Un relato fantástico de las Cataratas, sitio obligado para el relax en medio del caos

Hernán Casciari, de la revista Orsai, relata su periplo por Misiones en momentos en que el país hablaba del bloqueo al ingreso de su publicación. Después de todo, pudo relajarse.

Los que nacimos en Latinoamérica fantaseamos, desde la adolescencia, con visitar alguna vez Europa. Es una obsesión con la que nacemos. Lo extraño es que al europeo le pasa lo mismo. Por ejemplo a Cristina, mi mujer catalana. Ella soñó siempre, desde chica, con viajar alguna vez a la Patagonia, a las Cataratas, al Glaciar Perito Moreno… Son viajes raros para ellos, lugares exóticos del fin del mundo. Sin embargo, mi mujer ya vino cinco veces a la Argentina y solamente conoce la casa de mi hermana en la Plata, y la casa de mi mamá en Mercedes.

 

La culpa la tengo yo. Solamente venimos cuando me toca presentar un libro, o una revista, o el debut de una obra de teatro. Siempre con el tiempo justo y con una agenda apretada. Nunca venimos porque sí.

 

Mientras yo hago mi trabajo, ella y Nina van y vienen como valija de loco de Mercedes a Luján, de San Isidro a La Plata. Todos mis parientes la esperan con ganas, pero ella solamente quisiera estar en un sitio donde se pudiera sacar fotos exóticas.

Cuando Cristina vuelve a Barcelona, sus amigos le preguntan cómo es Argentina, esa obsesión turística, y ella les cuenta que en el baño de mi hermana hay un bidet muy raro, y que en todas las habitaciones se aparecen parientes míos. Sus amigos la miran con lástima.

 

—¿Y no fuiste a Ushuaia, no paseaste por San Juan, no te llevaron a Puerto Madryn?

Cristina baja la cabeza y dice que no. No ha visto nunca una montaña, un lobo marino, una ballena pariendo, un deshielo, un salto de agua de ciento veinte metros, un amanecer nevado. Cristina ha visto demasiadas veces a mi cuñado en calzoncillos, pero nunca un Aconcagua.

 

Sin embargo nunca se resigna. Siempre que venimos intenta encontrar un hueco para que nos escapemos de los parientes y de las agendas; para que podamos irnos los tres, en familia, a alguna parte. Hasta la semana pasada, no había encontrado nunca esos días en blanco. Yo siempre tenía algo que hacer en Buenos Aires.

Pero el miércoles pasado, por la tarde, ocurrió algo nefasto.

 

Fue el día en que nos llegó la Circular, cuando supimos que las revistas no saldrían del puerto. Para mí fue una puñalada en la zona lumbar, porque todo lo que estábamos preparando se venía abajo. El trabajo de un año entero sin broche de oro. Una cagada inmensa. Llamé a mucha gente esa tarde y esa noche. Todos me decían, con una claridad elocuente, que no se podía hacer nada hasta después de las elecciones. Que el Secretario de Comercio era un señor muy pertinaz, y que no había nadie que pudiera revertir la situación.

 

Para Cristina esa noticia fue providencial:

—Vámonos ahora mismo a alguna parte —me dijo, con la mirada del que ve por primera vez una luz al fondo del túnel.

Intenté decirle que no, que justo ahora que las cosas estaban así yo no podía relajarme.

—¿Puedes hacer algo hasta el lunes? —me preguntó.

Yo me sabía acorralado y sin argumentos.

—Tengo que estar acá.

—Dime algo urgente que tengas que hacer de aquí al lunes. El bar no puede abrir porque hay elecciones. Te han dicho que las revistas no saldrán del puerto. ¿Qué nos impide irnos ahora mismo a la Patagonia cuatro días?

Pensé. Mi cabeza hervía. Me aferré a la soga climática:

—Las cenizas volcánicas –dije—. No podemos arriesgarnos a quedar varados en el sur.

Cristina me miró fijo a los ojos. Estaba a punto de explotar.

—¿Y qué nos impide ir al Norte?

Me quedé en blanco. No supe qué decir. Ah, cómo odié en ese segundo la existencia de un Norte.

Ella entendió el jaque mate enseguida. Dijo:

—Me voy ya mismo a una agencia de viajes. Mañana tú, la niña y yo estamos en las Cataratas del Iguazú. ¡Desde los doce años quiero ver en persona esa maravilla!

—Yo una vez estuve –quise minimizar— y no es para tanto. Además te mojan. Hay un video muy lindo en YouTube, está en HD…

—¡A las Cataratas, o me vuelvo a Barcelona! –me conminó—. A ver si te olvidas un fin de semana de tu revista, de tu bar, de quedar con gente, de contestar el teléfono a cada minuto, y te acuerdas un poco más que tienes una familia.

Y se fue dando un portazo.

Mi cuñado, en calzoncillos, me miró con cara de circunstancias:

—Qué carácter, la catalana –dijo como para sí.

 

Dos horas después Cristina había vuelto con pasajes, hotel en la parte brasileña de Iguazú, excursiones turísticas de esas que hay que levantarse a las siete de la mañana para caminar y caminar y caminar, paseos en catamaranes, opción de ver flamencos y pájaros de colores, posiblemente con un guía de esos que quieren ser graciosos, probablemente con parejitas en luna de miel o viejitos alemanes en el asiento de al lado.

Si en ese momento de la tarde no metí la cabeza en el horno con el gas prendido, fue porque realmente no tenía nada que hacer hasta el lunes. Nada más que sufrir porque las Orsai estaban trabadas en el puerto.

El problema es que sufrir en medio de una excursión turística es una tortura doble. Es como si a la mitad de la silla eléctrica te pegaran un tiro en la panza.

Pero como en el fondo soy bueno, hicimos la mochila y nos preparamos para el viaje. Antes de salir para Aeroparque hice lo último que podía hacer. Escribí un post en caliente, le puse de título “Liberen Orsai” y lo colgué en el blog. No voy a decir que lo hice sin expectativas. Pero sí diré que redacté ese texto con la ilusión de que el lunes, al volver de la excursión a la selva, alguna de todas las calamidades pudiera solucionarse.

Cuando estábamos haciendo la cola de embarque me empezó a sonar el teléfono. Eran radios, o gente que me contaba que un ministro había mencionado el tema, otros que me explicaban que en twitter se estaba hablando del asunto.

Estaba pasando algo. Y yo con una mochila llena de ropa de verano, subiéndome a un avión sin wifi. Estaba pasando algo, y yo yéndome a lugares donde no tendría conexión, donde además me querrían dar cervezas y caipiriñas, donde todo el mundo trataría de relajarme y hacerme sentir bien.

Eso, y no otra cosa, es el infierno para un gordo sedentario.

 

Fueron tres días insoportables de descanso, paisajes increíbles y carteles en el teléfono que decían “no hay cobertura”. Cada vez que alguien lograba mandarme un mensaje de texto, o hacerme un llamado corto, era para informarme cosas alucinantes que estaban pasando en Buenos Aires, donde yo no estaba. Mi hija me miraba y sonreía, yo no sabía por qué. Cuando le pregunté, me dijo: “Estás en la calle”.

Cuando las revistas se liberaron yo estaba paseando en catamarán por la parte paraguaya del río Iguazú. Me llamaban por teléfono los periodistas y yo estaba en la frontera con Brasil en una combi que me llevaba a ver faisanes y flamencos. No escuchaba lo que me decían, se me cortaba el teléfono. Una noche, cenando en el hotel con música de falsos mariachis, me llamó el Secretario de Comercio, el señor pertinaz, y casi no pude escuchar lo que me dijo.

La página de Orsai estaba caída por culpa del tráfico. Y yo no podía hacer nada. Nuestro agente exportador llamaba para preguntarme sobre nuestra posición arancelaria. Y yo en pantalón corto. Los chicos, en el bar, retomaban la actividad después de las buenas noticias, y yo mirando unas iguanas en un parque natural.

Cuando el lunes a la noche volví a Buenos Aires, con los cachetes colorados de haber estado demasiado tiempo al sol, pude reconstruir un poco todo lo que había pasado.

Vi la impresionante difusión que los lectores le dieron al asunto del puerto. Vi cómo se habían hecho eco los diarios, las radios y algunos medios de España. También vi de qué modo se habían politizado los comentarios del blog a causa de la intervención gubernamental. Pero sobre todo vi a mi mujer, sentada en el living de la casa de mi hermana, mandándole fotos de las Cataratas a sus padres y sus amigos, y vi a Nina contarle a sus primos que había estado en un paraíso donde había mariposas gigantes y un río que se caía para abajo y te mojaba.

No tuve manera de agradecer, en directo y mientras ocurría, a todos los que se movilizaron para que esta semana podamos tener las fiestas del bar con revistas y libros. Tampoco tuve tiempo para darle la bienvenida a todos los que llegaron a esta página por primera vez, sin saber qué es Orsai. Sé que son muchos; los reconozco porque hacen preguntas del tipo “y por qué no imprimen en Argentina”, o porque tienen la necesidad de saber si tenemos una bandería política. Supongo que navegando un poco por los textos anteriores encontrarán las respuestas a todas esas inquietudes.

Fue una semana muy intensa en la que pasaron cosas nuevas. Entre ellas, un enorme grupo de lectores explicando un problema en las redes. Y otro grupo, menor, escuchando el problema y actuando.

Yo no estuve allí para verlo porque justo en ese momento estaba mirando a un tucán.

Pero, según me cuentan, debe haber sido increíble.

 

LA REGION

NACIONALES

INTERNACIONALES

ULTIMAS NOTICIAS

Newsletter

Columnas