Falsos aperturismos liberales: una historia demodée

por Enrique Hurtado, Director del Centro de Estudios para la Producción Ministerio de Industria de la Nación

 

La ministra de Industria, Débora Giorgi, afirmó, en el Primer Encuentro de Proveedores de la Industria del Gas y del Petróleo, en Tecnópolis, que la Argentina es hoy una economía más abierta que en los ’90, lo que motivó una nota crítica en un centenario matutino porteño. Basó su aseveración en el Índice de Apertura, que se calcula como la relación de la suma de las exportaciones y las importaciones con el PBI. Fue, en promedio, de 17%  para 1993–2001, de 35,4% en 2011 y del 36% promedio, para 2003-2011.

 

El índice se calculó en base al PBI en pesos corrientes, pasado a dólares, y a los datos de comercio exterior en dólares, ambos del Indec. Utilizando los datos de cuentas nacionales, en pesos corrientes, los valores son 20,9%, para 1993–2001, 41,4% para 2011 y 42,4% para  2003 – 2011.  Cualquiera sea el cálculo, y tal como dijo Giorgi, la Argentina duplicó el peso de su comercio exterior. Es difícil sostener, entonces, que Argentina sea un país con una economía “cerrada” al mundo o con un proteccionismo desmedido.

 

Economistas liberales entrevistados por el artículista consideran al índice poco apto, porque “deja fuera un montón de cosas (sic)”. Los índices, por su naturaleza, dejan fuera un “montón de cosas”, como el Índice de Masa Corporal, que relaciona el peso de una persona con su altura y no mide por sí solo la salud de una persona. Pero quien lo tenga en el rango normal probablemente será más saludable que quien tenga un valor que indique sobrepeso.

 

El índice muestra que la Argentina de hoy está más “abierta” que la Argentina de los ‘90, que estaba, supuestamente, integrada al mundo. El efecto precio tiene importancia, como en todo índice que agrupa precios y cantidades y que eventualmente puede llevar a resultados que haya que analizar con cuidado. Pero la megadevaluación –sostenida por los críticos para objetar-, que podría afectar la comparabilidad del índice, ocurrió en 2002, hace diez años. En ese lapso ya se absorbió su impacto; de allí que algunos economistas, de igual signo ideológico que los entrevistados, hablen, sin fundamento. de dólar “retrasado”.

 

¿Qué se observa si se utilizan los valores constantes, quitando el “efecto precio”? Usemos los datos de PBI, exportaciones e importaciones estimados, según el Indec, a pesos de 1993: el promedio 1993–2001 es 21,4%; para 1993-1999 es de 20,7%; para 2003–2011 de 25,5% y llega al 27,5% en 2011.

 

Los números indican que, a medida que nos acercamos al presente, donde, supuestamente, más se “cierra” la economía, el índice aumenta: aún a valores constantes, se advierte una mayor apertura en el período actual, alrededor de un tercio más.

 

Como el indicador “deja afuera muchas cosas”, también en 2003–2011, a valores constantes, las exportaciones aumentan 63%, mientras que las importaciones lo hacen un 241%, o que en el último año se importó un 85% más que en 1998 (en valores constantes).  A pesar del fuerte aumento de las importaciones, desde 2003 en todos los años hubo superávit comercial, que no bajó de u$s 10.000 millones y sumó en total casi u$s 114.000 millones en el período. En cambio, entre 1993 y 2001 hubo sólo cuatro años con superávit comercial y la suma total de los saldos arroja un valor negativo de u$s 12.104 millones.

 

Los datos son concluyentes, pero parece que una economía que se industrializa, bajo una razonable defensa del mercado interno (en un mundo que desde hace años tiene sobreoferta de multitud de productos y avidez de mercados) “no puede” ser abierta y sanamente integrada a la economía global.

 

Según la organización libremercadista Global Trade Alert -GTA-, Argentina encabeza la lista de países que han tomado medidas proteccionistas en el último año:  un total de 184. Más allá de las críticas y respetando los números del informe, que debería ser puesto en contexto,  a priori puede pensarse que estaremos acompañados en ese ranking por “republiquetas bananeras” y “tiranías tercermundistas” de la peor calaña. No, nos encontramos con que los campeones del liberalismo comercial, Estados Unidos e Inglaterra, llevan implementadas, según la misma fuente, 131 y 101 medidas proteccionistas en el mismo lapso. O que la globalizada Alemania esté en 103, y la liberal Holanda en 77.

 

El mundo no es precisamente un club de generosos defensores del libre comercio: Argentina tiene en su contra 278 medidas de protección aún vigentes, reconoce el referido GTA. Dentro de ese conjunto, las medidas argentinas que afectarían el comercio serían 169, contra  212 recibidas (algunas no efectivas aún).

 

Pareciera que Argentina puede ser un país abierto sólo si tiene un índice similar al de estados pequeños, sin industria, que no tienen otra alternativa, o si deja que cualquier bien, en cualquier condición, entre libremente, afectando su producción y empleo. No importa que haya dumping comercial, financiero, social o ambiental, que entren bienes cuya calidad sea dudosa o que se fabriquen utilizando trabajo infantil.

 

No se debate una inserción comercial “estratégica”, un régimen de protección escalonado, ni se menciona la palabra competitividad. Todo ello, también “queda afuera” del índice de apertura y no parece ser el eje del cuestionamiento. 

 

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