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Carta dominical del Obispo de Posadas, Monseñor Juan Rubén Martínez

Estamos caminando el tiempo de Adviento con el propósito de volver a Dios para celebrar bien la Navidad. Pero este camino lo podemos realizar solamente cuando captamos desde la fe que tenemos que convertirnos en “pequeños” para comprender el Reino que nos anuncia Jesucristo, el Señor. El Evangelio de este domingo (Mc. 1,1-8), nos dice:”Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos” (Mc. 1,3).

El fin de semana pasado en el inicio del adviento reflexionaba sobre el contenido de la esperanza cristiana, ligada a la expresión bíblica y litúrgica “Ven Señor Jesús”, y la consecuencia que tiene para nosotros al momento de realizar un buen examen de conciencia teniendo en cuenta la propia vocación y misión, y por lo tanto sus consecuencias en la evangelización de la cultura que generamos.

 

El 8 de diciembre celebraremos la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, fecha tan querida por el pueblo de Dios. En relación a esa celebración habitualmente he tratado de reflexionar sobre el valor de “la pureza”, especialmente ligada a nuestros jóvenes. Es cierto que este tema de la pureza no solo está olvidado, sino que padece la agresión de propuestas consumistas que bombardean valores esenciales, como la vida, la familia, y claro también la pureza de los jóvenes como temas que dificultan un estilo donde lo único válido es la compra y venta, y un relativismo que elimina la consideración ética, del bien y del mal… En este contexto nuestros adolescentes son víctimas de ambientes sociales donde la familia es anulada, y el estado muchas veces se ausenta, permitiendo el crecimiento anárquico de la droga, el alcohol, la prostitución infantil…

Resulta un tanto asombroso que los noticieros y programas periodísticos se asombren del crecimiento de la delincuencia juvenil y por otro lado en muchos casos fomenten todo tipo de formas violentas y relativistas, o bien muchos busquen la solución en la sola represión. Digo asombroso, porque no siempre preguntan sobre las causas que provocan el crecimiento de la droga, alcohol, promiscuidad… temas que generalmente quedan en profundos silencios, a veces seriamente sospechosos.

En el documento de Aparecida de 2007, cuando se refiere a nuestros adolescentes y jóvenes de América Latina, si bien parte de una mirada positiva que no queremos perder, donde hoy tantos chicos y chicas que tienen ideales, y desean comprometerse y hasta entregar sus vidas en la pureza, y también de creer en ideales que pueden ser posibles de alcanzar como la justicia y la solidaridad, también reflexiona con preocupación sobre el mayor sector de la población, como señalábamos en nuestro Sínodo diocesano, que más del cincuenta por ciento de la población de Misiones tiene menos de 30 años. Aparecida señala: “Por otro lado, constatamos con preocupación que innumerables jóvenes de nuestro continente atraviesan por situaciones que les afectan significativamente: las secuelas de la pobreza, que limita el crecimiento armónico de sus vidas y generan exclusión; La socialización, cuya transmisión de valores ya no se produce primariamente en las instituciones habituales (como la familia, la escuela…), sino en nuevos ambientes no exentos de una fuerte carga de alienación; Su permeabilidad a las formas nuevas de expresiones culturales, producto de la globalización, lo cual afecta su propia identidad personal y social…” (444).

En esta reflexión queremos profundizar sobre la esperanza en el contexto del adviento y el valor de la pureza en relación a la fiesta de la Inmaculada que celebramos el 8 de diciembre. Hablar de la pureza de vida, como una opción del respeto y cuidado de nuestra propia naturaleza humana, parece ir a contrapelo del consumismo y de las propuestas permanentes que no toman a nuestros jóvenes como sujetos, sino como objetos de compra y venta.

La pureza es un valor que va más allá de lo sexual. Lo vemos en tantos ejemplos de vida que encontramos en nuestro pueblo; Qué maravilloso y testimonial es ver la pureza de una anciana, que ha vivido tantas cosas, que ha luchado tanto, que es madre, abuela y su rostro refleja en medio de sus arrugas, la pureza de vida. Nuestros jóvenes son el presente y el futuro y por lo tanto todo lo que invirtamos en ellos será un signo de esperanza.

¡Un saludo cercano y hasta el próximo domingo!                                                               Mons. Juan Rubén Martínez

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