Veinte años sin Freddie Mercury

La información cruda dirá que Freddie Mercury nació el 5 de septiembre de 1946 y murió 45 años después, el 24 de noviembre de 1991 en su casa del barrio londinense de Kensington. Pero detrás de la historia del vocalista de Queen se esconde una historia mucho más rica, que tuvo su correlato en la magnitud de su obra, que mantiene su vigencia aun hoy, a veinte años de su deceso. 

Mercury nació en Zanzíbar, al oeste de África en 1945 bajo el nombre de Farrookh Bulsara. Creció en la India hasta entrada su adolescencia, en donde empezó a tomar clases de piano a los 7 años. Un año después, fue enviado a un colegio pupilo en las afueras de Bombay y ya a los 12 formó su primera banda, The Hectics, con la que estableció contacto con el rock gracias a la obra de Little Richard. Una revuelta política en la región obligó a la familia Bulsara a mudarse a Inglaterra en 1964, lo que provocó un quiebre en el ya apodado Freddie. Manifestó sus inquietudes gracias al estudio de Bellas Artes y se graduó en Diseño Gráfico y Artístico, dos disciplinas clave en su carrera. 

Tras pasar por Ibex y Sour Milk Sea, dos bandas sin pena ni gloria, la carrera artística de Mercury pegó el timonazo decisivo en 1970, al conocer a Brian May y Roger Taylor. Al formar el grupo, eligió no sólo el nombre de la banda (a pesar de algunas objeciones de sus compañeros), así como también el apellido artístico que lo acompañaría por el resto de su vida. Desde un primer momento, Queen impresionó no solo por su apuesta rockera y glamorosa, sino también por el registro vocal de Freddie, capaz de abarcar cuatro octavas completas, desde un bajo hasta un tenor alto. 

A pesar de ser tímido en su vida privada, en su faceta artística Mercury apostaba por la constante provocación. No solo por la mezcla de estilos que complican encontrar una constante en la carrera de Queen (en sus quince discos de estudio hay rockabilly, hard rock, música disco, pop y rock progresivo), sino también en su extroversión escénica, caracterizada por una empatía magnética. Según declaró May en una oportunidad: «Podía hacer que hasta la última persona al fondo del estadio sintiera alguna conexión». La ambición del grupo no fue sólo artística: fueron de los primeros en hacer puestas en escena grandilocuentes (toda una novedad en su época) y fueron también pioneros en las giras mundiales a gran escala. Fue así como a comienzos de 1981, Queen llegó por primera y única vez a la Argentina para dar tres shows en Buenos Aires y otros dos en Mar del Plata y Rosario. La euforia de los fans porteños aterrorizó a la comitiva de la banda, al punto que decidieron salir del estadio escondidos en una camioneta de la Policía. En la web Queen Concerts, Jorge Fregonese, coordinador de seguridad de la banda, declaró que, lejos de asustarse, Mercury contó risueño en esa situación: «¡Amo esto, parecemos putas llevadas a la cárcel después de ser levantadas por la policía!»

Ya entrados los 80, Mercury decidió que en escena debía ser un entertainer, alguien que se concentrase más en cantar, hablar con el público y pasearse por el escenario que a tocar un instrumento. Amparándose en lo riguroso que era consigo mismo, consiguió a dos tecladistas para que lo reemplazasen tanto en estudio como en vivo. Sus shows empezaron a ser cada vez más ambiciosos, como lo demuestran su aparición en Live Aid en 1985 y lo que fue la última performance de la banda en Knebworth Park un año después, ante 300 mil espectadores. 

Mientras la actividad en vivo de la banda pasaba a un hiato indefinido, Mercury aprovechó para explorar un costado más bailable en su carrera solista con el álbum Mr. Bad Guy que, si bien no fue bien recibido por la crítica, tuvo un éxito moderado gracias a los simples «Living On My Own» y «I Was Born To Love You». En 1988, volvió a desorientar a la prensa y a su público con su ambicioso segundo álbum, Barcelona, grabado en conjunto con la cantante de ópera Montserrat Caballé. Rodeado de orquestaciones apabullantes, en el disco Mercury canta en español en «Ensueño» e inclusive en japonés en «La Japonaise». Si bien las reseñas del álbum fueron poco favorables en su momento, cuatro años después la canción que da nombre al álbum se volvió el himno oficial de los Juegos Olímpicos de Barcelona en 1992.

Mercury fue, ante todo, un constante provocador y su sexualidad pasó a ser casi un asunto de estado ante su estrafalaria personalidad escénica. A principios de los 70, Freddie conoció por vía de Brian May a Mary Austin, con quien se casó pocos años después pero su affaire con un ejecutivo discográfico norteamericano puso fin al matrimonio. Lejos del rencor, Austin permaneció muy cerca de Mercury. Se volvió su mejor amiga y confidente, y fue quien lo acompañó y lo cuidó en sus últimos días. A mediados de los 80, Mercury entabló relación con el estilista Jim Hutton, que se volvió su pareja estable y pasó junto a él los últimos seis años de su vida. 

Según asegura Hutton, Freddie fue diagnosticado como portador de HIV en abril de 1987. A pesar de que él hizo todo lo posible por negarlo, la prensa británica indagó respecto a su frágil estado de salud e hizo correr todo tipo de rumores al respecto, basados en su cada vez más demacrado aspecto físico. Su última aparición frente a las cámaras fue para el clip de 1991 de «These Are The Days of Our Lives», donde se lo ve consumido y frágil. A esta altura, su cuadro ya era irreversible. Confinado en su hogar, Mercury sobrellevó a su manera su lenta agonía. Comenzó a perder la vista y a padecer tanto los dolores que no podía levantarse de la cama, por lo que se negó a recibir más tratamientos para acelerar su deceso. Tras una larga discusión con su manager, decidió hacer pública su enfermedad en una carta abierta publicada el 23 de noviembre, en la que pedía respeto por su persona. Tan solo un día después de eso, Farrookh Bulsara moría víctima de una bronconeumonía.

La muerte de Freddie Mercury fue un golpe para la música, que no pudo evitar ser víctima de una extraña paradoja. En los últimos años de carrera del grupo, las ventas de sus discos fueron cada vez más en drástico descenso, sobre todo en los Estados Unidos. Sin embargo, en 1992, la demanda de toda su discografía aumentó considerablemente. Ese mismo año, los otros tres miembros de la banda decidieron conmemorar a su amigo y colega en el recital benéfico The Freddie Mercury Tribute Concert, que contó con la presencia de Guns N Roses, Elton John, David Bowie, George Michael y Metallica. El evento recaudó más de 20 millones de libras destinadas a instituciones dedicadas al estudio del HIV e ingresó al libro Guinness como «el concierto benéfico de rock más grande». 

Si bien Taylor, May y Deacon publicaron un disco con material que Mercury había dejado inconcluso en 1995 (Made in Heaven) e inclusive intentaron revivir el mito de la mano del ex vocalista de Bad Company en el proyecto Queen + Paul Rodgers, la historia del grupo tuvo su cierre el 24 de noviembre de 1991. Quedan sus canciones, su talento y un legado tan vasto que se reproduce en una también vasta comunidad de músicos que se miran en su obra, entre los que se encuentran Foo Fighters, Keane, Lady Gaga, Mika, Muse, The Darkness, Manic Street Preachers y The Flaming Lips, todos ellos fanáticos confesos. La diversidad de este enunciado de artistas grafica bastante el transversalismo de la obra de Mercury, y ese tal vez sea su mayor legado.

Fuente | rollingstone.com.ar

 

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