Reflexión dominical de Monseñor Marcelo Martorell; Obispo de Puerto Iguazú

La Iglesia celebra hoy la Ascensión del Señor a los cielos, tal como lo anunció Él mismo el día de la Resurrección: “subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn.30, 17), le había dicho a María Magdalena. Asimismo Jesús le había anunciado a los discípulos de Emaús: ¿No era acaso preciso que el Mesías sufriera todo esto y entrase en su gloria? (Lc. 24, 26). 

¿No había mostrado acaso Jesús su Gloria a los discípulos Santiago, Pedro y Juan en la Transfiguración? (Mt.17). Jesús vuelve al Padre de donde ha venido, y después de sufrir las humillaciones aquí en la tierra, vuelve a la Gloria que le corresponde. No a la gloria futura de todos los hombres, sino a una Gloria inmediata, la que le corresponde al Resucitado.

 

Los evangelistas fueron testigos visibles de la Ascensión. Los que lo habían visto morir en la Cruz, lo vieron subir a los Cielos. Así nos lo relata Marcos: “El Señor Jesús fue levantado a los cielos y está sentado a la derecha de Dios” (Mc.16, 19). Lucas lo describe así: “Después Jesús los llevó hasta las proximidades de Betania y elevando sus manos los bendijo. Mientras los bendecía, se alejaba de ellos y era llevado al Cielo” (Lc. 24, 50-51). El Libro de los Hechos de los Apóstoles también atestigua lo mismo que relatan los evangelistas: “Recibirán el Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes y serán mis testigos, hasta los extremos de la tierra. Dicho esto fue arrebatado a la vista de ellos y una nube lo ocultó de sus ojos” (Hech.1, 8). Espectáculo maravilloso para los apóstoles, que se quedaron atónitos, hasta que los ángeles los sacaron de aquel maravilloso asombro.

Ahora Jesús habla con grandeza y poder. Ya no son los discursos del Siervo Sufriente, sino los de alguien lleno de poder sobre el cielo y la tierra. Jesús dice a sus discípulos: “echarán los demonios, hablarán lenguas nuevas, tomarán en las manos las serpientes y si bebieran veneno no les hará daño; pondrán las manos sobre los enfermos y ellos recuperarán la salud” (Mc.16, 17). Y les habla de la promesa del Espíritu Santo, como lo atestiguan los Hechos y todos los signos de la Iglesia Primitiva.

Todo lo que pertenece a Jesús, le pertenecerá a los Apóstoles. Asimismo si los cristianos somos asemejados a Cristo por el bautismo y la fe profesada, también su Gloria será parte de nuestra vida al final de ella: “voy a prepararles un lugar y cuando me haya ido, volveré y los tomaré conmigo, para que donde estoy Yo, estén también ustedes” (Jn.14, 3).

La Ascensión es fuente de esperanza para la vida de fe del cristiano que en su peregrinar por la tierra, muchas veces se ve solitario en su fe, sufriente y hasta experimentando la aridez de la fe misma. San Pablo nos dice en la Carta a los Efesios: “El Dios de nuestro Señor Jesucristo y Padre de la Gloria…ilumine los ojos de sus corazones, para que entiendan cuál es la esperanza a la que los ha llamado” (Ef. 1,17). Y él fundaba esta esperanza en la ascensión gloriosa de Cristo levantado por encima de toda criatura, de la cual él mismo había sido testigo. Esto es lo que Dios hará en favor de aquellos que estén unidos a Cristo en la fe, en el Cuerpo Místico del cual Él es la Cabeza: compartirán su suerte después de este caminar. Si hoy en el sufrimiento compartimos la cruz de Cristo, también un día tendremos parte en su Gloria eterna.

Tengamos presente que así como con la Ascensión termina la obra terrena de Cristo, así también con ella comienza la tarea de los apóstoles y la nuestra: “Vayan y enseñen a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt. 28,19). Será necesario enseñar a todas las gentes el Evangelio, administrar los sacramentos y vivir según la caridad a ejemplo de Cristo de quien somos discípulos. Sin embargo, todo esto no comenzará inmediatamente. Cristo quiere una espera, un tiempo de oración. Después vendrá el Espíritu Santo e impulsará la misión. Primero la oración y después comenzará la obra de la Iglesia que no tendrá fin sino en la Parusía, cuando termine nuestra peregrinación terrena.

Que María orante junto a los Discípulos en la espera del Espíritu Santo, nos anime tanto en la oración como en la acción evangelizadora de esta hora.
La Ascensión del Señor (Mt. 28,19)

Marcelo Raúl Martorell                                                                         Obispo Puerto Iguazú

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