¿Por qué hacemos regalos en Navidad?

Días antes de las fiestas, las tiendas y los centros comerciales se llenan de gente: el consumismo gana la calle. Todos quieren comprar presentes para agasajar. Pero, ¿cuál es el verdadero sentido de hacer obsequios?

Desde principios de diciembre, las vidrieras de los negocios se visten de Navidad. Pinos decorados, luces que titilan, borlas multicolores y la imagen de Santa Claus invaden todos los escaparates. Los chicos escriben sus cartitas al famoso anciano de barba y cabello blanco, que viste de inconfundible rojo, y esperan con ilusión que en la noche del 24 -cuando el reloj marque las doce- los regalos que tanto desearon aparezcan junto al árbol como por arte de magia.

 

Para los adultos, la Navidad suele tener un aire de nostalgia: una mezcla de recuerdos de la infancia con la tristeza de recordar a los que ya no están para compartir la mesa familiar. Aunque, para algunos, las ganas de recibir algún regalo nunca faltan.

 

La tradición de dar obsequios en Navidad se remonta a épocas arcaicas, cuando en el siglo cuarto el obispo San Nicolas de Myra se hizo famoso por su generosidad. El religioso se enteró de que un hombre estaba desesperado porque no tenía bienes ni dinero para la dote de sus hijas y, justo antes de que vendiera a una de ellas como esclava, decidió tomar cartas en el asunto.

 

Una noche entró por la ventana de la casa y tiró tres bolsas llenas de oro, que casualmente entraron en las medias de las jóvenes. Fue entonces cuando nació la leyenda de un ser bondadoso que dejaba regalos. La tradición se fue transmitiendo de generación en generación y estableció, para siempre, la costumbre de intercambiar regalos en nombre de la fraternidad y la solidaridad.

 

Pero la imagen de Santa Claus, tal como la conocemos ahora, con su atuendo rojo y sus simpáticos renos, fue una creación del artista estadounidense Haddon Sundblom, a quien, en 1931, la Coca Cola Company le encargó inmortalizar a ese anciano bondadoso y mágico que reparte regalos en todo el mundo.

 

Sin embargo, no a todas las personas les gusta recibir presentes. Hay quienes se sienten incómodos o en deuda porque creen no merecerlos o, simplemente, porque se ven en el compromiso de tener que retribuir el gesto. Incluso, están los que se enojan porque no les gusta lo que recibieron, ya que tenían expectativas mayores. «También pueden empezar las competencias con otras personas del entorno afectivo, cuando alguien se queja porque recibió un regalo de menor valor que otro», afirma la psicoanalista Mónica Cruppi en diálogo con Infobae América.

 

Desde que nos gestamos en el vientre materno, incorporamos la capacidad de recibir, ya que la función materna es la de dar. Sin el afecto y el alimento que recibimos en los primeros momentos de nuestras vidas, no podríamos sobrevivir, explica la especialista. «Después nos enriquecemos con los demás, es por eso que el regalo tiene que ver con el agradecer, con el dar y el recibir».

 

Pero ¿qué sentido emocional tiene dar un regalo?: «Tiene que ver con el amar y ser amado: un presente tiene un sentido emocional porque significa que se lo tiene presente al otro, que se lo reconoce y que se tuvieron en cuenta sus necesidades«, sostiene la especialista. «Son transmisiones transgeneracionales, así se transfiere la cultura, que es algo dinámico, que está en permanente recreación y resignificación».

 

A la hora de elegir un presente, hay quienes priorizan sus gustos personales por sobre los del destinatario del obsequio. En este caso, nos encontramos ante una personalidad narcisista, que hasta puede escoger un regalo para sobresalir o para mostrarse. «Si priorizas el gusto del otro, priorizas a esa persona y, para ello, hay que conocerlo, registrar sus preferencias y necesidades», afirma Cruppi.

 

Los presentes tienen un valor emotivo muy grande, tanto para quien los hace como para quienes los reciben. «El mejor regalo es lo que el otro necesita, no lo más caro o lo último», explica la psicoanalista.

 

¿Se regala distinto en época de crisis? «Hay personas que por aparentar estar bien económicamente o para no demostrar su verdadera posición económica son capaces de empeñarse. También están aquellos compradores compulsivos que no se fijan, pero claro que también están los que en los períodos de ‘vacas flacas’ suspenden o recortan los regalos», respondió Cruppi.

 

Las diferencias de género aparecen también a la hora de elegir un presente. Por lo general, ellos tratan de que la elección dentro de la tienda sea lo más rápida posible y abandonan rapidamente el comercio apenas pagan. Las mujeres suelen ir a comprar regalos prácticos y disfrutan buscando con mucha paciencia la mejor opción. Incluso, aprovechan sus visitas a los shoppings para llevarse algo para ellas.

 

«Hay hombres que se fijan hasta en el más mínimo detalle, aunque la mayoría se encuentra siempre en tinieblas. Un esposo que le va a comprar un regalo a su mujer suele pedir ayuda femenina para que se lo elijan: es que a ellos les cuesta escoger un presente», expresó la especialista consultada. «Hay otros a los que les encanta y hasta están los que compran joyas para que su mujer se luzca, pero a una gran porción se les dificulta ir a comprar, no están consustanciados».

 

Un tema aparte son los regalos para los más pequeños de la casa, ya que muchas veces se puede desembolsar una fortuna en el último juguete y al rato podemos encontrarlo arrumbado en un rincón del cuarto. «Eso suele pasar porque no está acorde a su edad madurativa -que no es la misma que la cronológica- o porque no era lo quería. Además, un chico normal hace juguetes con cualquier cosa: con tapitas, chapitas o ramas. Para ellos no importa el valor,  aunque en estos últimos tiempos hay niños que también entraron en el hiperconsumo», finalizó Cruppi.

 

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