algo que les permite tener un argumento de unidad. Pero en el Gobierno, más allá de algunas voces aisladas, difícilmente se la plantee como una posibilidad concreta.

 

Las trabas que aplicó el Estado para controlar la fuga de divisas son vistas por un sector como falta de libertades, pero sin esos controles, la volatilidad del dólar hubiera implicado una devaluación descontrolada, afectando a quienes menos tienen y a muchos de quienes coparon las calles en señal de protesta.

 

“Se llevan puesta la República”, bramó una ex diputada radical, de apellido ilustre en Posadas. Otro argumento abstracto que omite y revela dos cosas. Revela que se reconstruyó una República, que hace poco más de diez años se derrumbaba por la ineptitud de la Alianza en cambiar el rumbo impuesto por el menemismo y que hasta ahora pena en los juzgados por gruesas denuncias de corrupción.  

 

 

“Nosotros creemos en el nuestro, los que no creen deben generar ideas, propuestas para lo que quiere el resto de la sociedad. Este es el problema político en la sociedad argentina: la falta de una dirigencia que presente un modelo alternativo”, dijo Cristina unas horas después del 8N.

 

Y ese es el punto. La oposición no consiguió el año pasado seducir a quienes no querían seguir con el modelo vigente desde 2003.

 

Fue tan pobre el atractivo que el segundo detrás de la Presidenta apenas sacó diez por ciento de los votos. Macri, por ejemplo, eligió no competir.

 

Entonces, el mensaje, más allá del llamado de atención al Gobierno por las cosas que no conforman al grupo que salió a las calles, es más profundo para la oposición. Hay una masa de ciudadanos ansiosos porque alguien la represente. Hasta ahora no aparece ese alguien que logre encauzar el enojo y exponga claramente cual es su propuesta para seducirlos y, sobre todo, para lograr inclinar la balanza que hoy tiene más peso del otro lado. No sólo hay que seducir al 46 por ciento disperso, sino convencer al otro 54 por ciento que creyó en la profundización del modelo.

 

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