Rula, música negra desde la tierra colorada

Jorge Marcial es un tipo común y corriente. Misionero de Montecarlo, comenzó a tocar la viola en su niñez. En los años negros medio a escondidas, y en la década de los 80s, en plena primavera democrática, en La Plata. Un misionero haciendo la calle en alguna ciudad más grande no tiene nada de extraño, ni el estudiar teatro ni, siquiera, el haber tomado clases de guitarra con Miguel Botafogo Vilanova. En definitiva, cientos, de guitarreros han desfilado por su casa de blues. Lo que hace que Jorge Marcial sea diferente al resto de los mortales es que Rula, el nombre con el que se hizo conocido en el mundo del blues, como todo bluesman que se precie de serlo, realizó un pacto con el Diablo.

 

En la encrucijada

“La guitarra la agarré para poder comer, y lo que aprendí lo aprendí en la calle”, relata el misionero que le puso el cuerpo y el alma a la música negra más negra de todas. “Tocaba en las esquinas, y con un amigo también hacíamos zapateo americano. De algo había que vivir. Así una vez lo vi tocar a Botafogo y descubrí que lo que amaba era el blues”. Esa misma noche Rula rumbeó a un bar, pidió una botella de whisky y en el fondo del vidrio encontró su encrucijada particular. Hacer un pacto con el Diablo suena a fetiche voodoo o exageración occidental acerca de una creencia afroamericana, pero nadie que no crea un poco en esas “cosas del mas allá” puede tocar la guitarra con el sentimiento necesario para que Robert Johnson (el guitarrista favorito del Diablo) no se levante de la tumba a patearle el trasero.

 

Eran los 90s, y en Argentina se respiraba Blues. Las FM porteñas encontraron un ritmo que podía agradar a viejos, jóvenes y a los no tanto también. Así fue como el Blues se hizo más comercial. De un lado Memphis y su Blusera, y al otro lado del río Los Durazno de Gala de don Botafogo y también la Missisipi Blues Band. Ni hablar de qué lado del delta se bañó Rula. “Los años de estudio con Botafogo me dejaron mucho en lo musical, pero él me enseñó más”, prosigue Rula mientras tomamos un café en el bar con nombre de jugo chiquito en portugués. “Primero incluso le mentí que sabía leer partituras, pero al toque me descubrió”. “En Blues no se miente”, sentenció el barbudo de dedos sensibles y veloces. Claro, el Blues se toca con el corazón.

 

En la esquina

Un hecho fortuito y aparentemente desgraciado modificó su camino. En medio de su aprendizaje desvalijaron su casa, “la guitarra es lo que más extrañe”, relata Rula. Allí decidió regresar a Misiones “a juntar oxígeno, pilas y dinero para volver”. Así nació el proyecto conocido por todos. Rula y los de la Esquina hicieron vibrar la Tierra Colorada con su música negra. Grabó un disco “que más que disco es un Demo, y no me gusta mucho como quedó”. Claro, en plena catarsis musical, el negro que tocaba música de negros pero que todavía no se sentía negro, metió en la misma bolsa a cada ídolo que sintió. “Quería tocar como Albert King, como Robert Johnson, como Vaughan, como Buddy Guy”. Todos sabemos el resultado de una sopa pasada de condimentos. La redundancia típica del pecado de juventud.

 

Decepcionado con su primer disco, una vez más fue Botafogo (a esta altura casi convertido en su gurú) el que lo sentenció: “Tu problema es que te da vergüenza ser negro”, elevó la apuesta el profesor, y el alumno comprendió que con sólo haberle vendido el alma al Diablo no alcanzaba, debía encontrar la raíz…

 

Por la BR 101

Así fue como Rula partió otra vez. Si para los que hablan en inglés, La Ruta es la 66, la BR 101 lo es para los que hablan en portugués. Ya en Brasil una charla fortuita fue la señal. Aunque para los ojos poco entrenados la diferencia no sea muy notoria, los que saben ver esas cosas saben que no es lo mismo un negro de acá que uno de allá. Así fue como una peluquera de Camboriu fue la que unió a Rula con su verdadera identidad. “Mi padre es catamarqueño, de Argentina”, le explicó Rula a la mujer. “No meu filhio, você é de Ceará. Seu nariz e a sua cabeça são de lá”, ella le contestó. Allí fue cuando Rula se enteró de las corrientes migratorias afroamericanas, de que sus ancestros eran de lo más al norte de brasil y que en su sangre corre sangre de esclavos. También comprendió porqué su abuelo fue vendido a un estanciero catamarqueño alguna vez.

 

 

 

Todos x Rula

“No es que en Posadas no se pueda grabar bien, pero si uno busca producción artística para el Blues, hay que hacerlo en Buenos Aires”. Claro, una música tan sanguínea depende de muchas sutilezas. Poner los micrófono en lugares exactos es la clave para que el verdadero sufrimiento negro se pueda plasmar en un disco de estudio. De eso se encargará Ricardo Tapia, la voz y el alma de la Mississippi Blues Band, todo supervisado por el Mestre Vilanova, ese que alguna vez también fue ayudado por Pappo. Los bluseros de alma saben que más importante que recibir es dar. Esta noche Rula y los de la Esquina tocan en el Centro Cultural Vicente Cidade, el propósito, además de renovar ese pacto con el Diablo, es juntar el dinero necesario para esta esperada primera producción. Las entradas cuestan veinte pesos, pero los que sientan que esta historia tuvo algo que ver con el más allá, pueden aportar otros veinte para la causa del blues. Algún día, en  alguna encrucijada solitaria, Rula y/o el Diablo, se lo agradecerán.

 

Rula y Los de la Esquina en el Cidade

Miércoles 7 de Diciembre-22:00 hs

Centro Cultural Vicente Cidade (Belgrano y Gral. Paz)

Entrada Gral $ 20 / Entrada Solidaria $ 40, en puerta.

 

Por marcelo luketti

 

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