El Iguazú ofrece adrenalina y relax al margen de las Cataratas

Remontar los rápidos del Iguazú inferior en una lucha vertiginosa contra la corriente, hasta colocarse bajo los saltos, o flotar con calma entre la selva en galería por uno de sus brazos en el curso superior previo a las Cataratas, son dos formas distintas de disfrutar el río que surca la frontera más espectacular del mundo.

 

Remontar los rápidos del Iguazú inferior en una lucha vertiginosa contra la corriente, hasta colocarse bajo los saltos, o flotar con calma entre la selva en galería por uno de sus brazos en el curso superior previo a las Cataratas, son dos formas distintas de disfrutar el río que surca la frontera más espectacular del mundo.

En un caso, todo es adrenalina, velocidad, gritos inaudibles por el golpe del agua, en forma de olas bajo el casco y como una incesante y fuerte lluvia que inunda la embarcación y empapa a los pasajeros desde arriba, cuando enfrenta los saltos de las Cataratas del Iguazú.

El otro viaje es el relax de deslizarse suavemente en un gomón apenas guiado por dos remos, que pasa inadvertido para la fauna local que se deja ver en árboles, isletas y orillas.

El primero, «La gran aventura náutica», parte del embarcadero Macuco, ubicado en el Iguazú a unos seis kilómetros aguas abajo de los saltos y sube por el cañón hasta meterse en las cataratas más caudalosas del planeta, recientemente declaradas una de las Nuevas Siete Maravillas naturales.

La excursión se hace en naves de casco rígido con poderosos motores ecológicos alimentados a gas licuado de petróleo (GLP), que pueden llevar de 38 a 64 personas, tripulados por patrones y marineros habilitados por la Prefectura Naval.

Estos expertos del río sortean grandes rocas, troncos y remansos y galopan sobre altas y espumosas olas marrones, para finalmente encarar a toda velocidad contra la fuerza de algunos de los más caudalosos saltos.

Desde el inicio, el bote avanza rápido, con elipses de una costa a otra y prudentes zigzags para esquivar los obstáculos naturales, mientras el fuerte viento generado por las cataratas, encajonado por las altas paredes rojizas coronadas de vegetación, castiga a la nave, tripulantes y pasajeros.

Personal de la concesionaria de este paseo, Iguazú Jungle, provee «bolsas estanco» para cámaras y objetos a proteger del agua, ya que al entrar al área de cascadas el bote se inunda al meterse lo máximo posible bajo saltos como el San Martín y Los Tres Mosqueteros, y al avanzar hacia la Garganta del Diablo.

Los guías controlan la seguridad del pasaje, que debe permanecer sentado y con su chaleco salvavidas, pero hablan poco, ya que la descripción del viaje llega sola de la mano de la naturaleza.

Además, es inútil hablar en la última etapa, ya que toda voz queda apagada por el bramido de las cataratas al alcance de la mano y por los incontenibles y contagiosos gritos de los turistas, que les sirven para darse ánimo ante el vértigo inevitable o para descargar su propia energía ante esa fuerza inmensurable.

El viaje termina frente a la Isla San Martín, desde donde se recorre el Circuito Inferior de las cascadas y se puede subir hasta Estación Cataratas, en la que una opción es tomar el Trencito Ecológico que lleva a Estación Garganta, donde otro paseo náutico puede obrar de relajante luego de tal excitación.

Esta excursión parte de Puerto Canoas y se hace en una balsa inflable, con capacidad para 19 pasajeros, que «camalotea» por los brazos del Iguazú superior hacia las cataratas, aunque el remero la mantiene a distancia de los rápidos que las preceden.

Si se preserva silencio y quietud, desde el gomón y con la ayuda del guía y único tripulante se pueden observar ejemplares de la fauna arborícora, isleña y fluvial de la zona.

La balsa pasa, sin ahuyentarlos, junto a tortugas, yacarés y vívoras que nadan, reptan o reposan sobre islotes, piedras o troncos que sobresalen del agua, y bajo la atenta mirada de monos y coloridas aves, como los típicos tucanes y urracas.

El bote pasa bajo galerías de ramas verdes y tacuaras de bambú de la selva paranaense, mientras algún carpincho, con sólo su hocico fuera del río, se aleja prudentemente hacia la costa, y los patos biguá aletean unos metros más arriba para luego mantenerse largos trechos a ras del agua en busca de sus presas.

El paseo dura media hora en medio del calmo ambiente de una naturaleza casi virginal, en tramos de sombra y sol sobre el espejo marrón del río y entre los cantos de pájaros, sonidos de la brisa y el lejano rumor de los 275 saltos, aguas abajo.

Por último, el guía arrima la balsa a la costa, donde esperan combis de Iguazú Jungle propulsadas a GLP, que trasladan al pasaje al lugar inicial del viaje, la Estación Cataratas, punto neurálgico del área pública del parque, desde el cual se puede acceder a muchas otras actividades.

 

Por Gustavo Espeche Ortiz (TELAM)

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas