El “nido lleno” afecta a cada vez más familias

Un mal moderno. Lo sufren las parejas con hijos de treinta y pico que siguen viviendo en la casa paterna. ¿El resultado? Hijos que extienden su adolescencia y padres que envejecen más rápido. Los expertos hablan del “síndrome del adulto saturado”.

Hace algunos años, el cineasta Daniel Burman escribió y dirigió “El nido vacío”, una película que puso el ojo en lo que queda de un matrimonio cuando los hijos crecen y se van. Un hombre y una mujer que se dedicaron a ser padres y ahora les toca volver a intentar ser aquello: un hombre y una mujer. Pero los tiempos cambiaron: porque alquilar demanda esfuerzo y dinero “perdido”, porque ya no es común casarse jóvenes y migrar a otro nido o porque una separación los trae de regreso, la casa de los padres se vuelve tentadora. Y muchos de esos padres, que ya tenían a sus hijos criados y creían que ahora les tocaba relajarse, desligarse de mantenerlos o disfrutarlos una vez por semana, sienten que tienen la casa tomada. El “síndrome del nido lleno” lo llaman.

“El fenómeno es muy reciente. Comenzaron a venir a las consultas madres y padres mayores de 50 años con mucho estrés y un discurso en común: por un lado, deben ayudar a sus padres que están grandes, enfermos y a quienes la jubilación no les alcanza. Por otro, deben seguir sosteniendo a sus hijos adultos. Sienten que son un sostén hacia arriba y hacia abajo, pero su cuerpo ya no es el de los 30”, describe la endocrinóloga, Alejandra Rodríguez Zía.

Graciela Moreschi, médica psiquiatra y autora del libro “Adolescentes eternos”, agrega: “Se supone que cuando los hijos se independizan comienza una etapa de disfrute luego de décadas de postergaciones. Es su momento de reencontrarse como pareja, de irse de viaje o de poner un piano en la habitación vacía, lo que deseen. De eso depende un envejecimiento saludable.

Pero se encuentran con que siguen pagando las mismas cuentas, cargando hasta con los nietos, se tienen que ir para tener espacios propios y aparecen las alertas en el cuerpo”. Cefaleas, insomnio, trastornos de ansiedad, gastritis, hipertensión, dolor cervical, migrañas, úlceras, colesterol alto. Eso, sumado a un momento algo tenso para los de 50: la menopausia y la andropausia. Y sus humores, sus calores, su insomnio, sus disfunciones sexuales.

La psicoanalista Adriana Guraieb los tipifica: “Estos jóvenes se resisten a abandonar la soltería y conservan una dependencia a su familia nuclear. También están los llamados ‘estudiantes crónicos’, que dejan colgadas materias y siguen sin independizarse con el pretexto de que para estudiar tienen que estar cómodos. A estos grupos de hijos se agregan los separados que regresan como jóvenes boomerang”, enumera. Moreschi opina: “Es que los valores cambiaron.

Hoy muchos jóvenes prefieren tener un buen nivel de consumo antes que independizarse. Sienten que pagar un alquiler es tirar el dinero y eligen tener un buen celular, auto u otro objeto de valor. Irse significa, entonces, resignar ese nivel de vida”.

Sin embargo, que los padres lo vivan como un problema depende de la actitud de esos hijos: “Hay hijos que entienden que a los treinta y pico de años los padres no tienen la obligación de mantenerlos; entonces aportan para los gastos comunes o colaboran con las tareas. Entonces esos padres disfrutan del nido lleno. Otros, en cambio, son muy cómodos, tienen la ropa limpia y la comida hecha, invaden la casa con su gente y sólo se pagan sus gastos. Es en estos casos que los padres sienten culpa: ¿Cómo les van a decir que ya no quieren cocinarles, que les saqueen la heladera o que deberían aportar para pagar la luz? ”, pregunta Zía.

Para que esos padres no vivan la presencia de sus hijos como una invasión, los especialistas les enseñan trucos: “Deben hacerles entender que, mientras eran pequeños, la casa era de todos, pero que ahora es de ellos. También deben aprender a detectar trampas: por ejemplo, hay jóvenes que cambian de carrera como un pasaporte para seguir siendo mantenidos. Y sus padres creen que si les piden que se independicen van a dejar de estudiar”, cuenta Moreschi. Para los que se separaron y volvieron “que ordenen, que aporten, que no usen a los abuelos para depositar a los hijos. Y que los padres aprendan a no sentir culpa si el hijo está incómodo –dice Guraieb–. Que estén incómodos será el motor de salida de la dependencia”.

 

(clarín.com)

 

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