Se cumplen cinco años de la ejecución de Saddam Hussein

Saddam Hussein, ahorcado hace cinco años por su responsabilidad en la muerte de 148 chiitas en 1982, pasó de ser un aliado de Estados Unidos a un “líder del mal” por sus supuestas armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas por la Casa Blanca.

 

Hussein se convirtió en un verdadero problema para Washington cuando invadió el rico reino petrolero de Kuwait en 1990, lo que desató la Guerra del Golfo Pérsico.

A partir de entonces, la figura de Hussein comenzó a resquebrajarse entre los iraquíes y dentro del gobernante Partido Baas, con el que llegó al poder en 1979 después de ejecutar a varios líderes de esa agrupación.

Su ambición por quedar en la historia lo llevó a invadir a Irán en 1980 para apoderarse de sus reservas de petróleo de ese país, provocando una guerra de ocho años que dejó más de un millón de muertos entre ambos bandos.

Apoyado por la minoría religiosa sunnita, y también por Estados Unidos, Europa occidental y la ex Unión Soviética, se cree que Hussein usó gas venenoso contra las tropas iraníes, con el conocimiento de las potencias internacionales.

Hussein, quien nació en Ouija, en las afueras de Tikrit, el norte iraquí, el 28 de abril de 1937, se incorporó en 1968 al Partido Baas controlando durante diez años la seguridad y la inteligencia, mientras su primo, el general Ahmed Hassan al Bakr, era el presidente del país.

Tras la renuncia de al Bakr, el 16 de junio de 1979, Hussein se convirtió en el presidente de Irak, desatando una feroz matanza contra sus principales opositores, según informes de prensa.

En agosto de 1990, Irak invadió Kuwait y proclamó a este territorio la 19ª provincia iraquí, pero la Organización de las Naciones Unidas (ONU) condenó el ataque y se formó una alianza de 27 países encabezados por Estados Unidos, con el respaldo de Arabia Saudita, Egipto y Siria.

Hussein fue apoyado por Jordania, Yemen, Sudán y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), del fallecido líder Yasser Arafat.

En enero de 1991, Estados Unidos bombardeó Bagdad y el ejército iraquí se amotinó en Basora, en el sur del país, mientras  se sublevaban las provincias chiitas y los kurdos en el norte.  Parecía el final de Hussein, pero Washington y otros países árabes  no querían que cayera su régimen para no favorecer el poder del  Irán chiita en la región.

 

Fuente: Télam

 

Se estima que antes de la segunda invasión estadounidense, en marzo de 2003 -con la oposición de la ONU-, para destruir unas supuestas armas de destrucción masiva que nunca fueron encontradas, Hussein vivió un tiempo de esplendor en Irak.

Pero los atentados del 11 de septiembre de 2001 enfurecieron al gobierno republicano de George W. Bush que culpaba a Hussein por su presunto vínculo con la red AlQaeda del saudita Osama Bin Laden, relación que nunca pudo ser probada por la Casa Blanca.

El 9 de abril de 2003, las tropas estadounidenses y sus aliados llegaron a Bagdad y derribaron una gigantesca estatua de Saddam Hussein, y el primero de mayo de ese año, el ex presidente Bush anunció el fin de los combates.

El ex dictador iraquí fue capturado en un “nido de araña” -agujero de dos metros de profundidad- cercano a una vivienda de Adwar, el 13 de diciembre de 2003, en su ciudad natal de Tikrit.

Posteriormente, un tribunal especial lo condenó a muerte junto a dos de sus más fervientes colaboradores por los delitos de crímenes de lesa humanidad.

Desde que se conoció su condena estalló una polémica internacional. El ex presidente iraquí, Yalal Talabani -condenado a la pena de muerte por el propio Hussein- se opuso a que se aplique la pena capital contra el ex dictador iraquí. Hussein, no obstante, se mostró desafiante hasta el final: no quiso que el verdugo le tapara la cara para enfrentarse con la muerte.

El ex dictador iraquí fue acusado, además, por la muerte de 180.000 kurdos, entre 1986 y 1988, según afirmó la Fiscalía en el juicio, pero también tenía otros diez procesos abiertos, entre ellos por la invasión de Kuwait y el bombardeo con gas de 40 pueblos kurdos en 1988.

La invasión de Irak causó la muerte de 113.000 civiles iraquíes, según la ONG Iraq Body Count, pero otros informes -como la encuestadora británica Opinion Research Busines (ORB)- elevan esta cifra a más de un millón. También fallecieron 4.484 soldados estadounidenses y 179 británicos, entre otros.

Eduardo Jakubovich, profesor de historia de la Universidad de Buenos Aires, dijo a Télam que “lo que se vio durante la invasión de Irak es que más allá de las justas intenciones por las matanzas cometidas por Hussein, Estados Unidos no tenía ningún tipo de autoridad moral para invadir ese país”.

En cuanto al juicio realizado al ex dictador iraquí, opinó: “Lo juzgó alguien que no puede juzgarlo. Ni (el presidente Barack) Obama ni Bush tienen autoridad moral; además no fue un tribunal imparcial: Saddam no tuvo derecho a una legítima defensa”.

El pasado 13 de diciembre se retiró el último contingente de soldados estadounidenses de un total de 170.000 que habían invadido el país hace nueve años, lo que parece haber renovado los enfrentamientos entre sunnitas y chiitas.

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