Carta del Obispo de Posadas, Monseñor Juan Rubén Martínez para este domingo

En este último domingo de adviento ya estamos próximos a celebrar la Navidad, y uno de los ejes de la oración es, la esperanza. 

La espera y expectativa de los contemporáneos de Jesús en la llegada del Mesías, es actualizada por la liturgia del adviento, que nos prepara para este nacimiento. El Evangelio de este fin de semana (Lc. 1,26-38), nos sitúa ante “la Encarnación”, el anuncio del Ángel a María. Este gran “Misterio de Amor” que Dios ha tenido con la humanidad. El haberse hecho uno de nosotros. Jesucristo, el Dios hecho hombre, el Emmanuel. Y es en este misterio de amor que el “Sí” de María permite “la Encarnación”. Ese “Sí” es un “Sí” de Adviento, es el “Sí” de la esperanza que debemos renovar los cristianos ante el pesebre de Belén.

Nuestro tiempo nos presenta situaciones exigentes. El documento del Episcopado argentino, “Navega mar adentro”, nos señala los desafíos que en este inicio de siglo tenemos para la Evangelización en la Argentina. La crisis de la civilización, la búsqueda de Dios, el escándalo de la pobreza y la exclusión social, la crisis del matrimonio y la familia, la necesidad de mayor comunión. En medio de estas situaciones la Navidad nos enseña a no olvidar lo importante. En Belén celebramos el nacimiento del “Dios hecho hombre”, nacido en la marginalidad de un pesebre. Esto nos permite comprender “el lenguaje de Dios”. Las grandes respuestas las podremos dar desde la sencillez, lo pequeño y lo humilde.


La Navidad es un tiempo de gracia que nos puede llevar “de regreso a la Casa del Padre”. Es cierto que nuestro tiempo tan consumista nos puede jugar en contra. Lamentablemente dicho consumismo usa las fiestas fundamentales como la Navidad y las vacía de contenido. ¿Cuántas familias se reúnen, festejan y se olvidan el sentido y el por qué del festejo? ¿Cuántos saludos de fin de año y deseos de felicidad, que siguen marginando a Jesús?

Es cierto que hay quienes no creen en nada o bien grupos religiosos no cristianos, pero la gran mayoría somos cristianos-católicos. También hay que decir que muchísimos no son practicantes de su fe. Lo cierto es que hay mucha religiosidad y nuestra cultura es especialmente religiosa y tiene una importante raíz católica. Pero cuantos no practican y desconocen básicamente los contenidos de la fe que profesan. La Navidad es un tiempo apropiado para “volver a la Casa del Padre”. En las Capillas se multiplican los pesebres y las Misas navideñas. La fe necesita ser compartida y requiere nuestro compromiso y búsqueda de comunión con otros hermanos que están en el mismo camino. El pesebre nos ayuda a convertirnos, nos permite comprender que no necesitamos mucho para ser amigos de Dios. Ante el pesebre descubrimos la pequeñez, la necesidad de la humildad, la grandeza y la esperanza.

La fe tiene una necesaria dimensión comunitaria, por eso el Señor fundó su Iglesia. Eligió a “los Doce” Apóstoles entre los que lo seguían. Al Apóstol Pedro le dio una misión singular: “Y yo te digo: tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos, todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo…” (Mt.16, 18-19). Nuestro tiempo caracterizado por el consumismo tiende al individualismo y por lo tanto es subjetivista. Hay una fuerte tendencia en los cristianos influidos por la época a ir acomodando la fe a nuestro parecer, afectos y criterios. Es una tendencia muy fuerte adecuar la propuesta de Cristo a lo que nos parece, porque su propuesta es exigente. Pero ante el pesebre podemos redescubrir que el camino que él nos propone es el que nos permitirá ser realmente felices.

Ya próximos a la Navidad es importante señalar que solamente podremos volver a Dios revisando nuestra vida y cambiándola a través de actos concretos en las realidades que nos tocan transitar, para así poder potenciar nuestros dones y confiar en que podemos mejorar.

En esta Navidad participemos de las distintas celebraciones litúrgicas, coloquemos un pesebre en nuestros hogares y recemos juntos, en familia. ¿Rezar? Sí rezar juntos. Seguramente la oración nos permitirá descubrir un nuevo sentido al encuentro familiar y con nuestros amigos. El colocarlo a Jesús en el pesebre de nuestro corazón y de nuestras familias nos permitirá augurar tiempos mejores. Ante la proximidad de la Navidad pido a cada familia y a todos especialmente, a los que están solos, presos o enfermos, que preparemos nuestro corazón en la esperanza, porque el “Niño Dios” esta por nacer.

¡Hasta el próximo domingo!                                                                                             Mons. Juan Rubén Martínez.

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